«La 4ta transformación», le llaman. Porque ellos deben transformar. «Revolucionar», pues. Hablan de un “nuevo capítulo en la historia de México” que recuperará, en últimas, su “patria”.
Ya comenzó, de cualquier forma, ese capítulo. Make Mexico great again. Como también algunos prometieron devolver a su grandeza atávica a Italia, Rusia y Alemania. Es ese empeño que a Ortega y Gasset le daba grima y lo dejaba claro en La rebelión de las masas. Y en México, hoy, primero de diciembre, se impuso una peligrosa rebelión.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tomó posesión este sábado. Su discurso fue esclarecedor; pero, también, aterrador. Y algo que también debe espantar son algunos gestos.
En el Palacio Legislativo de San Lázaro, el nuevo presidente de México habló al mundo. Con su retórica simple, aletargada, llena de largos intervalos, López Obrador se mostró como un habilísimo populista, representante del peligroso socialismo cuyos tentáculos se empiezan a posar sobre el poder en el gran país americano.
“No tengo derecho a fallarle al pueblo”, espetó, “hoy reafirmo el compromiso de no mentir, no robar y no traicionar al pueblo de México”.
“Primero los pobres”. “¡Arriba los de abajo!”. El presidente, que romantiza la miseria y la alza como valor fundamental, pide paciencia: “Y confianza, porque nos están entregando un país en quiebra. Sobre todo en lo que tiene que ver con las industrias petrolera y eléctrica”.
Sin embargo, lo que más destacó de la perorata fueron sus pequeños y puntuales guiños a una historia ya gastada y peligrosa: anunció que venderá el avión presidencial, que no andará en la caravana estirada que usaban los de antes y que ya no vivirá en la residencial oficial (ahora abierta al público para visitas); dijo que reducirá el salario presidencial a 40%; que se someterá a referendo (“me someteré a la revocación del mandato porque deseo que el pueblo tengas las riendas del poder”) y, jura, no optará a la reelección.
Parece simplista y hasta necio decirlo, pero recuerda bastante a las primeras palabras de Hugo Chávez en el Gobierno. También a las necedades que solían salir de las fauces de los Castro. Genera escalofríos. Es aterrador.
Ya AMLO ha expuesto sus intenciones de crear una milicia personal y ha ahuyentado a los inversionistas con su infundada decisión de impedir la construcción de un faraónico aeropuerto en Ciudad de México. Ahora nos dice quién será, cómo actuará y quiénes son sus referencias.
Por último, y como muestra de lo que se viene para los mexicanos, están los convidados del nuevo presidente. López Obrador ha dicho que es amigo de todos. No distingue, entonces, entre autoritarios y criminales. Y, por ello, ha recibido en su país a miembros del grupo terrorista Fuerza Armada Revolucionaria de Colombia y a los dictadores Miguel Díaz Canel y Nicolás Maduro. Este último, por cierto, abucheado en pleno Congreso durante la toma de posesión por honorables diputados que, en última instancia, se convertirán en la resistencia a un Gobierno que, por lo visto, se convertirá en enemigo de las libertades.
Porque los gestos lo exponen y no es atrevido afirmarlo. López Obrador se ha desplomado en las encuestas antes de haber asumido la presidencia. Los mexicanos empiezan a comprender que eligieron muy mal. Tendrán que mantenerse vigilantes e imponerse. Resistir a una presidencia que será, visto lo de este sábado, enemiga de la libertad.