Una versión anterior de este artículo no incluía la mención al reportaje del Washington Post sobre el escepticismo de Estados Unidos en torno a Noruega*
Una versión anterior de este artículo citaba las palabras de un embajador del presidente Juan Guaidó. El testimonio fue removido porque, luego de publicada la nota, el embajador lo exigió.
Noruega no fue el comienzo. Pero cuánta aversión ha generado. Seguro ha sido el manejo irresponsable de la información, experiencia similar a la de República Dominicana en 2016, aquellos tiempos del «prediálogo».
El 23 de enero de este año inició un movimiento sostenido en un mantra de tres pasos: cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres. La ruta lucía transparente y el país, entero, había acordado acompañarla. Eventos posteriores fueron dibujando el itinerario: un intento de ingresar ayuda humanitaria a Venezuela, manifestaciones masivas en respaldo al presidente Juan Guaidó, calle sin retorno, huelgas escalonadas y un alzamiento militar liderado por civiles. Nada trascendió, nada fue exitoso.
Pero, en paralelo, mientras tanto, y de espaldas al país y a gran parte de la comunidad internacional que se ha perfilado como aliada incondicional, se trazó otra ruta, una agenda escondida, que concibe negociaciones, acercamientos y acuerdos con el chavismo. Son semanas de discusiones para concretar un convenio que permita una transición negociada, por temor a una ruptura de fuerza.
El pacto inaceptable
Luego del 30 de abril de este año los venezolanos nos enteramos, en voz de funcionarios del Gobierno de Estados Unidos y periodistas de medios internacionales como The Wall Street Journal, Bloomberg, El País y Armando.info, que el Gobierno de Juan Guaidó había concertado una transición junto a violadores de derechos humanos.
Para no tener que acudir a la fuerza se tramó una transición convenida con chavistas de alto perfil. Una transacción, entonces. Como informó el mismo envoy de Estados Unidos para Venezuela, Elliot Abrams, el ministro de la Defensa, Padrino López; el director de la inteligencia militar, Iván Hernández Dala; y el presidente del ilegal Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno, saludaron el plan para derrocar a Maduro porque contemplaba beneficios casi impúdicos para ellos.
Los diarios y el medio de investigación Armando.info revelaron que las negociaciones llevaban meses fraguándose. Al menos desde febrero el Gobierno de Juan Guaidó y chavistas de alto nivel habían acordado reuniones con intermediarios en Bogotá, República Dominicana, Miami y Panamá.
En gran parte, quien articuló los esfuerzos, desde su hogar, también su prisión, fue el líder del partido Voluntad Popular, Leopoldo López.
La operación, que se desmoronó con el fracaso del alzamiento del 30 de abril, contó con la autorización del Gobierno de Estados Unidos y otros importantes actores regionales, según ha dicho el mismo secretario de Estado, Mike Pompeo, el envoy para Venezuela, Elliot Abrams; y confirmó al PanAm Post una fuente cercana a Washington D.C. Sin embargo, la otra estrategia trazada —la oculta, la agenda escondida— a partir de la derrota del 30 no se sometió a los mismos términos.
De la Operación Libertad a Escandinavia
El 30 de abril, justo cuando se percibía el fracaso de aquello que prometía prosperar, Juan Guaidó convocó a todos los venezolanos a la «calle sin retorno». Como parte de una estrategia enmarcada en la fase final de la Operación Libertad, también se anunció una serie de paros escalonados con la expectativa de consumarse en una histórica huelga general.
Pero las manifestaciones mermaron, el ímpetu se apagó por la derrota y la ruta se desvirtuó. Leopoldo López tras una reja, propiedad de otro país ahora, pero nuevamente silenciado; Guaidó de gira por el país, asediado por una realidad que no perdona; discusiones estériles en el Parlamento mientras el régimen atenaza criminalmente al presidente y su entorno. De imponer la agenda, tutelar la operación, a reaccionar, ser víctimas de un proceso que ya no controlan. Atrincherados en el Parlamento, de hogar en hogar por temor al rapto; sienten y saben que ya no son fuertes porque se desvaneció el poder de sus manos, porque el 23 de enero ya quedó lejos.
“Tres semanas después [del 30 de abril], Guaidó se ha estado moviendo entre casas seguras para evadir una posible captura. Muchos de los hombres que estuvieron a su lado ese 30 de abril, al igual que varios legisladores y políticos que lo han apoyado, ahora están en prisión o refugiándose en embajadas de otros países en Caracas”, se lee en el New York Times.
“Debilitado y sin poder resolver de manera rápida la crisis política que asedia a Venezuela, Guaidó se ha visto forzado a considerar posibles negociaciones con Maduro, el hombre al que prometió sacar del poder”, agrega el periodista Anatoly Kurmanaev en el medio estadounidense.
Quizá es el peor momento para ceder, ya que aparentemente se siente débil —porque parece poco listo sentarse a negociar en condiciones aparentemente desfavorables—. Pero en esta, la hora más oscura de la noche, apareció aquello a lo que los venezolanos le tienen más terror: el diálogo.
“En público, Guaidó se muestra optimista y decidido. En varios mítines celebrado en la capital venezolana ha urgido a sus partidarios a mantener vivas las protestas. Sin embargo, en una entrevista, reconoció que la capacidad operativa de la oposición se ha visto afectada”, escribe Kurmanaev.
Hay un detalle que sobresale del reportaje del New York Times: Juan Guaidó había rechazado este acercamiento al régimen de Nicolás Maduro orquestado por la nación escandinava. Según me dijo una fuente muy cercana a Juan Guaidó, el Gobierno de Noruega llevaba semanas ofreciendo el patrocinio de diálogos en Oslo. Sin embargo, en contraste, otra fuente aseguró que fue la dirigencia opositora venezolana la que acudió al país europeo.
La misma fuente, que prefirió el anonimato, me comentó: “Intuyo que esta fue una iniciativa principalmente de Leopoldo López”. En el diario El País de España el periodista Javier Lafuente subraya que las conversaciones en Noruega tienen “el visto bueno” de Leopoldo López y el periodista peruano Jaime Bayly dijo en su programa: “No me gusta que Leopoldo le haya dicho a Guaidó lo que tenía que hacer”.
“Creo que el presidente Guaidó debería olvidarse de Noruega, olvidarse… Diga lo que diga Leopoldo”, dijo Bayly.
En sintonía con esto cabe señalar la incomodidad de Washington con la participación de Leopoldo López en las decisiones del Gobierno legítimo de Juan Guaidó.
Como han dejado claro funcionarios americanos de alto nivel, como Mike Pompeo, Elliot Abrams y John Bolton, el presidente Guaidó es el hombre de Estados Unidos en Venezuela. Their man.
Un funcionario de la Organización de Estados Americanos, que prefirió mantenerse en anonimato, aseguró que a Estados Unidos le ha irritado el nuevo papel que está asumiendo Leopoldo López. Precisamente, porque Guaidó es el hombre de Washington.
“The west wing no está feliz”, me dijo el funcionario que, con relación a la connotación que da Estados Unidos al término «su hombre», comentó: “Y cuando dicen, this is our man, se lo toman muy en serio. Our-man-in-Venezuela. No puede llegar otro a desplazarlo”.
Y lo ha hecho. Justificando sus decisiones en las derrotas, la menguante fuerza de la presidencia de Venezuela y el envilecimiento del régimen de Nicolás Maduro, Juan Guaidó ha cedido y ensaya ahora, como lo reporta The New York Times, con negociaciones auspiciadas por Noruega.
América traicionada
Más allá del salmón y la buena cerveza Slåtteøl, Colombia no quiere saber nada de Noruega. La experiencia reciente en los diálogos por la paz hace que al Gobierno de Iván Duque le dé dentera la mención del país escandinavo. Porque lo que comenzó en Oslo, continuó con La Habana y pasó por Venezuela, terminó en La Picota y en el Congreso, con una FARC reformada e igual de peligrosa.
Por ello, “ni se imaginan la verraquera que agarraron aquí”, me dijo alguien muy cercano a la presidencia de Colombia. Siendo Colombia un aliado principal, potencial salvador de Venezuela junto a Brasil y Estados Unidos, cayó muy mal que el Gobierno de Juan Guaidó se apartara de los socios americanos para acudir a un país que ni reconoce la presidencia del miembro de Voluntad Popular ni cuenta con un historial favorable a la libertad de la región.
“Se enteraron por los medios y eso cayó muy mal, porque se supone que somos sus aliados”, me dijo el colombiano cercano a la presidencia.
El Gobierno de Colombia se enteró por los medios como también lo hizo el resto del mundo. Inmediatamente luego de que se filtrara la información, el líder del partido opositor Primero Justicia, Julio Borges, acudió a las redes para decir que él no estaba al tanto del acercamiento entre el régimen y el Gobierno de Guaidó. Se desentendió. Tampoco miembros destacados del partido Voluntad Popular lo sabían. Diputados influyentes, que hoy viven en el exilio en Colombia, desconocían el proceso de Noruega. Y los embajadores de Venezuela también se sorprendieron. Dos me confirmaron que ellos no sabían nada. Uno me aseguró que le incomodó y otro, intentó justificarlo.
De los aliados, no solo el Gobierno de Colombia está molesto. En Brasil tampoco sabían nada. La información cayó como un yunque sobre la confianza en el Gobierno de Juan Guaidó. Y a Estados Unidos no le tocó sino “surfear la ola sorpresiva”.
“Me han contactado los aliados y están sorprendidos. Quieren saber si yo estaba al tanto”, me dijo un dirigente venezolano opositor que vive hoy en el exilio.
*Asimismo, el diario The Washington Post reveló este 22 de mayo que “los noruegos se habían acercado a los americanos ‘hace un par de semanas’ para tantear un diálogo”. Según detalla el diario, Estados Unidos los rechazó porque esperan, primero, algún gesto “de buena fe” por parte del régimen de Nicolás Maduro. No confían.
“¿Para qué es esto? ¿Algún otro intento de comprar tiempo? ¿De distraer?”, dijo al Washington Post un alto funcionario de la administración Trump que prefirió mantener el anonimato.
Por su parte, el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, ha hecho público su descontento. Al medio Infobae, le dijo: “Ese acercamiento de Noruega al tema es un acercamiento equivocado, porque esto no es un tema de un conflicto de dos partes, esto es cómo se sale de una dictadura y cómo se devuelven las garantías fundamentales a la gente”.
“Noruega todavía reconoce a Maduro, lo cual no ayuda (…) Sobre la base de que Maduro es todavía un presidente legítimo, no van a resolver ni la crisis humanitaria ni la crisis migratoria ni las violaciones sistemáticas de derechos humanos”, dijo Almagro.
Y el secretario tiene razón. No debería el Gobierno de Guaidó, que cuenta con toda la autoridad moral, someterse a un intermediario que considera equivalente las cargas morales y éticas y que reduce la disputa a un conflicto de dos partes. Mucho menos, como confesó al New York Times, acudir en condición de debilidad. Debe, es la única forma, y puede, imponer al régimen de Nicolás Maduro una negociación que favorezca solamente a Guaidó y a los venezolanos. La fuerza para ello se la dan los aliados que, tristemente, hoy desconfían.
El diplomático Diego Arria cuenta con una experiencia impar en resolución de conflicto y negociaciones internacionales. Participó en Bosnia, la antigua Yugoslavia, Somalia, Guatemala, Haití, El Salvador, Cambodia y Mozambique. Hoy, visto lo de Noruega, también desconfía. Se suma a las voces, como la de Almagro, que ven con aprensión las tertulias en Oslo.
“En Noruega no está todo el país sino representantes de Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo negociando cosas fundamentales para el rescate de nuestra libertad. Esto me parece de la más alta peligrosidad. Y hay que reconocer algo: el país no es de la Asamblea Nacional, sino la Asamblea es del país. Así como Guaidó no es dueño de la voluntad de los venezolanos sino al revés”, dijo Arria el 17 de mayo en un audiovisual que se difundió masivamente.
“Esta conversación o mediación no es para nada legítima. No lo es porque no están los representantes verdaderos, ni del régimen ni de quienes serían la oposición venezolana”, aseveró. Arria se refiere a que ni el ilegítimo ministro de Información, Jorge Rodríguez, ni el gobernador ilegítimo de Miranda, Héctor Rodríguez, representan al régimen como tampoco lo hacen el independiente y antiguo alcalde, Gerardo Blyde; ni el segundo vicepresidente de la Asamblea y miembro del partido Un Nuevo Tiempo, Stalin González.
“Ya hemos intentado esto. Hace rato fracasaron las negociaciones y, cuando las negociaciones colapsan la única instancia que queda es el uso de la fuerza”, subraya el diplomático Diego Arria.
Pero seguirán. Lo reseña el medio Bloomberg: puede haber un segundo round de encuentros en Noruega la semana que viene. Si llegan a ocurrir, a los emisarios de Guaidó se le sumará el exrector del Consejo Nacional Electoral, Vicente Díaz y a los del régimen, el ilegítimo canciller Jorge Arreaza.
Y así van, los acuerdos y negociaciones, que iniciaron hace varios meses a espaldas de Maduro y de los venezolanos, que se retomaron en Cuba con Maduro —como informó la emisora pública noruega NRK— y que hoy van por Noruega.
Sin importar que se incomoden los aliados y los venezolanos, que entre todos se difunda la desconfianza y decepción —esos sentimientos que naturalmente produce la palabra «diálogo»—; y con el riesgo de que se extravíe esa gran oportunidad que se concentró en Juan Guaidó y en el apoyo que las grandes democracias de la región le han dado.
No por nada el Grupo de Lima ha postergado su reunión de Guatemala, prevista para el pasado 20 de mayo. Esperarán a ver qué ocurre. Qué pasa bajo la aurora boreal.
«Falta en Venezuela el ingrediente básico, según Napoleón, para el éxito: L’audace, l’audace, toujours l’audace!», me dijo el miembro del consejo de directores del Atlas Network y director del PanAm Post, Luis Henrique Ball.
Ah, la audacia. Por ningún lado.