EnglishDecía León Tolstoi: “Describe tu aldea y describirás el mundo”. Bueno, yo voy a describir mi casa, y así les describiré cómo está Venezuela, mi país. Habrán oído decir que hay escasez e inflación, que las filas para comprar alimentos son largas, y escrito así, en abstracto, a lo mejor a ustedes no les representa nada. Pero quizás si yo les muestro mi hogar, pues entenderán la situación en concreto.
Somos cuatro personas en mi familia, un hogar normal de clase media, e incluso mejor que lo normal, desde el punto de vista de lo que entra a la casa (el ingreso promedio de un hogar son dos sueldos mínimos y medio: Al cambio actual, esto son unos US$20).
El otro día, por ejemplo, llegando a mi casa desde la calle, en la noche, pensé en que no teníamos leche. ¿Qué hace un habitante de cualquier lugar del mundo cuando en su casa falta la leche? Comprarla en cualquier supermercado, o tienda de abarrotes, ¿no?
Eso es lo normal, y era lo normal en Venezuela hasta hace unos años. Ahora es imposible. Usted no puede comprar leche en Venezuela, no hay. El Gobierno promete periódicamente que está importando leche en polvo, pero la leche en polvo no aparece.
El Gobierno, que destruyó la capacidad ganadera del país expropiando fincas, solo le vende a usted la leche en polvo en mercados a cielo abierto en los que hay que ponerse a la cola bajo el inclemente sol tropical. El otro día, el vicepresidente Jorge Arreaza decía que estaban vendiendo en uno de estos mercados dos kilos de leche en polvo por persona, “una innovación del presidente Maduro”. Así lo dijo: Una innovación del presidente Maduro. Parece que en el “chavismo” hubiera una competencia para proferir la frase más imbécil, como la de la candidata a diputada Jacqueline Faría, de que las colas “son sabrosas”, o la del gobernador de Bolívar, Francisco Rangel Gómez, diciendo que los venezolanos están dispuestos a “comer piedras fritas” para defender la Revolución.
No le quiero contar la situación de un sobrino que acaba de tener un hijo: Toda nuestra familia, de más de 20 personas, está buscándole la leche. Por cierto, todos tenemos que mostrar la partida de nacimiento del bebé para comprarla, aunque Nicolás Maduro no ha querido mostrar la suya públicamente para demostrar así que no nació en Colombia y que puede ser presidente de Venezuela.
En mi casa, en este momento, no escasea solo la leche. Ojalá fuera así. Estamos a punto de quedarnos sin café (en un país que fue históricamente exportador del mismo), ni azúcar, ni harina de maíz (indispensable para hacer arepas, el plato nacional), ni aceite para freírlas (tampoco las piedras, Rangel Gómez); y el queso ha subido más de 1.000% este año. O sea, todo mi desayuno está comprometido. Al igual que la leche, ninguno de estos otros productos se pueden comprar cuándo y cómo uno quiere. Mientras escribo estas líneas, mi esposa está viendo donde los consigue, porque en Venezuela, ahora, solo se vende de acuerdo al último número de la cédula de identidad, y el de ella toca hoy. Tampoco hay harina de trigo, ni arroz ni pasta. La inflación de los alimentos en el último año, de acuerdo con una ONG (porque el Gobierno no publica cifras desde enero) es de 234%.
A las amenazas de Maduro respondemos con una frase de Simón Bolívar: “Prefiero una libertad peligrosa que una esclavitud tranquila”
Si nos vamos a la despensa de la limpieza, no tenemos cloro, aunque hemos conseguido lejía, mucho más dañina con el medio ambiente; se nos está terminando el jabón de baño; jabón de lavar ropa sí tenemos, porque conseguimos a precios de estraperlo un saco de 20 kilogramos; no tenemos cera para el piso de nuestra casa, no tenemos lavaplatos (lavamos los platos con el jabón de lavar ropa) y el papel de baño se nos está terminando, y esta es una crisis permanente.
Si miramos a la despensa de los medicamentos, nos falta desde una simple pastilla para el dolor de cabeza hasta el inhalador contra el asma que tres de los cuatro residentes de la casa utilizamos para poder seguir respirando, o el antialérgico sin el cual mi esposa vive estornudando. Pero podemos considerarnos afortunados, porque en la misma situación están los pacientes de cáncer, o los trasplantados, que dependen de las medicinas que utilizan, literalmente, para sobrevivir.
¿Cómo llegamos aquí? Nos lo preguntamos todos los días los venezolanos. ¿Cómo seguimos resistiendo? Nos impulsa una elección que habrá en diciembre, en la cual, esperamos, comiencen a cambiar las cosas. Así lo dicen todos los sondeos de opinión y lo dicen las colas en la calle.
¿Qué necesitamos de usted, que nos lee en otros países? Su colaboración en presionar para que el Gobierno venezolano acepte que esas elecciones sean monitoreadas por la comunidad internacional y no solo por los amigotes de Nicolás Maduro. Porque ya ayer, tanto él como su obsecuente ministra de elecciones, Tibisay Lucena, dijeron que no les importaban nada las encuestas que los ponen en una desventaja de más de 30 puntos, y que ellos van a ganar; y que los venezolanos vamos a tener que soportar este fraude, porque, dice Maduro, el chavismo “es la única garantía de paz” y si pierde “la revolución tomará otro camino”; el encargado de hacer cumplir la Ley nos amenaza con las armas.
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Venezuela tiene reconstrucción. Pero esta no puede darse con los actuales gobernantes, una oligarquía que depreda la República y la tiene como rehén. El cambio está en camino, y lo único que les pedimos, amigos de Venezuela en el mundo, es que estén pendientes.
Y a las amenazas, respondemos con una frase de Simón Bolívar: “más prefiero una libertad peligrosa que una esclavitud tranquila”.
Este blogpost fue actualizado el miércoles 14 de octubre a las 12:45 p. m para corregir la autoría de la frase inicial.