Así nadie escriba al respecto; nadie lo reporte y todos callen, para que no crean que se ha alzado una campaña insidiosa, destructiva, en contra del legítimo presidente de la República de Venezuela, Juan Guaidó. Nada, ni el mayor silencio de aquellos que tienen la responsabilidad y el deber de solear las verdades, podrá alterar la realidad, esa que perjudica enormemente a quienes se esfuerzan por recuperar la libertad de Venezuela.
Los aliados de la región, los únicos con la fuerza y el compromiso para acompañar a Guaidó, están frustrados (un poco más sobre esto, en el artículo A espaldas de la ruta de Guaidó…)
Hablemos de Colombia.
Ni siquiera una llamada
Eran alrededor de la una de la tarde en la Casa de Nariño. Fue hace unos días. En una reunión privada, bastante cerrada, aunque no confidencial, un alto funcionario de la presidencia de Colombia dijo a los presentes: “Nosotros nos enteremos de las reuniones de Noruega en los periódicos. No entiendo por qué si tenemos comunicación directa con el Gobierno de Guaidó”.
Hace unos días había escrito al respecto. En Bogotá están molestos, muy molestos, porque, primero, ellos son los grandes aliados y esta iniciativa se ha hecho a sus espaldas; y, segundo, porque la presencia de Noruega como mediador, luego de la experiencia en Colombia con los diálogos de la paz, incomoda mucho a una novel administración que sufre las consecuencias de unos perniciosos acuerdos.
Por ello para la nota publicada el 23 de mayo, alguien muy cercano a la presidencia de Iván Duque me dijo: “Ni se imaginan lo emberracada que está la gente aquí”.
Pero ahora, en una reunión de un menor nivel, con gente que no se ha vuelto meritoria de la información que se confía a pocos, sin pudor, sin delicadeza y sin cuidar las palabras como quien evita tropezar, un alto funcionario de la presidencia de Colombia aseguró que ni el Gobierno de Juan Guaidó, ni ninguno de sus representantes, contactó al Gobierno colombiano para ponerlo al tanto de la aventura escandinava.
“Nosotros hemos recibido el impacto de la crisis migratoria. Hemos invertido nuestros esfuerzos y hemos estado dispuestos a acompañarlos en cada iniciativa; pero nos apartaron”, dijo el alto funcionario en la reunión privada.
Continuó explayándose al respecto, manteniendo una retórica alturada inherente a quienes ejercen un cargo de ese nivel, sin insultos, calificaciones negativas o reproches. Pero, entre sus palabras, en su mirada y su cadencia se percibía una clara frustración. Había decepción. El Gobierno de Colombia está desilusionado.
“Ni siquiera una llamada”, dijo en la reunión privada. “Nos enteramos por los periódicos”.
Ni en la Casa de las Américas ni en Lima
Un affaire como el de Oslo debía ser consultado con cada uno de los aliados más importantes. El impacto que ha tenido, tanto en la opinión pública, como en el curso que está tomando el país y en la imagen del presidente Juan Guaidó ha sido enorme.
No debería nadie sumergirse, emprender la hazaña, suponiendo que, de terminar mal, nada habrá ocurrido.
Pero, así como al Gobierno de Colombia no le consultaron, tampoco lo hicieron con ningún otro actor del hemisferio.
Ni en la Casa de las Américas, en DC, sonó el teléfono ni en las oficinas de quienes se reunieron en la capital peruana aquel 8 de agosto de 2017.