
Dicen que no hay nada más miedoso que un millón de dólares… Con la excepción de varios centenares, o miles, de millones de dólares. Estados Unidos lo entiende y por eso España, con toda su retórica socialista, no aguantó ni el primer tosido de un funcionario estadounidense de importancia, y Repsol ha suspendido “temporalmente” sus negocios de intercambio de petróleo venezolano por productos terminados.
Elliott Abrams, enviado especial de Donald Trump para la crisis venezolana, había advertido que Repsol podría verse perjudicada por el endurecimiento de las sanciones contra Petróleos de Venezuela (PDVSA) y las empresas que, en general, comercien con ella. Y Repsol, una empresa privada con un intenso y extenso pasado estatal, tomó nota rápidamente.
Preferible perder negocios con Venezuela —un país que ya no pesa nada en el negocio petrolero— que con el gigante económico mundial que, además, es ya el principal productor de petróleo del mundo, con más de 11 millones de barriles diarios, y con el que, por lo tanto, Repsol tiene un montón de relaciones y de aspiraciones.
Según la página web Repsol, “estamos presentes en Estados Unidos desde finales de 2016. En este país, contamos con activos significativos, como Marcellus Shale, uno de los mayores campos de gas del mundo, o el descubrimiento realizado en Alaska en 2017, que ha sido el mayor hallazgo de hidrocarburos convencionales realizado en suelo estadounidense de los últimos 30 años” (por cierto, tanto PDVSA como sus socios producen petróleo de esquistos, a pesar del discurso oficial de Maduro calificándolo como tecnología destructora del medioambiente).
“Estos proyectos de Upstream (aguas arriba) se combinan con la actividad que desarrollamos en Trading, Química y en Gas & Power, en el que dirigimos la planta de regasificación de Canaport TM LNG en Canadá, cuya capacidad máxima de expedición es de 1.200 millones de pies cúbicos (Bcf) al día, y con la que abastecemos principalmente a los clientes de la zona noreste del país”, señala Repsol en su página en Internet, donde además reseña que tiene varios proyectos de buena vecindad corporativa.
Reuters, en tanto, señala en su web que “la firma española ha estado cobrando dividendos pendientes de sus proyectos en Venezuela mediante la recepción de crudo venezolano, que en parte intercambia por combustible enviado al país sudamericano. El acuerdo se ha mantenido en pie incluso tras la imposición de nuevas sanciones por parte de Washington para presionar la salida de Maduro”.
“El acuerdo convirtió este año a Repsol en uno de los principales proveedores de combustible de la nación miembro de la OPEP, junto con Rosneft de Rusia y Reliance Industries de India, según tres fuentes y datos de seguimiento de embarcaciones”, indicó Reuters.
Aunque el acuerdo con Repsol ha corrido independiente de los tiempos de la política para PDVSA, sí se ha visto reforzado en la administración socialista de Pedro Sánchez, que concurre a las urnas el 28 de abril para intentar ser ratificado o que vuelvan a gobernar los movimientos liberales de derecha.
En tanto, PDVSA, que gracias a sus socios internacionales que no temen a las sanciones (Repsol y Rusia, fundamentalmente) ha logrado mantener una imagen de normalidad en el país, podría no sostener esa imagen por mucho tiempo más en uno de los negocios más ruinosos de Venezuela: gastar, cada año, 8 mil millones de dólares en importar combustibles terminados que luego regala a la población, porque una de las cosas más difíciles de saber es cuánto cuesta la gasolina en Venezuela: a todos los efectos prácticos, nada.
Esta situación de insostenibilidad es a la que apunta a golpear Estados Unidos con las sanciones al régimen de Maduro. Y, además, a encerrar cada vez más a una empresa que hace tiempo dejó de favorecer a Venezuela y solo favorece a la cúpula corrupta del mandatario y sus secuaces, como todo el resto del país, puesto a la disposición de los delincuentes y quienes con ellos hacen negocios.
Abrams, hace dos semanas, invitó a Repsol a pensar de qué lado está. Hoy es evidente que aunque sea por temor, no quiere quedar anotado entre los malos. Y así, cada día Nicolás Maduro estará más aislado y solitario.