A mi lado un español escribió en su teléfono: “Está mayor”. Yo no tenía con qué comparar. Era la primera vez que lo veía. Pero sí, Felipe González se veía viejo. Era solo una impresión estética porque, en cuanto se puso de pie, aparentó la energía de un avezado político en la cumbre.
La presentación del expresidente este jueves 29 de noviembre en la Americas Society en Nueva York fue lacónica. Concisa. En su discurso, Felipe González, quien considero que podría ser uno de los políticos vivos más astutos y sabios, disertó sobre lo que él llama “la crisis de la democracia representativa”.
Por la misma recesión que atraviesa el sistema es que, según dijo, se desarrollan modelos como el de Daniel Ortega en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela. Sobre este último, de hecho, espetó: “No es que no quiero calificar de dictadura lo que está sucediendo en Venezuela. No, no. Es una tiranía arbitraria que ha destruido la institucionalidad democrática —que ellos mismos se dieron—. Que ha destruido la economía —ha perdido la mitad del producto bruto—”.
“Ha destruido la seguridad y ha provocado un éxodo bíblico sin precedentes. El país más rico de América Latina, cada mes que gobierne el señor Maduro, expulsará a 100 o 120 mil venezolanos más, desesperados”, aseveró.
González no fue generoso en su presentación. Aunque se mostraba muy animoso, con esporádicos gestos de ironía y sagacidad que entretenía a la respetable audiencia que, con atención, lo escuchaba, el diagnóstico que ofreció carecía de la misma chispa eufórica.
Un México con un presidente que no escucha, una revolución “fracasada” en Cuba; sociedades poco orientadas que reaccionan torpemente en Brasil o parte de Europa; un país que se desmorona como Venezuela; y una España sumida en una “seria crisis” que está siendo discutida en un “debate poco serio”.
No es fácil determinar si el expresidente español es optimista o más bien celebra que a sus 76 años el mayor horizonte es regresivo. Al final no hizo propuestas en su efímero discurso. Insistió, de cualquier forma, que el problema de las próximas generaciones radicará en buscar soluciones pertinentes a problemas complejos. No, como hoy, que las soluciones y los debates son, tristemente, simples.