EnglishLa foto, tomada en el momento oportuno, revela el inmenso desconcierto de Jorge Mario Bergoglio. Evo Morales (oportunista, zafio, escandalizador… pónganle ustedes el adjetivo que quieran, o varios si les place) le regala al jefe universal de la Iglesia Católica un crucifijo. No uno cualquiera, sino uno hecho con un martillo y una hoz, el símbolo del comunismo.
Puede decir Morales (quien, por cierto, como Hugo Chávez o Rafael Correa, jamás ha querido declararse comunista, aunque su admiración por esta ideología sí esta convicta y confesa) que si en nombre del comunismo murieron millones, en nombre de la religión han muerto muchos millones más.
Es posible también que Morales quisiera “precisar” a Bergoglio, obligarlo a tomar partido por la izquierda, toda vez que sobre qué piensa este papa en política se ha suscitado un largo debate.
Claramente, Bergoglio está lejos del sin ambages liberalismo de Juan Pablo II; pero su tibio “no está bien, eso”, ante la réplica de una talla del sacerdote jesuita español Luis Espinal Camps, torturado y asesinado por paramilitares en La Paz, en 1980, por denunciar la violencia política en el país, hubiera merecido, quizás, una postura que dejara más en claro que tampoco cree en la Teología de la Liberación, como se ha aireado.
En mi memoria aún está fresca la imagen (aunque tiene más de 30 años) de Karol Wojtyla llegando a Nicaragua y su severa admonición, frente a las cámaras de todo el mundo, ante un Ernesto Cardenal arrodillado. Uno no sabe en qué idioma habló Juan Pablo II, tampoco sabe qué le dijo a Cardenal, pero sí sabe que Wojtyla asumió una posición para nada tibia ante el comunismo y el socialismo reales.
Lo digo porque la Iglesia ardía, en ese momento, con la Teología de la Liberación, y Wojtyla metió las cabras para el corral sin miramientos: lo hacía como polaco, como hombre que conocía el comunismo por dentro. No son pocos los autores que, a tres décadas de distancia, señalan que la alianza entre Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Karol Wojtyla acabó con la Guerra Fría, para mayor claudicación de un Stalin que, en alguna oportunidad, se había preguntado “¿cuántas divisiones tiene el Papa?”
A Francisco se le reconoce su rol como mediador para que Estados Unidos y Cuba reiniciaran relaciones diplomáticas, acabando con más de 50 años de distanciamiento político. Sin embargo, no son pocos los que opinan que para ese deshielo, la administración de Obama ha puesto todo, mientras el régimen de los Castro solo disfruta de los beneficios. Quienes así piensan pueden basarse en datos: 2014 y 2015 han marcado picos de muchos años en represión dentro de la isla-cárcel.
Por lo pronto, la elección de los primeros países que visita en Latinoamérica (Ecuador y Bolivia, con un tercer país, Paraguay) parece desafortunada. Ambos Gobiernos del “Socialismo del Siglo XXI”, han utilizado la imagen de Francisco (como también lo hace el Gobierno de Nicolás Maduro) para efectos de su propaganda. Cada discurso de Correa frente a Bergoglio, así como la talla del crucifijo marxista, parecen decir “el papa es uno de los nuestros”.
Queda, como esperanza, esperar que el Vaticano, en su inmemorial tradición de diplomacia, opte por los caminos del ablandamiento; que la visita de Francisco sea un regalo a esos países que lleva dentro de sí la semilla de la Libertad.
En todo caso, estas gentes (Morales, Correa, etc.) saben poco de diplomacia blanda. Si, por ejemplo, Nicolás Maduro ha dado, aunque sea, una tibia entente hacia la crueldad que mantiene con los presos políticos, no ha sido por presión suave, sino porque siente que muchos actores de la alta política mundial están hasta las narices de él, y se lo han demostrado. Y Correa no retiró sus proyectos tributarios porque se lo pidieron de favor, sino porque miles de ecuatorianos le demostraron en la calle que no le aguantan muchas más gracias.
Bergoglio, que es latinoamericano y conoce el percal, haría bien en tomar nota.