EnglishUn rumor revolucionario en Washington DC se puede filtrar de la misma manera desde las oficinas congresionales, que desde una ONG castrista (hoy existen decenas de este tipo en la ciudad, sumando cientos durante décadas desde enero de 1959). Es un rumor que ya no deja lugar para las dudas en la capital norteamericana: en efecto, a finales de junio o a principios de julio se inaugurará en el 2630 NW de la Calle 16, la embajada cubana.
Los incontables agentes de seguridad del Estado que laboran en el aún llamado “consulado” cubano, pasaron toda una semana clavando un asta en el jardín de la mansión. Es una residencia robada por el castrismo al tesoro público de la República y al pueblo cubano. En la práctica ese lugar nunca fue un consulado, pues en términos de personal y gestiones siempre fue una de las “embajadas” más importantes en DC.
Al término de la ineficaz operación de colocar el asta, los albañiles de la policía diplomática cantaron el Himno Nacional de Cuba. No sería de extrañar que ese hit musical terminase en el Top 10 de la revista Billboard o el canal MTV. Contrario a lo pronosticado por el presidente Barack Obama el 17 de diciembre de 2014, en lugar del “todos somos americanos”, que se desprendió de su alegato del cambio de política hacia Cuba, la moda corporativa en Estados Unidos, es que ahora “todos somos castristas”, empezando por muchos sectores del exilio cubano.
Al término de la ineficaz operación de colocar el asta, los albañiles de la policía diplomática cantaron el Himno Nacional de Cuba
Roberta Jacobson, la sonriente Secretaria de Estado Adjunta para el Hemisferio Occidental, negoció (entre otros diplo-delincuentes) con los espías cubanos Gustavo Machín y Josefina Vidal: militantes del Ministerio del Interior castrista, cogidos in fraganti, por lo que ambos fueron sacados de los Estados Unidos en 2002 y 2003, respectivamente, por sus conexiones con las redes de espionaje de La Habana, tanto en la academia norteamericana como en el mismísimo Pentágono.
En el bar The Partisan de Washington DC, fueron todos a sellar con alcohol amnésico y selfies de élite el pacto secreto con el castrismo: ningún cubano a favor de la democracia será invitado a la inauguración de la nueva embajada. Para esto el Departamento de Estado de Estados Unidos mantendrá la fecha clandestina hasta la sorpresa final —con impunidad típica de nuestros trópicos—, y la cuadra completa será protegida hasta por el FBI, de ser necesario, para evitar cualquier manifestación contra este New Deal mejor conocido como el “Nuevo Descaro”.
Allí, en una taberna de lujo, libando sus coctelitos Cuba Libre y Habana Nueva, merodearon, como moscas de mercado, los legisladores de ambos partidos yanqui. También estuvo la crema y nata del cabildeo procomunista en el Congreso de Estados Unidos, más la recién estrenada coalición “antiembargo” Engage Cuba —léase, pro-dictadura—, encabezados todos por el embajador en jefe de la Sección de Intereses de Cuba en DC, José Ramón Cabañas, quien desde mucho antes del 17 de diciembre anda de proselitismo turístico, desde Pittsburgh hasta Tampa, y de vuelta con escala en Nueva York, implorando inversiones foráneas y créditos financieros, a cambio de mano de obra esclava en la isla, con cero derechos laborales y salarios de miseria medieval.
El magnate cubano Carlos Saladrigas, del comité ejecutivo de Cuba Study Group, y uno de los candidatos presidenciables después del 2018 —cuando se espera que Raúl Castro abandone su trono totalitario en la Isla—, ha definido esta fórmula de la fidelidad fósil con un slogan tan sabio como cínico: “Para Cuba es mejor China que Norcorea”.
Estos son los verdaderos Estados Unidos de América: un país ya a punto de tiranía ejecutiva, cuyos líderes y triunfadores tienden a ser resentidamente anti-estadounidenses, y conspiran —sabiéndolo o no— para que su propio país deje de ser una potencia, e incluso una referencia en el mundo. Es muy posible que lo consigan durante la actual administración.
Estos son los verdaderos Estados Unidos de América: un país ya a punto de tiranía ejecutiva, cuyos líderes y triunfadores tienden a ser resentidamente anti-estadounidenses, y conspiran
La guerra, de los activistas prodemocracia en la Isla y en el Exilio, hoy ya no es solo contra el régimen dinástico y despótico de la Plaza de la Revolución, sino contra el establecimiento indolente, hasta lo indecente, de la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Usar el vocablo de “guerra” es lo preciso, porque se trata de una guerra mortal contra la libertad no sólo de los cubanos, sino continental.
Los verdugos con guayaberas de verde olivo “Hecha en La Habana” y sus cómplices de caros trajes “Made in Washington DC”, como en la última cena de Revolución en la Granja —la visionaria fábula de George Orwell—, festejan no la última, sino la primera cena del postcastrismo.
Las risitas apóstatas de Roberta Jacobson y Josefina Vidal son de pronto máscaras intercambiables. No hay duda de la transformación ocurrida en sus caras. George Orwell podría haberlo resumido así mismo, pero con medio siglo de anticipación: asombrados, los cubanos pasamos nuestras miradas de cerdos a hombres, y de hombres a cerdos, y nuevamente de cerdos a hombres, pero ya es imposible distinguir quiénes son los unos, y quiénes los otros.