La dictadura china es cínica y ahora anda buscando presentarse como una autoridad moral y sanitaria en la lucha contra la pandemia que aqueja al mundo. Como ahora se supone que debemos creer en sus cifras y su éxito, alecciona a todos y va a Italia a decir que allá no se están haciendo las cosas bien. El profesor venezolano José González ilustró muy bien la hipocresía en un tuit: «Es como matar a un peatón porque vas manejando borracho y pagarle un 10% del funeral a la familia». Pero además, la dictadura exhibe la insolencia de reclamar al que la increpe por lo obvio: haber matado al peatón.
Hace varios días Mario Vargas Llosa publicó una magistral columna en el diario El País en la que puso los puntos sobre las íes en referencia al régimen comunista que domina al gigante asiático. «Ese virus proveniente de China (…) Nadie parece advertir que nada de esto podría estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un país libre y democrático y no la dictadura que es», escribió el Nobel. Al régimen no le gustó, su embajada en Lima protestó y decidieron censurar al escritor en China.
Al secretario general del partido español Vox, Ortega Smith, también le cayó el berrinche cuando, luego de publicar un tuit en el que dijo que sus «anticuerpos españoles luchan contra los malditos virus chinos», la embajada de Pekín en España escribió, también en Twitter, que «la libertad de expresión tiene límites». Ortega Smith cedió y borró el tuit.
Pero no hizo lo mismo el presidente Donald Trump, al que también le reclamaron por blandir lo incuestionable. En un tuit lo señaló y también en una rueda de prensa: el virus «vino de China. Creo que esta es una fórmula muy precisa (…) Lo llamaré usando el país de donde viene». A Pekín tampoco le gustó y reaccionó expulsando a periodistas estadounidenses de su territorio. «Estados Unidos debe cesar inmediatamente sus acusaciones injustificadas contra China», protestó la portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores del país asiático, Geng Shuang. La agencia de noticias estatal Xinhua también pegó el grito al cielo y dijo que «usar términos racistas y xenófobos para culpar a otro país del brote revela la irresponsabilidad y la incompetencia de los políticos» —se escudan, por supuesto, en los tiempos de correctitos que vive el mundo—. Desde entonces, Trump no ha parado: el virus es chino. Chinese virus, chinese virus, chinese virus.
El régimen comunista encabezado por Xi Jinping pudo detener el brote de la pandemia a tiempo. Un estudio de la Universidad de Southhampton concluyó que si se hubiese actuado una semana, dos semanas o tres semanas antes, los casos se hubieran reducido un 66%, 86% o 95%, respectivamente. En cambio, la dictadura persiguió y silenció a todo aquel que intentó alertar al mundo de la gravedad de un nuevo virus, letal y altamente contagioso, antes de que este se saliera de control —como es el icónico caso del doctor Li Wenliang—. La dictadura alentó las celebraciones y los viajes de sus ciudadanos en el marco del año nuevo lunar y tardó cuarenta y tres días en tomar la primera medida para contener el contagio. Por último, hace pocos días nos enteramos, gracias a la respetada publicación independiente Caixin Global, que a mediados de diciembre un laboratorio de Wuhan halló un virus similar al SARS del 2002 y, en lugar de alertar, las autoridades exigieron «entregar o destruir las muestras y no divulgar sus hallazgos».
«La ciudad siguió adelante con su celebración del año nuevo lunar en enero, que trajo miles de familias a la ciudad para celebrar, sin informar a las personas que el coronavirus era transmisible entre humano», se lee en una nota del National Review, que recoge el reporte de Caixin Global.
El régimen comunista chino es responsable de poner al mundo a padecer y del inminente colapso económico y ahora se indigna porque hemos decidido apuntarles con el dedo. Los culpables de los más de 4.800 muertos en Italia, 1.300 en España y cientos en el resto del mundo, tienen nombre, andan en Zhongnanhai y se pasean por las oficinas centrales del Partido Comunista de China.
La dictadura ha protestado y se ha ofendido porque quienes son víctimas de su responsabilidad en la pandemia, dicen que el virus es chino. Pero el pertinente apodo no solo le molesta a la dictadura comunista. También a muchos idiotas en el mundo. Ya tenemos a un tropel de deficientes, todos militantes de la dictadura de la corrección política, diciendo que la obviedad es ofensiva y que alienta el racismo. Bien dijo el maestro Zizek que la corrección política es una forma más peligrosa de totalitarismo. Que hoy atenta contra nosotros y que amenaza con blanquear a uno de los regímenes más sanguinarios y peligrosos de la actualidad, hoy culpable de que todo el mundo atraviese su mayor reto en los últimos años, que ha costado vidas y ha provocado tanto sufrimiento en tantas familias.
La histeria por lo indiscutible es innecesaria, por supuesto, síntoma de estos tiempos frágiles. No recuerdo protestas recientes por que a la gripe de 1918, que mató a millones, se le llamara «gripe española»; o por que al Zika, también de niveles pandémicos en 2015, se le llamara así, como un bosque ugandés; tampoco por el Ébola, cuyo nombre deriva de un río del Congo. Al coronavirus del 2012 que estalló en Arabia Saudita se le conoció como Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS); y a la pandemia por influenza H2N2 de 1957, «gripe asiática». Son tantas las enfermedades o virus que reciben su nombre por el sitio en el que se identifican por primera vez. Históricamente ha sido así.
Llamémosle virus chino. Y no solo porque se halló en un principio en Wuhan. Pekín protestó porque al virus que nació en China, que se intentó encubrir en China y que de China se exportó, lo han llamado «virus chino». Pues si a esos criminales les incomoda que le llamen «virus chino», a gritarlo muy alto. Que esto se quedará corto con lo que deberá de hacerles el mundo como respuesta a su responsabilidad en esta pandemia, que a diario mata gente como moscas.