Elliott Abrams, el enviado de Estados Unidos para Venezuela, lo dijo: “No creo que Europa, América Latina, Canadá y Estados Unidos estemos pensando, en este momento, en una reacción militar”. Fue su respuesta frente a la inquietud sobre si en Venezuela el presidente Juan Guaidó debería solicitar una intervención militar —o cooperación— a través de la activación del artículo 187, numeral 11 (que establece que el Parlamento puede autorizar misiones militares foráneas en Venezuela).
“Creo que es prematuro. Creo que no es el día (…) Mi consejo sería que en este momento no sería muy útil”, subrayó en una entrevista a Caracol Radio.
Estados Unidos aborta la disuasión y neutraliza, con las declaraciones de Abrams, la amenaza creíble. Acaba de desmontar un revolver, cargado, que apuntaba a Maduro.
Y el dictador respira.
No hay mucho que interpretar de lo que dijo el envoy. Luego de meses, más de un año, asomando la posibilidad de una incursión militar para deponer a Maduro, al recalcar una y otra vez que todas las opciones están en esa mesa gigante, que cuidado con tocar a Guaidó y que el tirano subestima la potencia de Estados Unidos, la administración de Donald Trump acaba de dilapidar unas expectativas que había generado.
En el discurso en la Universidad de Miami, a la comunidad venezolana, Trump ratificó su compromiso con la causa por la libertad de Venezuela. Allí, ante el mundo, confesó sus ansias de trascender en la historia. Dijo que espera que, bajo su administración, América se vuelva el primer hemisferio completamente libre de la historia de la humanidad. Al acabar con Maduro, también sacaría a Castro y a Ortega.
Pero Maduro solo saldrá por la fuerza. Y allí entran dos alternativas: o fuerza doméstica o foránea. Y la interna, esa que recae en manos de los militares, parece inviable. Queda la externa. O, mejor dicho, quedaba. Porque hoy Abrams dijo que por ahora no.
Sobre quien se posaron las miradas luego de lo que dijo el envoy fue María Corina Machado. Es quien lleva semanas como adalid de una propuesta: la activación del artículo 187, numeral 11. La líder de la oposición venezolana entiende bien, y lo ha dejado claro, que solo nuestros aliados tienen la capacidad de ayudarnos, a los venezolanos, a rescatar la libertad.
Ha blandido sus ideas y, con ellas, la urgencia de acudir al incómodo artículo. Su trabajo de días, a favor de activarlo, se ve saboteado por Abrams, quien desestimó la ruta insigne de Machado. Ante ello, en su cuenta de Twitter, una de las principales líderes de la oposición venezolana dijo: “La declaración de Elliott Abrams demuestra que los tiempos de nuestros aliados pueden diferir de los nuestros”.
“El tiempo de los venezolanos es el del hambre, el éxodo y la muerte. Hoy, con más razón, debemos presionar para que el auxilio internacional a Venezuela se acelere. Por eso, el 187, 11”, aseveró, dejando claro que insistirá en la ruta de solicitar la cooperación militar para derrocar a Maduro.
Machado se sostiene de un hecho en lo tocante a las declaraciones de Abrams: dijo que es prematuro. No dijo «no». Y a PanAm Post la líder venezolana dijo: “[El enviado de Estados Unidos] dice que más adelante. No dice que no. Nosotros no podemos permitir que ese ‘más adelante’ se transforme en un ‘demasiado tarde'”.
“Por eso tenemos que llevar la iniciativa. Es política y éticamente necesario convencer y obtener los aliados y recursos que necesitamos. Es algo inherente al verdadero liderazgo”, agregó.
Yo coincido con esto último. Aún está en las manos de Juan Guaidó tutelar el proceso y marcar la agenda. Sobre él recaen todas las responsabilidades y aumentan las expectativas. Tiene horas, apenas, para elevar el desafío y demostrar que está a la altura.
Pero los tiempos corren. Y la variable está allí. Porque la declaración de Abrams ha sido un torpedo gigante contra el presidente Guaidó y contra María Corina Machado. La expectativa que giraba en torno a Trump era la misma que cubría a Guaidó. En breve, si no secuestra por completo la batuta de este proceso, se puede pulverizar el respaldo del presidente.
Y por esta razón Maduro también festeja. Haber abortado la disuasión, neutralizado la amenaza creíble y desmontado el fusil, colabora con desinflar el fenómeno de Juan Guaidó y lo expone, débil, ante la dictadura.
Un régimen fortalecido, al tanto de que el enemigo jamás disparará, es peligroso. Feroz y despiadado, puede aprovechar la coyuntura de una capitulación de Estados Unidos para suprimir al oponente, ese hueso que lleva días mordisqueando.
Si Estados Unidos, como ha hecho, da por descartado, en el futuro cercano, la utilización de la fuerza para sacar a Maduro o para impedir que el chavismo continúe traspasando límites intolerables, el régimen que mantiene secuestrada a Venezuela ha triunfado.
Lo de Abrams parece una capitulación. Y Donald Trump deberá cargar con la vergüenza de no haber resuelto una batalla con la que, aparentemente, se había casado. Un bluff. All talk. Full of hot air. Y así quedarán los americanos.
Por último, y quizá insistiendo en mantener algún ánimo en la partida, está lo que dijo el diplomático Diego Arria al PanAm Post: “No podemos olvidar que Abrams, a pesar de estar encargado de Venezuela, no es el presidente de Estados Unidos. Y Abrams no sería la primera vez que se equivoca”.
Ojalá se haya equivocado. Ojalá haya sido un gesto irresponsable de ingenuidad o simpleza. O una mala interpretación de nuestra parte. Pero qué zarpazo tan grande le ha dado Abrams a la oposición venezolana. A la verdadera.