El criminal asesinato de George Floyd ha desatado una verdadera crisis política y social en Estados Unidos. Del legítimo reclamo impulsado por la indignación e impotencia ante la injusticia —que todos debemos de reconocer—, se ha pasado a la conformación de un masivo movimiento insurreccional. Lamentablemente, la auténtica y razonable demanda de justicia se ha desvirtuado y aquello ha dejado de ser un grito de indignación y ahora se parece más a una aplanadora que atraviesa el país, devastando la propiedad.
Todos hemos visto las imágenes que han terminado tomando los medios: saqueos, incendios y violencia. Son aterradoras y abaten. A metros de la Casa Blanca, cientos de negocios destruidos. En Nueva York, en el Lower Manhattan, también. El histórico edificio de Macy’s en Herald Square, asaltado por la tropa indómita.
Pareciera que su propósito es destruir lo que hace grande a Estados Unidos. Prenden en fuego a Washington DC, la capital de ese gran país; y a Nueva York, la capital del mundo Occidental. Y queda claro: realmente, una parte importante de la sociedad americana odia a Estados Unidos. Odia tanta libertad. Ha aprovechado un crimen para exponer su desprecio por los valores que hacen grande a Estados Unidos.
Pero en parte, esos valores, son los que lo salvarán frente a estos esfuerzos agitadores e incivilizados. No ha sido necesario que el monopolio de la fuerza esté en manos del Estado para resguardar eso que es columna vertebral de la sociedad americana: la propiedad. La Segunda Enmienda ha servido de muro contra la barbarie y ha dibujado una frontera ancha y larga entre quienes quieren subvertir la nación y quienes quieren defenderla.
Lanzan siempre una frase trillada que jamás ha dejado de ser verdad: solo un hombre bueno armado puede detener a un hombre malo armado. Pues hoy, unos cuantos hombres buenos armados pueden detener a decenas de miles malos, no con pistolas, pero con piedras y bates.
A muchos barrios los saqueadores no han entrado porque saben qué enfrentarán. Lo dijo un jefe de policía en Florida: «Las personas en el Condado Polk tienen armas, les gustan las armas, y yo apoyo que tengan armas… Si tú tratas de romper su propiedad, recomiendo altamente que te expulsen de sus casas con sus armas». Está dicho, no hay nada que agregar. La presencia del Estado ni siquiera termina siendo necesaria: esos hombres, apelando a la Segunda Enmienda, tienen todo el derecho de defender lo que les pertenece. Los criminales que destruyen no podrán incendiar todo a su paso porque existe, afortunadamente, esa Enmienda.
La tensión en Estados Unidos ha llegado al paroxismo. Se ha tratado de convertir esto en una discusión racial cuando debería ser, más bien, sobre brutalidad policial. Grupos de extrema izquierda han aprovechado la ocasión y ahora manipulan la cólera a su antojo. Alteran a un país indignado, lo impulsan a la barbarie, sabiendo que la cruzada racial, ahora cainita, deja como víctimas a esos que ellos supuestamente representan: un medio como The Wall Street Journal ha sido el único valiente que reportó cómo los primeros afectados de las protestas y los saqueos son los mismos negros.
Mientras, se pone de pie la otra cara de la nación. Esa que, con puño y plomo, resguardará la propiedad y mantendrá intactas, por lo tanto, las columnas que sostienen a Estados Unidos. La Segunda Enmienda es, hoy y siempre, el muro contra la barbarie. Venga de donde venga.