«Ante Dios todopoderoso, Venezuela, juro asumir formalmente las competencias del Ejecutivo nacional como presidente encargado para lograr el cese de la usurpación, un Gobierno de transición y elecciones libres».
Fue el 23 de enero de este año. Si recuerdo bien, la primera vez que Juan Guaidó pronunció esa sarta de palabras que se convertirían en mantra.
Millones de venezolanos no solo celebramos aquello que ya teníamos días exigiendo. La juramentación de Guaidó como presidente de Venezuela, muestra de coraje indecible, entusiasmó a todo un país bajo la certeza de que el hombre que tendría el valor de llamarse presidente (legítimamente) en un país sin libertades, tendría entonces el compromiso de concretar el cambio de sistema. La lógica era bastante sencilla: si este diputado desconocido se arriesgaría a confrontar a Maduro de esa manera, ahora tiene que ganar, pues de lo contrario terminará en alguna mazmorra del régimen.
Pero lo otro que tantos celebramos fue presenciar cómo la dirigencia política punteaba, ante millones, la prenda que usaría por lo que terminaría de durar la contienda. Con cada pronunciación, Guaidó iba sobrehilando el traje. Una camisa de fuerza, bastante angosta. «Cese de la usurpación», una manga; «Gobierno de transición», la otra; «elecciones libres», los detalles. Cientos de miles aplaudieron y ajustaron la correa.
Veinte años de tragedia roja no se explican sin considerar el mediocre papel que ha jugado la dirigencia política opositora en Venezuela. Tantos ensayos, todos fracasados, han ejercitado al ciudadano y lo han vuelto cauteloso, demasiado escéptico frente a los aparentes esfuerzos por dirigir la causa contra el chavismo. Diálogos fallidos, desviaciones a última hora, mezquinos y deficientes que se prestan para farsas electorales. Porque cada una de las experiencias ha terminado mal. En parte, es cierto, por licencias que otorga la ciudadanía, comprensibles bajo este estado de pánico y desesperación.
Pero cuando de un trompazo aparece frente a millones el ignoto, ese príncipe casi puccinesco, capaz de responder todas las preguntas, todo cambia. ¡Que nadie duerma en Caracas, quién es este Guaidó! Y llega con algo que ningún otro pudo garantizar: “Esta es mi agenda, esta es mi ruta, todos la apoyan y yo me apegaré estrictamente a ella”. Sin compromisos añejos ni vínculos con la decadente clase política que hundió al país. Guaidó se perfilaba como the chosen one, sobre todo por la certeza que existía de que la ruta, inalterable, era la adecuada.
Decir «cese de usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres», significaba que, primero, todos los esfuerzos se enfocarían en lograr la salida del chavismo (no solo de Maduro, sino de todos y cada uno de los usurpadores); en segundo lugar, una vez logrado el cese de la usurpación, una vez ya no exista chavismo en el poder, se conformaría un Gobierno de transición, con Guaidó a la cabeza, que logre preparar y sanear al país de cara al tercer y último objetivo: las elecciones libres. Verdaderamente libres.
Los tres pasos, firmes en ese orden, evitaban que se cometieran nuevamente los errores opositores que enroscaron el autoritarismo en Venezuela. Si se mantenía la ruta de forma inflexible, bajo una vigilancia severa y permanente, nada impediría el triunfo. Una camisa de fuerza. Y la tejió el mismo Juan Guaidó.
Ya van más de ocho meses desde que el ignoto que sorprendió se juramentó frente a millones y blandió como principio decidido de su liderazgo esos tres pasos. Palabras que se le ciñeron y ya, luego de tanto, se han vuelto molestas. Casi imposibles de cargar. Muy incómodas.
Naturalmente la camisa de fuerza sería insufrible y el presidente, en cualquier momento, empezaría a retorcerse para zafarse. Lo hizo. Las fronteras entre los pasos se empezaron a desdibujar y vimos a un liderazgo, degradado y terriblemente afligido por la realidad de la coyuntura —realidad que considera los intereses económicos y financieros de factores y partidos de la oposición y lo complejo de deponer a un régimen con las características del de Maduro—, dando saltos entre alternativas que en nada se correspondían con la agenda que millones celebramos.
Nadie jamás habló de negociaciones, ni de un pacto en el que la usurpación cesara a medias o acuerdos de convivencia. Para despojarse del atuendo que con mucha cautela punteó, y en ocasiones zurció, Guaidó contó con la asistencia de los primeros interesados en liberar al presidente del país, y del Parlamento, de ese estorbo que evitaba desviaciones. Millones lo vieron vestirse, pero pocos, apenas un puñado de corruptos, ladrones y delincuentes, lo desnudaron.
Ahora de ese 23 de enero el presidente pasó a firmar un «Acuerdo para corroborar la ruta política integral planteada al país que permita elecciones libres y transparentes». Es un texto de cuatro páginas, con consideraciones y acuerdos, en el que la firma del presidente se ve acompañada por la de su vicepresidente, Edgar Zambrano, quien jamás manifestó simpatía por la ruta planteada en enero. «Sería irresponsable que Guaidó se juramente como presidente», dijo el diputado Zambrano unos pocos días antes del 23 de enero.
Este texto firmado el primero de octubre, visto como una capitulación por gente tan comprometida con la causa por la libertad de Venezuela como la ex eurodiputada Beatriz Becerra y la incansable defensora de los derechos humanos y exembajadora de Guaidó, Tamara Sujú, deja a un lado el mantra de tres pasos blandido desde enero y mercadeado como agenda ineludible de Guaidó.
«Hoy, Venezuela amanece con un ‘Acuerdo de cohabitación’ y el de la transición, con los pasos comprometidos (cese de usurpación, transición y elecciones), fueron invertidos y la cohabitación con los criminales será la vía para llegar a elecciones, ¿libres?», preguntó Tamara Sujú.
Lo cierto es que en el documento no se menciona ni una sola vez la palabra «usurpación» ni se hace mucha referencia a las facultades inherentes a la presidencia interina que dirige Guaidó. En cambio, se deja claro, en todos y cada uno de los acuerdos, el compromiso de la Asamblea Nacional con la resolución de la crisis venezolana a través de un proceso electoral que sea pactado en lo que ellos llaman «Acuerdo Político Integral». Aunque presuntamente los encuentros de diálogo auspiciados por Oslo ya acabaron, en las cuatro páginas se ventila la voluntad de seguir negociando bajo los mismos términos y el mismo mediador.
«¿En serio una ‘ruta política integral’ manteniendo la usurpación de Maduro y su cohorte? Las elecciones, además de libres y transparentes, deben ser creíbles. No entiendo esta decisión súbita de asimilar al chavismo y liquidar la hoja de ruta para Venezuela», dijo en Twitter la ex eurodiputada Becerra, gran aliada de los venezolanos.
No son los mismos los que siguen aferrándose a la ruta propuesta por el presidente Guaidó en enero. Esa agenda de tres pasos que hoy es incómoda para quien la empuñó. Lo cierto es que el presidente anda desesperado por quitarse la camisa de fuerza. Quizá solo debiera sincerarse y decir que los tiempos han cambiado. Explicar por dónde va ahora. Es lo mínimo que merece el país.