“¿Por qué vas a Cúcuta?”, me preguntó una venezolana en el avión. Le respondí con la misma pregunta. “¿Vamos por lo que creo, verdad?”. Le dije que sí.
Y la euforia se percibía, pese a que eran las cinco y treinta y dos de la madrugada. No sirvió para nada la densa neblina y la oscuridad que volvía tedioso el ambiente. En esa joven venezolana descollaba una sonrisa atípica, casi triunfalista. Ella viaja para celebrar.
Ese es el ánimo. El que se advierte en cada venezolano desde que pisé la capital del Norte de Santander. Aquí esto está abarrotado. Los locales lo comentan, pero no como un quejido. Cúcuta se vuelve, poco a poco, el teatro de un gran espectáculo homérico. Los reflectores están encendidos. Listos para iluminar lo que será la gran conquista de la libertad de Venezuela.
Para este 22 de febrero está pautado un concierto masivo, enorme. Será histórico. En años lo recordaremos como el pomposo y redentor Live Aid de 1985. No tenemos a Freddy Mercury, pero Miguel Bosé está listo para cantarle a la libertad.
Dame una isla, en el medio del mar / llámala libertad
Son más de treinta artistas. Los unió el excéntrico empresario Richard Branson con el fin de recaudar fondos para los venezolanos. La ayuda humanitaria crece. Crece con rapidez. Luis Fonsi, Carlos Baute, Carlos Vives, Paulina Rubio, Juanes, Diego Torres. También estará Maná —sí, hay que aguantar a Maná—. Pero dicen que quizá hasta se llegue Peter Gabriel —lo que compensaría la matraca—. Ojalá.
Pero ese no es el punto. No es que esté Maná o algún otro artista irritante. No se trata de eso. Esto no es para complacer caprichos particulares ni para que los fans de uno u otro se concentren. Se trata de más de treinta artistas internacionales, destacados, prestigiosos, con su público masivo, unidos, todos, en una misma tribuna, gritando al mismo tiempo: “¡Libertad”. Y denunciando, ante el mundo, ante los deficientes como Roger Waters, que en Venezuela hay una crisis humanitaria. Y, ante ello, la mayor ovación. Cuán laudables estos esfuerzos.
No se sabe qué ocurrirá ese día, pero no se espera mucho más. Será una gran fiesta que pecará de triunfalista —pero este es el momento de ser triunfalista y anticiparse a los hechos—. Lo importante será lo que se dé horas después. Es el 23. Ese será el día.
Tampoco se sabe qué pasará el sábado veintitrés. El presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, marcó la pauta: ese día ingresará la ayuda humanitaria a Venezuela. Cómo, por qué, cuándo y dónde, no se sabe. No se sabe mucho más. Todo sugiere que la estrategia se basará en que miles de gentes, juntas, quizá vestidas de blanco, con paquetes repletos de insumos en las manos, traten de entrar al país. Y allí los militares venezolanos tendrán que enfrentar un gran dilema. Y a partir de su decisión se sabrá cuando cae Maduro. O ese día o ese día.
Cúcuta parece ser, nuevamente, el escenario por el que entre el movimiento que derive con la libertad de Venezuela. La «Campaña Admirable» del siglo XXI. Miles de Simón Bolívar. Y no habrá fuerza que lo detenga. Lo ha dicho el presidente de Venezuela, Guaidó: la ayuda humanitaria entrará, sí o sí.