Grandes medios como El País de España se han aventurado a distorsionar ciertos hechos para aseverar, necios, que no va a ocurrir una intervención militar en Venezuela que deponga al tirano Nicolás Maduro.
Lo hizo la periodista Patricia Janiot luego de entrevistar al envoy de Estados Unidos para el caso venezolano, Elliot Abrams. Según Janiot, Abrams dejó claro que la alternativa armada estaba descartada. Luego se publicó la entrevista y todos vimos que la aseveración de la periodista estaba bastante lejos de lo que, de hecho, insinuó Abrams, quien en su momento fue el gran arquitecto de la Operation Just Cause en Panamá.
Es cierto. Todos, absolutamente todos, coinciden en algo: nadie desea realmente que haya una intervención militar —o pongámosle la coletilla de humanitaria— en Venezuela. Todos desean, y deseamos, que la gran tragedia que padecen los venezolanos —es decir, el secuestro de una población entera por parte de peligrosas mafias internacionales— se resuelva de la mejor forma. Que se negocie, se vote o sean los uniformados en Venezuela los que digan «basta». Pero esto parece cada vez más una quimera, ilusión de ingenuos que desconocen, aún, la verdadera naturaleza de quienes secuestran a toda una sociedad. Y Estados Unidos no entra en el paquete. Aún no dicen «no».
Por ello, la retórica de Washington se ha esbozado así: “No queremos intervenir hoy, nadie quiere, la región no quiere, pero, ojo, ojo y atentos: podemos hacerlo. Y además estamos listo para hacerlo”. Y no cabe duda: no se puede decir otra cosa. «Todas-las-opciones-están-sobre-la-mesa» no es un simple mantra, ya ridiculizado, sin importancia o incidencia alguna. Ninguna potencia del tamaño de Estados Unidos tiene la necesidad de recalcar que todas las opciones están al alcance. Pero al hacerlo, deja claro algo: “Podemos hacer todo e, incluso, intervenir militarmente”. Y esa sarta de palabras es, al final, una advertencia.
Hace unos días me reuní, en Bogotá, con americanos estrechamente vinculados a Washington —y, particularmente, al Departamento de Estado de Donald Trump—. Si saben algo, con toda la certeza del mundo, es que Estados Unidos, al menos bajo esta implacable e incómoda administración republicana, jamás descartará la opción militar ante el régimen de Maduro.
Primero, porque lo contrario —como ya hizo el Grupo de Lima— amplía muchísimo el margen de maniobra del chavismo. Fortalece al tirano. Retiras un revolver, ya cargado y apuntando. Pero, en segundo lugar, y lo más importante: porque efectivamente jamás dejará de ser una opción.
Lo otro que me informaron los americanos es que Washington cada vez se decanta más por una posible “intervención humanitaria” que, quizá, se vuelva detonante. Es una opción que, en la hilera de alternativas, se va dando codazos para subir escalones. En síntesis: no se ha diluido como opción política la ayuda estacionada en Cúcuta. Aún hay mucho que hacer allí. Y reafirmo: intervención humanitaria.
No ha sido por cuestiones bizantinas que Donald Trump ha apartado individuos moderados, que eventualmente pudieran oponerse a decisiones radicales, para posicionar en puestos estratégicos a verdaderos halcones belicistas, pragmáticos y polémicos.
Es mucho lo que debe considerarse para una ocasional ofensiva de grandes dimensiones. No puede tomarse ninguna decisión sin tener la certeza de que los resultados serán óptimos. Y, sin duda, lo complejo del caso venezolano dificulta que haya claridad en torno a eso. No obstante, es fundamental, y esto lo entiende muy bien Estados Unidos, prepararse y solear cada cuanto la intención de acabar con Maduro por la fuerza.
“Los misiles deben estar siempre listos, pero no se deben utilizar”, decía el estratega Bernard Brodie. Y no sabemos si, en efecto, jamás se vayan a disparar. Y de eso se trata: que exista la duda. Que Maduro vea los colmillos y, aunque quizá jamás lo muerdan, viva con el pánico de que en cualquier momento le arrancan un tajo de piel.