Antes de ser expulsado del diario El Mundo, Fernando Sánchez Dragó reflexionó sobre lo que nos espera. En su última columna en el prestigioso diario, y quizá la que le costó la tribuna, Sánchez Dragó atribuyó la culpa de la pandemia del coronavirus a la globalización. «¿No queríamos globalización? ¡Pues toma globalización!».
La palabra que mejor le calza es la de «incómodo». Eso es Fernando Sánchez Dragó: un intelectual verdaderamente incómodo. Un anarquista de los que sí valen la pena. De los verdaderos, de los que ya no pare el mundo. Anarcoindividualista, anarcoconservador. De esos que se rebelan en contra de lo que debe ser. Y lo dice en su columna en El Mundo: «¿Está la suerte echada? No lo sé, pero estoy convencido de que la globalización es nuestro Rubicón. No lo crucemos. Volvamos atrás. ¿Es imposible? Sí».
Pero no es cualquier intelectual. Fernando Sánchez Dragó es quizá uno de los más grandes e influyentes intelectuales de España. Yo lo conocí gracias a su famosísimo programa de televisión Las noches blancas. Luego lo seguí en El Mundo. Es periodista, escritor, fue jurado del premio Príncipe de Asturias por más de quince años. Ha publicado más de treinta obras. Su magnum opus es Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España y su último libro es una disección meticulosa de Santiago Abascal, una de las estrellas de la política española. El valor de su pluma y su hábil manejo del idioma son reconocidos tanto por seguidores como por detractores. Porque todos siguen y quieren escuchar a Sánchez Dragó. Desde los que lo detestan, por incómodo y provocador a ultranza, hasta los que lo siguen, por sabio.
El PanAm Post tuvo la oportunidad de entrevistarlo en una conversación que se paseó por la actual crisis del coronavirus, la responsabilidad del régimen chino y el Gobierno de Pedro Sánchez, los debates actuales sobre libertad y seguridad; y sobre política e internet.
«Se puede y se debe colaborar con casi todo el mundo para hacerle frente a la crisis, pero no con quienes son arte y parte en la pandemia. Mantener a Pablo Iglesias en el Gobierno equivale a mandar al país a la quiebra y a la opresión», dijo Fernando Sánchez Dragó al PanAm Post.
En su última columna en el diario El Español, usted escribía: «Aprendamos la lección de la pandemia para aprovechar, como en las artes marciales, el impulso de una aparente enemiga que en realidad es amigo». ¿Cuál y hacia dónde es el impulso?
Hay muchas lecciones en esta crisis. Ya las iré desgranando. La primera es la que en esa columna menciono: cobrar clara conciencia de que todos vamos a morir, de coronavirus o lo que sea, y reconciliarnos con esa evidencia en vez de fingir que no existe.
Usted habla del miedo y de cómo este ha definido nuestra reacción ante esa amenaza que llegó para demostrarnos cuán frágil somos. Pero nos pide que no tengamos miedo. ¿No es, acaso el miedo, lo que hoy nos ha permitido asumir las conductas necesarias para evadir al enemigo?
Muchas de esas líneas de conducta están en tela de juicio. De momento, la epidemia crece. El miedo paraliza y ofusca. No es lucidez. Nos pone en fuga. Cosa bien distinta, por su racionalidad, es la cautela. En todo caso, como dijo Krishnamurti, en frase que cito a menudo: «Haz lo que temes y el temor desaparecerá». O sea: vive, mientras estés vivo, y riega tus macetas todos los días.
¿Cuál es realmente el enemigo de la historia? ¿El virus?
La pregunta está mal planteada. El hombre está hecho de naturaleza y de historia. Esta es contingente y provisional; la naturaleza es necesaria e intemporal. El viejo dilema entre civilización y cultura, concepto. Este último, que etimológicamente viene de cultivar la tierra. Tenemos que devolver la historia a sus justos límites y permitir que la naturaleza salga por sus fueros. ¿Volver atrás? Pues sí: volver atrás. ¿Ha oído hablar usted de la enantiodromía?
Correr en sentido contrario… Estudios, investigaciones y reportes hoy apuntan en una misma dirección: China tiene casi total responsabilidad en el brote de la pandemia. Contuvo información, persiguió a quienes alertaron y alentó el desenvolvimiento de sus ciudadanos durante el Año Nuevo Lunar. ¿Está bien apuntarles con el dedo?
China, en esta ocasión, ha sido el brazo armado del destino, pero lo sucedido podría haberse originado, como el sida o el ébola, en otros sitios. ¿Acaso nuestros Gobiernos no hacen lo mismo en mayor o menor medida? Escamotear la información, no alarmar, perseguir ahora a quienes disienten de las medidas adoptadas, permitir y alentar las manifestaciones feministas, los mítines, los partidos de fútbol, el jolgorio generalizada y, sobre todo, predicar lo de siempre: ¡desarrollo, desarrollo, desarrollo!
¿Cómo deberían pagar los responsables, si en este caso es China?
No soy juez ni fiscal. Que se ocupen de eso los políticos. Pero, en el caso de China, el castigo es inviable, por ser ese país el nuevo dueño del mundo. Las mascotas no pueden castigar a sus amos; al revés, sí. Nosotros somos las mascotas de los chinos.
La misma tropa de correctos de siempre se ha indignado porque una parte de la población, esa que aspira a que los responsables no salgan blanqueados de esta crisis, decidió llamarle «virus chino» al coronavirus de Wuhan. ¿Usted está de acuerdo en renombrar como «virus chino» al coronavirus?
Eso es tan anecdótico como llamar española a aquella epidemia de gripe o mal francés a la sífilis. Los adjetivos no importan. Importan los sustantivos.
En esta misma tónica de indignados, varios salieron a reclamarle a Trump por su decisión de cortarle los fondos a la OMS. ¿Hizo bien?
Por supuesto que sí. La OMS es un artilugio político, económico e ideológico puesto al servicio de vectores e intereses que nada tienen que ver con la salud. Debería ser disuelta, como todos los organismos internacionales.
Y está el Gobierno de Sánchez, también responsable de tanto que pasa ahora en España, que ha dicho que lo único que ha hecho es seguir las indicaciones de la OMS. ¿Este no es, de hecho, una muestra del fracaso de ambos?
Lo es, pero no olvidemos lo que sucedió en la epidemia del SARS y de sus millones y millones de vacunas que no sirvieron para nada. Entonces no nos gobernaba Sánchez. La práctica totalidad del establishment mundial siempre ha bailado al son de la OMS, con muy pocas excepciones. Taiwán es una de ellas y es de los pocos países que han frenado en seco la epidemia. Detrás de la OMS están los laboratorios y la farmacocracia.
El manejo de la crisis por parte de Sánchez ha sido, por lo menos, bastante mediocre. Pero además hay un ápice de criminalidad indirecta. Aprovechan la crisis para solidificar su poder. Y mientras, mueren cientos cada día. En medio de todo, fuerzas políticas como Vox o el PP piden la cabeza de Sánchez. ¿Hacen bien? ¿No le parece un poco mezquino, cuando quizá el país exija cooperación entre todos, aprovechar la crisis para deponer al Gobierno?
Tanto si hacen bien como si no, están en su derecho. Se puede y se debe colaborar con casi todo el mundo, pero no con quienes son arte y parte en la pandemia, porque eso equivale a propagarla. Hay, además, un problema muy concreto: Pablo Iglesias (y los suyos). Mantenerlos en el Gobierno equivale a mandar al país a la quiebra y a la opresión. Es condición sine qua non para cualquier pacto que Sánchez rompa con ellos.
Pero no es solo al manejo de la crisis del coronavirus. Están también los vínculos del Gobierno PSOE-Podemos con organizaciones criminales como el chavismo. Recientemente Estados Unidos acusó a una serie de individuos afines al régimen chavista por narcotráfico. Uno de ellos es Hugo Carvajal, cuya cabeza tiene un valor de diez millones de dólares. Se encuentra en España y, según reportes, lo protege la misma inteligencia española para evitar que la caída de Carvajal implique la caída del Gobierno de Sánchez. ¿Qué piensa al respecto?
Alta política. No me ocupe de ella. No puedo opinar. No sé nada de ese asunto. Si es como usted lo dice…
Por otra parte, Don Fernando, hay un debate en el que quisiera profundizar con usted. En el mundo todos los ciudadanos estamos aplaudiendo medidas profundamente autoritarias, porque las vemos como las adecuadas para resguardar nuestras vidas. ¡El que nos mande primero a la casa, el que cierre primero los cines o los restaurantes, ese es el que mejor lo está haciendo! ¿Cuán peligroso es esto?
Peligroso o no, es evidente que la democracia por sufragio universal se bate en retirada. Ese deterioro había empezado mucho antes de que la pandemia diese el golpe de gracia. Yo, en mis columnas, venía denunciando desde hace décadas ese proceso. China, Rusia, el Islam, Iberoamérica, los euroescépticos… Vuelve, porque la gente lo desea, el principio de autoridad a la gestión de la cosa pública. Pero autoridad no es sinónimo de autoritarismo, sino más bien de lo contrario. Comienza una nueva era. Termina la que inauguró la Revolución francesa.
Hoy la discusión es la de seguridad versus libertad y privacidad. ¿Está bien sacrificar nuestra libertad amén de nuestra seguridad y salud? ¿Cómo podemos los ciudadanos imponer límites que definan que estas medidas extraordinarias deben acompañar únicamente a estos tiempos extraordinarios?
De ninguna manera. La ciudadanía no existe. Es una invención de los políticos y de quienes los financian. Así ha sido siempre y siempre será así. Donde hay patrón no manda marinero. Mi postura es de máximo escepticismo: me conformo con cultivar mi huerto, como el cándido Voltaire. Si todos lo hicieran, otro gallo nos cantara. Y mi huerto es la literatura. A la ciudadanía que la ondulen. Yo no soy de urbe, sino de agro.
En un artículo que salió en el Financial Times, Yuval Noah Harari dice que de estos tiempos o salimos todos juntos, o no salimos. La tendencia de cierta intelectualidad de izquierda es la de decirnos en la cara que siempre tuvieron razón, que el globalismo es la vía y que debemos afianzar la cooperación entre naciones. Sin embargo, un argumento de quienes se oponen a ello es el de que si hubiera habido fronteras fuertes, sólidas, nada de esto hubiera ocurrido. ¿Por cuál se decanta usted?
Por la segunda. Las fronteras son necesarias: un criterio de ordenación y clasificación. Homogeneizan. Evitan que las churras se mezclen con las merinas. La globalización, el relativismo, el multiculturalismo y el turismo son los corceles del Apocalipsis.
Zizek, quien suele pecar de pensar con el deseo, nos dice que esta crisis acelera el fin del capitalismo. Dice que el virus le asestó un golpe letal a la economía de mercado y, entre dientes, lo celebra. ¿Cree que la crisis de la pandemia nos obliga a repensar nuestros modelos económicos y que de alguna manera estamos ante el inminente fin del capitalismo?
El capitalismo y el mercado son cosas distintas. El segundo es necesario para vivir; el primero es fruto inevitable de la condición humana. Pero sé muy poco de economía. Me aburre. No me interesa. Nunca leo las páginas salmón.
Por su lado, Byung-Chul Han, quien disiente de Zizek y más bien señala que el capitalismo saldrá fortalecido, se refiere a algo muy interesante: la pandemia fortalece el individualismo y agrieta los colectivismos. «El virus nos aísla e individualiza. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia», escribió hace unos días. Usted es un individualista acérrimo. ¿Qué piensa de esto que dice Byung-Chul Han? ¿Somos más individuos hoy y, por lo tanto, las sociedades son mejores?
Uno de mis lemas es: solo, como Don Quijote, pero no aislado, como Robinson. Mis animales totémicos son el gato, el lobo, el oso, el escarabajo y el lagarto. Solitarios todos.
¿Cómo es que nos fortalecemos como individuos si también está ocurriendo otro fenómeno al mismo tiempo: las sociedades claman por Estados más fuertes y ahora son millones los que pasan a depender de la asistencia estatal? ¿Somos individuos pero dependientes?
¿Por qué no? Es el modelo patriarcal (o matriarcal… da lo mismo). Papá o mamá se cuidan de los enojosos asuntos de la organización, la financiación y la administración mientras los hijos se echan novia (o novio) y se van a los sanfermines. Nunca he vivido tan bien como cuando era hijo de papá.
Usted aterrizó recientemente en Twitter. ¿Fue motivado por la pandemia, por la soledad y el aislamiento?
Sí, claro, y sobre todo mi expulsión del periódico El Mundo. Sin ella ni se me habría pasado por la cabeza. Me obligaron a abrir resquicios. A buscar nuevas vías de comunicación. Abrí la cuenta, salté a El Español y fundé La Retaguardia. Ahora tengo más lectores de los que tenía. Estoy muy agradecido a quienes quisieron silenciar al «Lobo feroz». Soy toro bravo: me crezco en el castigo.
¿En qué tipo de herramienta se convierte el internet en estos días de reclusión? ¿Una que nos aísla y nos distancia o que más bien nos acerca?
Las dos cosas. Depende de cómo se utilice y del carácter de quien lo haga. Pero si de mí dependiera, cerraría internet. Con ella ha llegado el fin del mundo o, por lo menos, del mundo en que yo nací. Internet se lo ha cargado todo. El caldo de cultivo del virus es la globalización y esta existe gracias a internet. Bill Gates es el Anticristo e internet es la Bestia 666.
Para ir terminando, Don Fernando, ¿cuáles son los valores que tendremos que rescatar luego de esta pandemia? ¿Qué discusiones deberíamos estar teniendo que son, además, motivadas por la crisis?
Los del mundo anterior a la Revolución francesa. Los del paganismo, los del vedānta, los del tao… Dijo Machado: «Hora es de recordar / las viejas palabras / que han de volver a sonar».
Para usted, ¿cuál es el mayor valor que existe?
El de ser fiel a sí mismo. Pero para eso hay que averiguar quién eres. Nosce te ipsum. No es nada fácil.