El jueves pasado el fiscal general de Estados Unidos, William Barr, presentó acusaciones por cargos de narcoterrorismo contra Maduro, Cabello, El Aissami y otra fila de delincuentes. Cinco, los principales, no solo cargan con el letrerito de most wanted en el cuello sino también con el de reward. Por la cabeza de Maduro unos 15 millones. Por la de Diosdado, diez.
Fue un torpedo a la línea de flotación y ahora solo esperamos por que el barco rojo se termine de hundir. Los tiempos los definirán los actores involucrados y la urgencia nos obliga a acelerarlos. Cada día se cuenta en muertos.
Hay dos maneras de concluir la película: por las buenas o por las malas. A todos los que han terminado con su imagen entre la de los criminales más buscados por Estados Unidos, con además recompensas millonarias, les ha ido mal. Averigüe si quiere por Sadam Husein, Bin Laden o el Chapo Guzmán. Esa es la salida por las malas. Y para ello, William Barr mostró el garrote. Pero es la política del carrot and stick.
La zanahoria la enseñó este martes el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo. Presentó lo que él llamó, el Marco para la transición democrática en Venezuela. Una propuesta de una transición ordenada, pactada, en la que se evitaría el mayor trauma posible. La idea es reducir los costo inherentes al derrocamiento de una pandilla de narcotraficantes en el Gobierno. Es, al final, una invitación de Pompeo a que algunos de los tripulantes de ese barco que se hunde se suban al bote que él ofrece.
El Departamento de Estado presenta al chavismo la posibilidad de levantar todas las sanciones a cambio de: la liberación de los presos políticos, el reconocimiento de la Asamblea Nacional, la salida inmediata de todas las fuerzas de seguridad ajenas a Venezuela y la conformación de un Consejo de Estado que excluya a Guaidó y a Nicolás Maduro, que emane de la Asamblea Nacional, que tome en cuenta al chavismo y al alto mando militar actual y que designe un nuevo presidente temporal.
Hay muchas formas de interpretar la propuesta del Departamento de Estado. Podemos decir que innumerables voces (no aliadas, por supuesto) le han solicitado a Estados Unidos que levante las sanciones a Venezuela a propósito de la pandemia que aqueja al mundo. Estados Unidos no lo hará, por supuesto, pero hoy se curó en salud y puso sobre la mesa una propuesta para levantarlas y deja claro que queda a la voluntad de las partes. Como es irrealizable, todo seguirá igual.
Por otro lado, a vuelo rasante, lo que los medios han recogido en sus titulares es que Estados Unidos les pide a Guaidó y a Maduro que se hagan a un lado. Pompeo y Abrams insisten en que no es que están despachando a Guaidó, pero lo ven más como un buen candidato presidencial. Es curioso, porque Guaidó es útil y valioso en la medida en que es el presidente interino de Venezuela y dirige una transición. Estados Unidos, queda claro, ya no ve a Guaidó como el hombre apropiado para la transición.
La reflexión anterior es irrelevante porque la verdad es que a estas alturas poco importan Guaidó o Maduro. Debatir sobre ellos, hoy actores marginados, es dar vueltas en círculos. Pompeo no les habló a ellos. Su mensaje fue para quienes rodean al tirano. Esos que, de entregarlo, no solo se llevan su buena tajada de plata sino que además podrían participar en un Consejo de Estado que les brinde legitimidad, los catapulte como héroes y los vuelva hombres de la transición.
Es la zanahoria de esta historia. Luego de enseñar el garrote, esta podría ser la última oportunidad, ya no para Maduro, sino para quienes lo sostienen. La invitación de Estados Unidos es clara y bastante tentadora. O le ponen fin a él o le dejarán a otro hacer el trabajo sucio. Entonces caen todos, mucho más traumático, claro. En este final no hay bote que llegue.
«Este es un mensaje importante para los capos de la droga: no hay refugio seguro para ellos. Su riqueza y su poder de fuego no podrán protegerlos para siempre», dijo William Barr en 1992 cuando, siendo fiscal general, condenó a Noriega por cargos de narcotráfico.