English¿Fue casualidad, o una de esas ironías del destino, o un capricho de los dioses, que Günter Grass y Eduardo Galeano murieran con pocas horas de diferencia? El uruguayo, irremediablemente montevideano, y el alemán nativo de Gdansk (una de esas ciudades europeas que han pasado por varias manos a lo largo de la Historia) fueron de esa clase de héroes que, como decía otro inmortal de las letras —Gabriel García Márquez— en Relato de un Náufrago “tuvieron el valor de dinamitar su propia estatua y terminar así con la millonaria gloria de un naufragio convertido en figura publicitaria y nacional”.
No tuvo, por supuesto, Galeano la estatura literaria de Grass, o de García Márquez, ambos Premios Nobel de literatura; fue más un periodista de izquierdas, prestado a las letras, autor de pequeños y entrañables libros (como Días y Noches de Amor y de Guerra, crónica de su exilio en la Caracas de los 70) y Nosotros Decimos No, reportaje de cómo los militares uruguayos perdieron el referendo que derivó en la vuelta de la democracia a Uruguay en los 80. De fina y liviana prosa, de muchas maneras parecida a la de su paisano y colega Mario Benedetti.
Libros pequeños, pero imprescindibles, que explicaban muy bien la Uruguay —y a la América del Sur— de finales de siglo pasado, como El Tambor de Hojalata explicaba, en monumental, la gigantesca resaca del postnazismo en Alemania. Galeano, sin embargo, estará asociado por siempre a Las Venas Abiertas de América Latina, la Biblia de la Teoría de la Dependencia, esa escuela chileno-brasileña de finales de los 60 que explicaba por qué este continente jamás podría desarrollarse: por supuesto, siempre era culpa de otros.
Las Venas Abiertas de América Latina es un buen libro. Un libro que hay que leerse, aunque ya no esté de moda; porque explica que el drama de este continente son sus delirios de grandeza, y la gigantesca corrupción de sus élites, tanto políticas como económicas, que históricamente no han visto en sus países territorios en los que establecerse y prosperar, en el largo plazo, sino cómo exprimirlos y largarse, a otras tierras menos hostiles, más desarrolladas, menos agrestes.
Las patrias como botines, las rentas gastadas en gestos inútiles; a iguales conclusiones (por caminos totalmente distintos) llegaría ese otro gran incomprendido de la literatura política latinoamericana, el venezolano Carlos Rangel, autor de El Tercermundismo, de alguna manera, el “anti Venas Abiertas”, que, por supuesto, en un continente siempre influido por las ideas de la izquierda, tendría mucho menos éxito que el bestseller de Galeano.
El libro pasó de estar de moda en los 70 y 80 a convertirse en anatema en los 90, cuando los movimientos de liberalización económica regresaron a la región, y a hacerse trending topic en la era digital, ya en 2009, cuando un (siempre) anacrónico Hugo Chávez se lo regaló a Barack Obama, en otra Cumbre de las Américas, y el presidente estadounidense creyó que era un libro escrito por su par venezolano (que jamás pudo plasmar en blanco y negro la enorme locuacidad de la que hacía gala).
El regalo hizo que Las Venas Abiertas subiera del puesto 66 mil y pico al diez, momentáneamente, en las listas de Amazon.com, y le asegurara la vejez a Galeano, que sin embargo, en ese momento reconoció que se había quedado obsoleto, dinamitando su propia estatua.
“Intentó ser una obra de economía política, pero lo escribí a los 31 años, no tenía la formación necesaria”. Agregó, además, que “ni Obama y ni Chávez entenderían el texto […]. Él [Chávez] se lo entregó a Obama con la mejor intención del mundo, pero le regaló a Obama un libro en un idioma que él no conoce. Entonces, fue un gesto generoso, pero un poco cruel”.
El mundo literario recogió con sorpresa las declaraciones de Galeano, maravillado de que renegara de su ópera magna; la misma sorpresa con la que se recogió el testimonio de Grass en su autobiografía Pelando la Cebolla, la confesión de que había pertenecido a las Waffen-SS, aunque fuera obligado.
La conciencia alemana de la postguerra también había tenido su ladito nazi, lo cual, por supuesto, tampoco se equipara a que Galeano reconociera que no tenía todo el pedigrí de izquierda que de él se esperaba.
Y es que a veces, los pedestales en los que ponemos las estatuas son de barro; y eventualmente, los hombres no quieren ser héroes. Reconocer la equivocación es la mayor muestra de sabiduría que dejan Eduardo Galeano y Günter Grass, en estas partidas nada casuales, con pocas horas de diferencia.
El montevideano, o al menos las ideas originales de Las Venas Abiertas, sobreviven en regímenes como el de Cristina Kirchner o Nicolás Maduro; es la misma compulsión a echarle las culpas a otros, mientras se evaden las responsabilidades y la corrupción es gigantesca. El país como botín, mientras los pobres siguen siendo pobres y la redención solo se promete de palabra. La América Latina que no dejamos de ser —para desgracia nuestra.