EnglishEs a Salvador Dalí a quien se le atribuye la frase “de mi que hablen, aunque sea bien”. Seguramente Donald Trump no tuvo en mente al artista español, maestro del surrealismo pictórico y oral, cuando se lanzó como candidato, este martes. Aunque su presentación también tuvo bastante de surrealista (obviamente, Trump sabe que no va a ser presidente de Estados Unidos, y la imagen de su nieto peinado y vestido igual que él, como una suerte de “Mini-me”, ha sido objeto de burlas en las redes sociales), se diferencia de la frase del genio de los bigotes en que Trump prefiere que de él hablen mal.
Solo así se explican las infelices declaraciones del magnate inmobiliario que coquetea nuevamente con la política, acerca de México y los mexicanos. Ya había levantado controversia cuando dijo, hace semanas, que la frontera tiene que ser completamente amurallada (estamos hablando de 3.185 kilómetros); en su lanzamiento, señaló que México “está enviando sus problemas para acá (…) están enviando drogas, enviando crimen, son violadores”. Luego matizó —o intentó matizar— su discurso con la siguiente frase: “asumo que algunos (?) son buenas personas…”
¿Cuál es la lógica de las declaraciones de Trump? Si la tiene, solo tiene que apuntar a armar escándalo. Esta misma semana, una encuesta Pew, reflejada por PanAm Post, señalaba que 72% de los estadounidenses están abiertos a la posibilidad de legalizar a los inmigrantes que están en el país; esto es tres de cada cuatro estadounidenses. Entre los menores a 30 años, esta cifra sube a 80%.
Difícilmente es popular la posición de Trump; el número de estadounidenses que piensan que la inmigración debe disminuir ha caído de 51% a 31% a lo largo de esta década. Por supuesto, sin embargo, las medidas antiinmigración tienen más aceptación entre los republicanos (público al que el magnate inmobiliario apunta) que entre los independientes.
Trump no será Dali, pero es un hombre al que no se le pueden negar múltiples talentos: Su habilidad para hacer dinero, su peinado de zorrillo y su pasión por el show business, que abarca desde sus guapas esposas hasta su control del certamen de Miss Universo y su exitosa participación en El Aprendiz, programa en el cual, por cierto, muestra que para él, ser odiado no representa el menor problema. Quizás este gusto por el escándalo motiva sus declaraciones.
Pero México salió raudo a criticar al empresario; Miguel Osorio, ministro de Interior del país vecino, calificó el discurso de Trump de “prejuicioso e injurioso (…) son los mexicanos que están allá, por diferentes circunstancias, quienes ayudan a Estados Unidos y a fortalecer a este país como potencia mundial”. El narrador de noticias Joaquín López Dóriga lo calificó de “cretino” y en general, la sociedad mexicana, que ya no le tenía mucha estima (en ninguno de los dos lados de la frontera) incrementó su animadversión hacia él.
Univisión destacaba, en una nota entre informativa y de opinión, que el empresario, el número 405 en la lista de Forbes, había invertido “de Uruguay a Puerto Rico, y de México a Brasil”; el diario El País reseñaba que los grandes ligas de los capitales estadounidenses, como Warren Buffett, Bill Gates y y Sam Walton (en este sentido, Trump es casi un pobre) invierten ingentes cantidades en el país vecino; y Mark Zuckerberg, de Facebook, le daba un portazo en las narices al anunciar que iba a financiar la educación de jóvenes inmigrantes indocumentados. Dos tuits, de los comediantes Rob Schneider (casado con una mexicana) y Dave Rubin, se volvieron virales:
https://twitter.com/RobSchneider/status/610983424032010240
Look, if a white woman can be a black woman than an orange man can be president. #DonaldTrump pic.twitter.com/MDuppCUWD4
— Dave Rubin (@RubinReport) June 16, 2015
Más allá de la xenofobia implícita en las declaraciones de Trump, está claro que consiguió el escándalo que quería conseguir. No competirá con Jeb Bush, ni con Rand Paul, y seguramente, tampoco con los candidatos demócratas; pero eso es lo de menos. Trump no quiere ser presidente, quiere ser una figura pública.
Y si Dalí decía “de mi que hablen aunque sea bien”, a Carlos Menem, expresidente argentino, se le atribuye la frase contraria: “de mi que hablen aunque sea mal”. Aquello de que “ninguna publicidad es mala publicidad” es la lamentable moda de los tiempos, tanto en el showbusiness como en los negocios y la política. Todos, por cierto, campos de interés de Donald Trump.