EnglishVenezuela quedó conmocionada este fin de semana en sus dos mitades (mujeres y hombres) con la noticia de que el Gobierno autorizó los nuevos precios de las toallas sanitarias, tampones y otros productos de aseo personal.
Las toallas sanitarias pasaron de costar Bs. 70 (unos US$0,15 en el mercado negro de divisas) a 1.290 bolívares (unos $3, pero 1.800 por ciento de incremento). El problema es que el salario mínimo actual, a los precios del dólar que rigen para el mercado, no llega a $20, con lo cual, una menstruación se puede llevar un tercio del salario de una venezolana promedio.
Ante la indignación mostrada por los venezolanos en las redes sociales, el Gobierno ordenó retirar estos productos (que vienen escaseando desde hace más de un año) de los anaqueles de las farmacias y supermercados, apenas dos días después de su reaparición.
"Jefa no puedo ir hoy a la oficina, me vino la menstruación y no tengo toallas sanitarias". Sí, así estamos en #Venezuela.
— Adriana Medina (@cotidiana) June 11, 2015
No lo hizo, sin embargo, lo suficientemente a tiempo como para no darle a ninguno de sus funcionarios la oportunidad de meter la pata; así, por ejemplo, Miguel Pérez Abad, presidente de la federación de pequeños industriales (Fedeindustria) y comisionado para las relaciones del Gobierno con el sector industrial, señaló que “estos precios son una medida justa porque cuando tuvimos una buena renta petrolera, mucho de lo que comprábamos, estaba subsidiado. Ahora como el panorama ha cambiado nos encontramos con esta realidad (…)”.
Para Pérez Abad, el problema no es la delirante política económica del Gobierno (que únicamente consiste en imprimir billetes hasta llevarnos a la hiperinflación); tampoco lo es la corrupción (según el Fondo Monetario Internacional, hay US$350 mil millones de capitales venezolanos dudosos fuera de sus fronteras, es decir, lo suficiente para diez presupuestos nacionales anuales). Para este hombre, todo se remite a que los precios del petróleo bajaron y las cosas ya no se pueden subsidiar. Parece decirnos: “antes disfrutaron, ahora aguanten” y, como todo el chavismo, coloca la culpa en quienes no la tienen, los ciudadanos.
El comentario de Pérez Abad aumentó la indignación. En Aporrea (un portal del chavismo que se ha vuelto una de las webs más críticas hacia las políticas de Nicolás Maduro), José Vivas Santana se preguntaba: ¿cómo puede una economía decir que se orienta por la justicia “social” cuando un paquete de toallas sanitarias llega a costar casi 20% del salario mínimo? ¿Cómo puede hacer una familia, quien por ejemplo, tenga dos, tres o más hijas adolescentes? ¿Tendrá que invertir esa familia hasta un salario mínimo todos los meses sólo en la compra de toallas sanitarias?
Un paquete de toallas sanitarias, que contiene entre ocho y diez unidades, no alcanza para una menstruación promedio; hacen falta dos. Por supuesto, el veloz debut y despedida de las toallas sanitarias a dólar Simadi (en Venezuela rige un complejo sistema de cambios con tres oficiales, el mayor 30 veces más alto que el más barato; y un dólar negro que es 70 veces superior al dólar “preferencial” y que realmente marca los precios de la economía) exacerbó el mercado del estraperlo: En páginas web comenzaron a aparecer paquetes de toallas sanitarias para la subasta, y los vendedores informales de la calle ahora incluyen el producto en su oferta de lo que escasea, que es casi todo.
La propaganda del Gobierno machaca las miserias del “neoliberalismo salvaje”, que al lado de este socialismo, es Disneylandia
El eufemismo del Gobierno para los nuevos precios es ponerle el remoquete de “justos”, al lado: Así, el precio “justo” de unas toallas sanitarias es de un sexto del salario mínimo, el de un kilo de carne o de queso ídem, el de una (1) manzana importada, 1.000 bolívares. Un frasco de Nutella (está bien, convengamos en que no es un producto de primera necesidad, pero la vida no puede ser solamente sobrevivir) alcanza el valor de un salario mínimo.
Una inflación galopante de la que no hay estadísticas oficiales, porque el Banco Central, por orden de Maduro (y pese a que la propia Constitución Nacional lo exige) no ha publicado una sola cifra de variación del índice de precios (hoy se cumple un semestre sin un indicador en ese sentido).
Sin embargo, los ciudadanos lo sienten, y organismos privados como el Centro de Documentación y Análisis de los Trabajadores (Cendas) ubican la inflación en alrededor de 10% mensual. En tanto, el incremento de 20% al salario mínimo, en mayo, fue, en tanto, calificado de “justicia social”, por la prensa oficialista. La propaganda del Gobierno machaca día y noche sobre las miserias del “neoliberalismo salvaje” sin darse cuenta de que al lado de este socialismo, el neoliberalismo es Disneylandia, y así lo entiende la gente.
¿Por qué no estalla Venezuela? Es difícil explicarlo. Puede ser una mezcla de cosas: La esperanza de unas elecciones parlamentarias para las que aún no hay fecha, pero que deberían celebrarse este año, que puede cambiar el panorama político; el miedo (hay 80 presos políticos, bandas armadas que atacan a opositores, gente detenida solo por un tuit); el desánimo de una población aturdida de hacer colas y tenerle temor al hampa desbordada, o haciendo planes para salir del país tan pronto como consiga para dónde.
Lo cierto es que escasean 70% de las medicinas, que los alimentos más básicos para los venezolanos no se consiguen o hay que hacer cola para obtenerlos, que los que se consiguen están carísimos y que de la situación, como dice el economista Luis Oliveros, “no hemos visto lo peor”.
La crisis se agrava con la inacción de Maduro, quien toca la lira mientras Roma se incendia: toma medidas y las retira por no considerarlas populares; y, ni interna ni externamente, tiene el liderazgo como para intentar algo distinto. No son frases de un opositor, sino de Jorge Giordani, exministro de Planificación de Hugo Chávez por casi 13 años, quien tampoco tiene autoridad moral para criticar, pero lo hace.
En un escenario optimista, Venezuela tiene al frente un cambio político y una reinstitucionalización; en uno pesimista, la hambruna y el caos. Depende de nosotros, los venezolanos, y de los amigos internacionales que aún tenemos, lograr que el país se mueva en uno u otro sentido, para que una simple menstruación no desangre los presupuestos familiares.