¿Qué querrá el New York Times ahora? ¿Acaso su odio a Trump es tan grande como para ponerse junto al peor tirano que ha gobernado América en su historia contemporánea?
Cuánto daño ha hecho su última gran publicación, una supuesta investigación, sobre Venezuela. Ha sido un torpedo a la narrativa racional y verídica de que el régimen, criminal, atentó contra quienes intentaron ingresar la ayuda humanitaria a Venezuela el pasado 23 de febrero.
Fue un trabajo de Nick Casey, el corresponsal para los Andes, junto a Christopher Koettl y Deborah Acosta. En un análisis de dos videos, The New York Times supuestamente desmonta que haya sido el régimen de Nicolás Maduro el que incendió unos camiones que transportaban insumos para salvar vidas. Ello, pese a que los testigos del momento y otros videos demuestran claramente que han sido los matones de la dictadura, con bombas lacrimógenas, los que asediaron los vehículos.
Yo mismo estuve ese día en Cúcuta. No en el puente Santander, donde se consumieron los vehículos, pero sí en Cúcuta. Y me topé con quienes vieron la dramática escena. Una mujer, entre lágrimas, gritaba: “Esos salvajes quemaron los camiones con ayuda. ¡Los chamos intentaron salvar algunos insumos, pero casi todo se quemó!”. Los chamos son los jóvenes que, según The New York Times, atentaron contra su mismo bando.
No ha tardado casi toda la opinión pública mojigata, insolente y ponzoñosa, que no pierde una para torpedear a la causa por la libertad de Venezuela, en compartir el artículo de Nick Casey. Incluso la Cancillería chavista, ese aparato de propaganda del régimen de Maduro, escribió: “Jorge Arreaza: The New York Times hace una investigación que ya había hecho Telesur, pero como lo hacen ellos ahora sí lo creen. Es evidente que ese camión fue quemado por una bomba lanzada por los guarimberos“.
Lo que atraviesa ahora Venezuela es inhumano. Luego de más de setenta horas sin luz en casi todo el país, con un saldo que asciende a más de trescientos muertos según cifras extraoficiales; y reúne la antología de testimonios de algunos que se han intentado suicidar y otros que ya no aguantan o mueren de hambre; aparece esta supuesta investigación de uno de los diarios más importantes de Estados Unidos.
No ha podido ser más inoportuna. Y, aunque los testigos del lugar desmientan a Casey, que no estuvo allí, digamos que existe algún valor periodístico. Pero esto se ve disminuido ante lo inapropiado y peligroso de la nota. Sobre ella se montan el régimen y sus amigos en el mundo. Sobre ella ya marchan, triunfantes, los enemigos de los venezolanos.
A esta tribuna ha llegado mucha información. Y alguna, aunque valiosa, se publicará después. Porque no conviene. Porque hay una causa mayor que honrar la verdad y es la libertad de Venezuela.
El periodismo, más allá de simple oficio, debe guardar un compromiso inamovible con los grandes valores. La libertad es, sin duda, el mayor. Y quien juegue con el enemigo, traiciona ello. El buen periodismo civiliza y colabora con las causas nobles. Eso no lo ha hecho The New York Times.
Casey se podrá regocijar por las palmaditas de sus amigos que celebran la «rigurosidad» del reportaje. Pero sonreirá dándole la espalda a una pila de cadáveres que se amontona mientras trata de desmanchar la reputación de Nicolás Maduro. Peligroso. Muy peligroso.