Tratando de mostrarse bravucón, mientras se rodea de militares, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, afirmó el pasado 18 de agosto que “pondrá autoridad y orden a niveles nunca vistos”, y preguntó a una audiencia que lo aplaudía a centenares de kilómetros de distancia: “¿ustedes están viendo lo que pasó en Turquía? ‘Endorgan’ se va a quedar como un niño de pecho para lo que va a hacer la Revolución Bolivariana si la derecha pasa la frontera del golpismo otra vez. Y no lo digo por decirlo: estoy preparado para hacerlo y me sabe a casabe lo que diga la OEA y lo que diga el imperialismo norteamericano. ‘¡Me sabe a casabe’ (N. del R.: “no me importa”) lo que diga el imperialismo! ¡Atrévanse! ¡Atrévanse, que aquí está la clase obrera y el pueblo unido! Quiero paz… quiero diálogo… quiero prosperidad… y lo vamos a conquistar”.
“Endorgan” no es un remedio contra los piojos: es el presidente turco, Tayyip Erdogan, quien al golpe de Estado perpetrado en su contra el 15 de julio pasado (muchos sospechan que se trató de un autogolpe) ha respondido con una ola represiva como no había conocido Europa en muchas décadas: Van más de 40 mil personas detenidas, y de ellas 11 mil han quedado bajo arresto; se han cerrado más de 4 mil empresas y cien medios de comunicación; y más de 60 mil funcionarios han sido despedidos.
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Erdogan, por supuesto, se ha convertido en un paria internacional, pero esto no puede menos que “saberle a casabe” a Maduro, quien ya lo es. En el hemisferio tiene pocos amigos, y por eso la referencia a la OEA; internacionalmente, muchos menos.
Mucho más le interesa sostener un poder que no tiene otro objetivo que el poder en sí, porque está claro que cada día que pasa Maduro en el Gobierno es un día perdido para Venezuela, y tan solo por poner tres ejemplos cercanos, mientras su vecino, el presidente colombiano Juan Manuel Santos, denuncia en una inusual declaración la “invasión” de venezolanos hacia varios poblados en su país, Aruba y Curazao, las islas más cercanas del Caribe, se preparan también para una oleada de venezolanos como refugiados.
Cuatro versiones de una declaración
El mandatario venezolano está extraordinariamente nervioso con la manifestación que la oposición ha convocado para el primero de septiembre, y comenzando ayer, ha militarizado Caracas, para impedir una demostración política que puede ser definitiva para impulsar el referendo revocatorio, el cual desea casi 90 % de la población, y en el que tres de cada cuatro venezolanos votarían por el abandono del poder del presidente.
La presencia de militares y alcabalas en Caracas desde ayer no es normal. Está como cuando lanzaron la granada en la Plaza La Concordia.
— Julio Jiménez Gédler 🇻🇪 (@Juliococo) August 22, 2016
Maduro no puede permitirse ese día, sobre todo, que los pobres de las montañas que rodean a Caracas “bajen” a mostrar su descontento al Gobierno, porque, nuevamente, según las encuestas, todas las clases sociales, incluyendo las más pobres, ya lo rechazan. Es por ello que recurre a la comparación con el mandatario turco para demostrar una fuerza que probablemente a la hora de la verdad no tenga: reprimir hasta la exacerbación una protesta multitudinaria.
Tratándose de un mandatario tan zafio (bástese recordar el “Endorgan”) como irresponsable, tanto a nivel de políticas como verbal, no puede descartarse que Maduro no esté bien informado sobre los alcances de lo que en Turquía han llamado genéricamente “la purga”, especialmente si tomamos en cuenta de que los mismos adjetivos con que se ha intentado describir al presidente sirven, incluso acrecentados, con su canciller, Delcy Rodríguez, quien, no siendo de formación diplomática, es responsable de parte de la mala voluntad que a Maduro se le tiene en la región y el mundo y quien ha ido ya a Ankara a solidarizarse con Erdogan, y probablemente, a ver en vivo el mecanismo de la represión.
Pero tampoco puede desdeñarse que estemos subestimando al presidente venezolano, y sí conozca lo que hizo Erdogan, quien a su vez es “un niño de pecho”, como dice Maduro, al lado de su vecino y rival Bachar Al-Assad, de Siria, a quien, por cierto, ha manifestado en repetidas oportunidades su solidaridad Maduro, señalando que “quieren que suceda en Venezuela lo que pasa en Siria”.
Probablemente, entre los sueños húmedos de la cúpula gobernante venezolana, hoy dominada por los más radicales, el más querido sea ese: darle una patada a la mesa, terminar de disolver la Asamblea Nacional, opositora (ya lo han hecho en la práctica, desmontando cada una de las leyes que esa Asamblea aprueba, y demostrando la falta de democracia en Venezuela) y terminar de declarar una dictadura desembozada, puesto que, tanto local como internacionalmente, existe la conciencia de que eso es el régimen de Maduro.
Existe una tercera posibilidad, que es que Maduro solo esté blofeando. Esta tercera es, aunque puesta de última, la más probable: cada día el chavismo está más dividido, cada vez más son los chavistas los que se preguntan por qué el mandatario y sus poderes coludidos bloquean el referendo, y por qué cuando Hugo Chávez vivía, su movimiento ganaba todas las elecciones y ahora las pierde. Por qué Maduro ha dilapidado el capital político que heredó, y por qué tiene ese movimiento que irse al foso con un grupo que sabe que ni dentro ni fuera del país tendrá tranquilidad si pierde la coraza del poder.
Aunque ese grupo puede ser aún minoritario y no tener fuerza institucional dentro del Gobierno, podría ser necesario para darle la patada al tablero, al igual que buena parte de la Fuerza Armada venezolana, la que no está en posiciones de poder ni ha participado del festín de corrupción del que Maduro parece ser, apenas, un representante autorizado.
Y hay aún un cuarto acercamiento a sus declaraciones: ¿Está Maduro, como se sospecha con Erdogan, camuflando un autogolpe que permita la represión? Parece poco probable, pero no desdeñable en absoluto. Todavía hay gente que sostiene que el golpe de Estado de 2002 contra Hugo Chávez fue precisamente eso.
Es la geopolítica, estúpido
En el cálculo de Maduro y su comparación con “Endorgan”, tampoco entra en consideración que el presidente turco ha manejado con habilidad su condición de comodín entre Occidente y aliado de Rusia, además de lanzadera de los ataques de ambos contra el Estado Islámico; de hecho, el mandatario se ha apurado a acusar a ISIS del ataque contra una boda en Estambul, que dejó 51 muertos. Turquía ha sacado, históricamente, ventaja de su posición estratégica: Enclave asiático en Europa, y viceversa, y el único gran país musulmán “occidentalizado”.
Maduro no representa nada de esto. Sus aliados estratégicos o son pequeños (Nicaragua, Bolivia, Ecuador) o están mirando a otra parte (Cuba, en concreto, está mirando a la normalización de sus relaciones con EE.UU., y tiene peso geopolítico solo “blando”) o están muy lejos o crecientemente distanciados (China y Rusia).
Y más allá, Venezuela es hoy, con distancia, uno de los países más débiles del mundo. Empobrecido, sin producción de ninguna especie (ni siquiera la petrolera, que se está derrumbando) sería blanco excesivamente fácil de la presión, ni siquiera dura sino blanda, de la comunidad internacional. Ya lo ha demostrado con su situación en Mercosur y la potencial activación de la Carta Interamericana de la OEA.
Pasará el primero de septiembre y veremos si la oposición tiene capacidad de convocatoria y acelera los procesos, o si Maduro (quien hasta ahora, hay que reconocerlo, ha sido hábil administrando la represión) decide “dejar como un niño de pecho a ‘Endorgan’”.
Lo cierto es que, en uno u otro escenario, lo que pase lo desbordará. Y llegará un momento que, en su afán de resistir por resistir, se va a quedar solo con su cúpula arbitraria y corrupta.