EnglishComo director del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN) y asesor en Macroeconomía, el guatemalteco Hugo Maul ha promovido cuatro reformas que han sido fundamentales en su país en las últimas décadas: La apertura del sector eléctrico, que llevó de 38% a 98% la cobertura del servicio en 20 años; la de las telecomunicaciones, que ha producido más de 100% de penetración celular con las tarifas más bajas de América Latina; la prohibición del financiamiento del Banco de Guatemala (Central) al Estado, que ha derivado en un tipo de cambio casi fijo y en bajos déficits fiscales; y la que permite, en su país, utilizar cualquier moneda para pagar o adquirir contratos, pese a lo cual, y gracias a la reforma precitada, los guatemaltecos siguen usando ampliamente el quetzal, anclado desde hace diez años en 7,7 unidades por dólar estadounidense de manera puramente fiduciaria.
Invitado por Cedice-Libertad, bajo los auspicios de la Red Liberal de América Latina y la Fundación Friederich Naumann para la Libertad, Maul estuvo de visita en Venezuela, un país con control de cambios, cercano a la hiperinflación y con megadevaluación, es decir, todo lo contrario al suyo en lo económico, pero preocupantemente cercano en el campo de la institucionalidad y la lucha política.
Es justamente esa preocupación lo que lo llevó a hablar con el PanAm Post acerca de la necesidad de las reformas institucionales como motores para el crecimiento económico, señalando que en los 90 el Consenso de Washington fue demasiado optimista, y que hoy considera que hay mucho que hacer en Latinoamérica para que las reformas políticas den marco a un crecimiento estable y acelerado de las economías.
¿Cuál ha sido el crecimiento promedio de la economía de Guatemala luego de las reformas promovidas por el CIEN?
El crecimiento promedio es de 2,5%, pequeño. En su momento nos pasamos en nuestra fe liberal en la no intervención y no planificación y abrimos la economía totalmente. Tenemos tratados de libre comercio con 99 por ciento de nuestros socios comerciales y los aranceles promedio son de apenas 5%. Pero hemos sido muy malos en desarrollar lo básico para atraer inversión, que es seguridad jurídica y física. Y ha faltado inversión en infraestructura; cuando combinas esas tres cosas las inversiones no vienen a Guatemala como deberían.
Pero la apertura logró beneficios: diversificó la oferta exportable, hemos desacoplado a Guatemala de los ciclos de precios de materias primas de exportación y las condiciones de vida de las clases medias han mejorado mucho.
Usted vino a Venezuela a hablar de la importancia de las instituciones y la seguridad jurídica. De eso no se hablaba hasta no hace mucho como factor de crecimiento…
A mí me preocupa hacia dónde va Venezuela en un escenario de transición. En las economías petroleras uno encuentra historias tristísimas, como Libia, bandas de forajidos peleándose por el control territorial del petróleo; viendo a Venezuela desde afuera, uno se preguntaría qué es lo que impediría que eso pase en una sociedad con esta riqueza petrolera y los grupos que están en pugna.
También está el escenario de Kazajstán, que ha tenido el mismo presidente por 25 años, que castiga a la oposición, que es ultramegacorrupto, pero que hay que irlo a ver, que en el apartado Doing Business está mejor que el promedio de países centroamericanos.
¿Usted ve a Venezuela solo en esos dos modelos, aún con su tradición democrática, a pesar de que, mal que bien, es un país occidental?
Es que eso es lo que a mí me causa desasosiego. Veo a una Venezuela que probablemente esté a punto de llegar a un proceso de transición, pero me preocupa que por no entenderse la necesidad de mantener el orden político como una precondición básica para la reforma económica, termine echándose a perder.
Yo creo que en Venezuela todavía hay instituciones. Lo menos que uno puede pensar es que porque son de “estos” (el chavismo) hay que echarlas abajo y empezar de cero. Esa es la tarea del venezolano, encontrar esas instituciones que, aunque hoy estén contaminadas, pudieran ser las anclas de la transición.
Creo que va a haber una transición con poder concentrado todavía. Espero equivocarme pero no veo una democracia liberal en lo inmediato. También me preocupa una hiperinflación, que venga una gran crisis económica y que no se pueda controlar el levantamiento social producto de esto.
¿Eso que dice sobre la prelación de las reformas implica también a Guatemala? Usted me muestra un país que marcha bien económicamente, pero está en una encrucijada política importante…
Guatemala hoy tiene el problema de lograr esas reformas políticas que le den estabilidad al sistema. Creo que llegaremos a las elecciones (en septiembre), no importa quién gane, si es Manuel Baldizón va a llegar con un mandato muy limitado y muy cuestionado, con una supervisión internacional muy fuerte.
El país tiene que trabajar en una reforma política y económica en serio a un plazo de cuatro u ocho años, porque estamos en una situación en la cual al no tener orden político las reformas que hacemos se caen porque la corrupción se las come o porque el nepotismo las echa a perder. Tenemos que empezar por lo básico, la reforma a los sistemas jurídicos, que para mí es lo esencial.
En Latinoamérica, guiados por el Consenso de Washington y los problemas de los 70, nos embarcamos en una reforma económica cuando ni siquiera teníamos consolidadas las reformas políticas, y al final terminamos generando desorden político. Y un desorden político que contamina las reformas económicas, que no les permite funcionar bien.
¿Usted le teme a Baldizón?
Totalmente. Baldizón para mi está inspirado en la figura de Hugo Chávez.
Clonado…
Es clonado. Una mentalidad controladora, mesiánica, que utiliza muy bien las comunicaciones a su favor, pero que tiene una idea loca de lo que debe ser el país y con una mayoría legislativa podría hacer lo que quisiera.
Usted dijo que Guatemala ha crecido. ¿Ha decrecido la desigualdad en el proceso?
La desigualdad o ha mejorado un poco o ha empeorado un poco. Pero ha habido un efecto muy importante que es el de las remesas de los trabajadores migrantes. Ha sido un maná caído del cielo que le ha permitido a estas personas lograr una mejora importante en sus niveles de vida y en los indicadores sociales.
La reforma económica no tiene que ver con el crecimiento generado por las remesas, pero sin duda le sirve de marco. La falta de ingresos en los sectores más pobres es por no tener un modelo de desarrollo de largo plazo basado en capacidades productivas. Y hay que tener claro que los programas sociales clientelares tampoco han reducido la desigualdad; se ha gastado un dineral, se han robado un dineral, pero tampoco han tenido un impacto.
Usted hablaba de la importancia de las reformas legales, pero en Latinoamérica, cuando queremos cambiar una realidad cambiamos una ley, y todo sigue igual…
La primera lección que tenemos que entender es que cuando la ley no funciona es porque no se cumple, pero lo primero que tenemos que hacer es hacer cumplir la ley.
¿Qué elementos tendría una reforma legal que impacte en lo económico?
Hay que devolver la confianza al ciudadano. La autoridad y el Poder público no pueden seguir pensando que el ciudadano es un malandro que se acerca a hacer movidas y cosas indebidas. Y eso que lleve a una facilitación.
Y lo otro es concentrarse en lo más básico que es la definición y respeto de los derechos de propiedad. Hay un trabajo inmenso que hacer en nuestros países en materia de estado de Derechos.
¿Es replicable la experiencia de la Cicig en Venezuela?
Yo creo que sí. Sería mejor que las cortes fueran independientes y se fortalecieran por un proceso interno, pero la verdad es que cuando están copadas por las mafias la Cicig es el garrote de los gobiernos del mundo para frenar a mafias que no se pueden controlar localmente.