Es fundamental que se comprenda, porque de lo contrario, la falta de precisión por parte de la comunidad internacional obstaculizará cualquier auxilio real a la lucha democrática que se emprende en Venezuela: en el país regido por Nicolás Maduro, no existe solo una oposición. Hay dos.
Hace unos días alguien de España preguntó que cuál era el problema con la coalición de partidos presuntamente opositores al chavismo, la Mesa de la Unidad Democrática. Pensaba realmente, con ingenuidad, que esta plataforma electoral era la única representación con la que contaba la oposición venezolana —independientemente de sus torpezas— y no comprendía por qué los ataques y el rechazo. Como él, son muchos los que ven a la coalición como la única representación de toda una sociedad hastiada. Pero no es así.
Si bien la Mesa de la Unidad Democrática surgió como una plataforma electoral para confrontar al oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela en cualquier proceso democrático; es cierto que ha pretendido asumir el liderazgo absoluto de la lucha por el rescate de la libertad en el país. Monopolizar la palabra «unidad» para imponerse y definir la ruta.
Pero una vez abolida la alternativa democrática por la misma dictadura —ruta en la que necios insistían y aún insisten—, la Mesa de la Unidad Democrática como plataforma electoral se convirtió en una entelequia estéril. A partir de ese momento, cuando el régimen de Maduro impidió la ejecución del referéndum revocatorio en 2016, se empezaron a develar los intereses de ciertos factores políticos y el horizonte se esclareció.
No se trata de una percepción. Tampoco se especula. Son hechos. Es el mismo comportamiento del liderazgo el que los ha expuesto. Afortunadamente se trata de una conducta cada vez más abierta, permitiendo a los venezolanos determinar con precisión que existen dos oposiciones: y una no se opone. En cambio, colabora. Es falsa.
A estas alturas ya se puede hablar con tranquilidad de la presencia de esta dualidad. Nuevamente, los hechos lo reseñan. Y el venezolano lo sabe. Encuestas, testimonios y arrebatos lo demuestran. La mayoría de la sociedad democrática venezolana, comprometida con el verdadero rescate de la libertad, rechaza a quienes se pretenden erigir como líderes de una contienda. Repudian a los cómplices; aquellos que se escudan detrás de una presunta disidencia para continuar con sus canalladas.
Sin embargo, no es esta la misma percepción de la comunidad internacional. Desde afuera, quienes están más interesados en colaborar con el rescate de la libertad, ojean con incertidumbre la crisis política en el país y brindan la confianza a quienes gozan de la maquinaria y los recursos pertinentes para perfilarse como la representación de toda una sociedad; pero no lo son. La oposición oficial venezolana no confronta al régimen. Son, en cambio, parte esencial del sistema. Y se debe insistir en la importancia de determinar esto.
Son ellos los que, a pesar del trágico y fracasado historial, insisten en mantener un diálogo con un grupo de criminales decidido a mantener el régimen autoritario. Son los que restan importancia a la crisis. A los que se les enreda la lengua cuando deben hablar de crisis humanitaria o de tiranía. Los que aún no denuncian la existencia de un narcoestado, sino que hablan de un régimen con buenas intenciones, capaz de llegar a acuerdos.
Son los que no aparecen cuando se van a designar los nuevos rectores del Consejo Nacional Electoral. Los que esgrimen la incoherencia cuando acuerdan el abandono de cargo de Nicolás Maduro desde el Parlamento y al día siguiente lo vuelven a llamar presidente. Son los que aún lo llaman presidente.
También aquellos que están dispuestos a reconocer la ilegal Asamblea Nacional Constituyente y, de esa forma, brindarle legitimidad al totalitarismo. Los colaboradores son los que rechazan abiertamente la imposición de sanciones a la dictadura por parte de países amigos y al mismo tiempo condenan cualquier alternativa para deponer al régimen. Son, por supuesto, los que piden a la Fuerza Armada Nacional chavista mantenerse al margen y los que, cuando algún militar hace una pataleta, salen a condenarlo. Son los que rechazan la crítica y responsabilizan al ciudadano de sus errores. Los que pretendieron capitalizar una protesta que jamás les perteneció; luego trataron de controlarla hasta que al final la abandonaron para participar en unas fraudulentas elecciones. Son los que creen que en totalitarismo pueden obtener algún espacio y los que se disputan constantemente los privilegios que les brinda algún cargo.
Esos son los colaboradores. Que creen en la buena fe de un régimen que ha impuesto la miseria y por ello continúan manteniendo encuentros en una isla cuyo Gobierno no es imparcial. Los que se arrodillan ante el totalitarismo y los que aseguran que «doblarse» se convierte en una excelsa demostración de principios. Al final, son los que pueden recorrer libremente un país secuestrado. Aquellos que, a pesar de tener el pasaporte anulado, pueden entrar y salir de Venezuela tranquilamente.
Pero afortunadamente existe otra oposición. Una que hasta ahora se ha mantenido apegada a los principios inherentes a la verdadera lucha democrática. Que está ahí y que cada día goza de mayor respaldo.
Es esta la oposición real. Aquella cuyos líderes —aunque no se recomienda depositar la confianza entera— son merecedores del respaldo vigilante de la sociedad racional y comprometida con la libertad. Una oposición integrada por todos los sectores. Intelectuales, políticos, periodistas, economistas y activistas, con diferentes tendencias ideológicas, pero cuyas voluntades se alían con el objetivo de lograr el rescate de todo un país secuestrado.
Es esta la oposición que desde el principio ha denunciado el verdadero carácter criminal y autoritario del régimen. La oposición que no es ingenua y comprende la urgencia de solventar la crítica situación. Aquella que no insiste en alternativas ni estrategias estériles. Que ha comprendido que las rutas se agotan y la desobediencia se convierte cada vez más en la única herramienta. Es la oposición que mantiene sus principios intactos. Que denuncia la complicidad y además se somete a los ataques cuando decide convertirse en una alternativa real.
Son los que no hablan de sustituir al dictador, sino de demoler todo un sistema. Que no cede a las complicidades ideológicas. Es la oposición que el régimen inhabilita y que termina en la cárcel. La que padece la represión. La que incomoda a todos los bandos. A los cómplices, a los mediocres y a los criminales. Es la oposición decidida a confrontar. La que habla de crisis humanitaria, de narcoestado y explica cómo la permanencia de la dictadura es una amenaza para la estabilidad de la región. Los que aplauden la imposición de sanciones a los criminales y los que aseguran que cualquier alternativa para impedir la continuación de la miseria es pertinente. Son estos los que exigen al único vestigio de la República, el Parlamento, cumplir su deber. Los que convocaron un plebiscito y los que reclaman que no se ha acatado la voluntad de más de siete millones de venezolanos. Son, al final, los que hablan de iniciar la transición hacia la democracia.
A pesar de lo que algunos dicen, delatar la existencia de los primeros no significa torpedear a aquellos cuyos esfuerzos también son necesarios. En lo absoluto. El enemigo principal no es Nicolás Maduro, sino todo el sistema. Y rechazar a un sector de la oposición que colabora activamente con el régimen es, al mismo tiempo, rechazar una parte esencial de ese sistema totalitario. Pero es, de hecho, la parte más importante, porque es la que ha permitido en varias ocasiones que la presión que se impone sobre la dictadura, merme. La que sabotea cualquier intento de aislar más al régimen y la que se mantiene vigilante para rechazar cualquier alternativa real y necesaria para lograr la libertad. Es fundamental que la comunidad internacional lo comprenda: en Venezuela hay dos oposiciones, una verdadera y una falsa.
Los medios deben siempre mantenerse apegados a valores inflexibles. La verdad, sin duda, conforma una parte esencial de esos valores. Es por ello, y por las razones citadas —que constituyen una realidad abierta y conocida por todos los venezolanos— que hoy PanAm Post decide hablar con claridad sobre la existencia de esta dualidad en la oposición.
Estamos comprometidos con la propagación de la libertad en el mundo y en la región. Para nosotros es una prioridad que los grandes valores sean siempre defendidos y establecidos. Hoy Venezuela carece de todo tipo de libertad y por esta razón desde PanAm Post hemos asumido la responsabilidad de cooperar con las fuerzas que realmente se involucran en el rescate de esa libertad secuestrada. Por ello debemos concientizar a la comunidad internacional de que actualmente en Venezuela existe una oposición, falsa, que aprovecha su imagen de disidencia para auxiliar al régimen de Maduro en su intento de imponer un socialismo totalitario.