Este 3 de mayo apareció un artículo en el diario El País de España titulado Nuestra democracia es proteger. Sorprende su autor: el dictador venezolano, Nicolás Maduro. Se trata de la primera columna del líder chavista en el medio. Al parecer, ahora es colaborador.
El dictador inicia en su presunto debut como columnista: “Nuestra democracia es distinta a todas. Porque todas las demás —en prácticamente todos los países del mundo— son democracias formadas por y para las élites. Son democracias donde lo justo es lo que le conviene a unos pocos. Son democracias clasistas, donde los muchos son vistos como más en cantidad, pero menos en calidad”.
Presunto debut porque no hay quien crea que el mediocre, aquel del “estado Margarita”, la “multiplicación de los penes”, “estudiantes y estudiantas” o “cultivar los pollos”, haya podido siquiera plasmar más de 300 palabras en un documento de Word —y con elocuencia—.
Tampoco es que sea un gran artículo. No lo es. En lo absoluto. Terriblemente redactado y tremendamente pueril —y, aún así, es evidente que los rechonchos dedos de Maduro no teclearon nada antes de la publicación—; pero funciona. Sirve, por supuesto, para difundir su propaganda: “La revolución económica de este nuevo período bolivariano tiene que ser innovadora y creativa. Porque decidimos responder al bloqueo comercial inhumano al que nos han sometido los Gobiernos de Estados Unidos y de Europa, y que tanto daño han hecho a nuestro pueblo”.
Que se suponga que no lo escribió genera, automáticamente, otra especulación: lo escribió otra persona. Y, entonces, ¿cómo es posible que un artículo mediocre, quizá no escrito por el autor al que se le atribuye, terminó en la sección de Opinión de uno de los medios más «prestigiosos» de España?
Es, sin duda, insólito. Porque no se trata de una colaboración más. En el texto, Maduro aprovecha para difundir la sarta de mentiras con las que pretende lograr el indulto de la comunidad internacional. Es la propaganda que le interesa divulgar. Embustes inaceptables.
Dice, primero, que rige un sistema democrático. Habla de los jóvenes y sus programas sociales. De la seguridad social y vuelve a blandir el pretexto de la “guerra económica”. La culpa de la tragedia es de Estados Unidos y de Europa; que “la economía es el corazón” de su proyecto revolucionario; y que, en su corazón, el de Maduro, está la gente.
“La nuestra es una democracia de panas, porque para nosotros la patria es el pana y el otro, mi entraña. Porque para nosotros solo hay libertad y democracia cuando hay un otro que piensa distinto al frente y también un espacio donde esa persona pueda expresar su identidad y sus diferencias”, «escribe» Maduro.
Quien lea las palabras del dictador, al final solo terminará palpando la desvergüenza de un criminal; y de, además, un medio. Nuevamente: se trata de la propagación de las mentiras de Nicolás Maduro. De un intento de seguir condonando la quimera socialista que se ha erigido sobre un mar de cadáveres.
El de Maduro no es sino el régimen de la muerte, la desgracia y la miseria. Son más de veinte mil asesinados al año por el hampa. Más de 300 mil niños con riesgo de morir de hambre, según Caritas. Venezuela es el país en el que la gente se suicida porque el drama de la vida es mayor que el dolor de la soga en el cuello. Es la última nación en el índice de libertad económica en el mundo, de acuerdo con el Fraser Institute. Donde la libertad política también es un delirio; y es la nación donde el Estado mata y tortura mientras el sol todavía alumbra. Y obviamente nada de ello —todas verdades— es mencionado en la columna en El País.
Pero de todos los medios es una desgracia inmensa que sea El País el que se preste para difundir las mentiras del dictador. En este caso no se está hablando, para nada, de un aporte al debate o de un espacio para esa supuesta «objetividad» periodística que jamás nadie debió proponer.
Maduro no tiene nada que debatir ni hay nada que demostrar. Lo que representa él es a un régimen que, no solo se ha comprobado ineficiente para generar prosperidad, sino que se ha convertido en una enérgica máquina de suprimir libertades y extender penuria.
Cada vez que alza su voz el dictador, personalmente o a través de sus tentáculos propagandísticos, lo que hace es blandir sandeces encausadas a resguardar la peligrosa máquina de matar chavista. Y ahora El País se ha prestado para ser, precisamente, uno de esos peligrosos tentáculos.
Si se abre el debate sobre la ética y los principios en el periodismo, lo que ha hecho el diario español es inaceptable. Decía el pensador francés Alexis de Tocqueville: “Confieso que no profeso a la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo (…) La quiero por consideración a los males que impide, más que a los bienes que realiza”. Pero en este caso no estaríamos hablando de un ejercicio de esa libertad de prensa. Y en este caso, no se ha impedido un mal; en cambio, se ha realizado.
Si se trata de un pésimo artículo —sobre el que incluso se duda de la autoría de Maduro—, escrito por alguien que no goza de ninguna legitimidad para hacerlo y mucho menos para ser colaborador de un diario como El País; nuevamente: ¿cómo pudo haber terminado en la sección de Opinión?
Capaz estaríamos, entonces, frente a un repugnante acto de palangrismo. El diario El País de España, al brindarle una tribuna a Maduro, también está colaborando con su dictadura. Con la inadmisible difusión de la propaganda del peligroso régimen chavista. Esperemos que no haya sido a cambio de una “colaboración” monetaria, en estos tiempos de vacas flacas para el periodismo. Porque si hubiese sido así, tendría la columna que decir “publicidad”. Esperemos que no sea así, repetimos.
¿Qué pensarían grandes columnistas del diario como Javier Cercas, Javier Marías o Mario Vargas Llosa al saber que comparten el estrado, no con cualquier idiota, sino con un asesino? ¿No merece este terrible acto de complicidad de El País, una protesta que provenga desde las mismas entrañas del diario?
Si es que queda —porque es claro que debe quedar— algún vestigio de ética y principios dentro de El País, este debe rebelarse en contra de aquellos que pensaron que sería una buena idea prestar uno de los medios más «prestigiosos» e importantes de Europa para colaborar con la difusión de la propaganda del dictador venezolano.