
Venezuela es hoy un edificio en ruinas, en el que se escenifica una situación de rehenes. Hay un grupo de terroristas que tiene cautivas a millones de personas y que está cercado: la oposición, la comunidad internacional (salvo deshonrosas excepciones) y la realidad (un edificio que se cae a pedazos, acusaciones de narcotráfico, el repudio de cuatro de cada cinco de sus ciudadanos), son los que están afuera del edificio esperando el desenlace.
Los terroristas están bien apertrechados y pueden resistir bastante tiempo: tienen los suficientes suministros. No les importa mucho que el edificio termine de derrumbarse, como bien lo han mostrado. Cuentan con que los que están afuera se cansen y les digan: “Está bien, quédense con el edificio”.
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Además, tienen una serie de bombas puestas al exterior del edificio, en lugares que solo ellos conocen. Nuevamente, solo ellos saben cuánto dinero se han robado, qué negocios ilegítimos tienen con otros Gobiernos forajidos, cuál es el poder de fuego real de los “colectivos” y otros grupos ilegales, como la Fuerza Bolivariana de Liberación, a los que han armado y mimado a lo largo de 17 años.
¿Se puede tenerlo todo?
¿Qué es lo más importante en una situación de rehenes? ¿Es resolverla rápido o es resolverla de la forma más incruenta posible? ¿A favor de quién juega el tiempo en una situación como la que vive Venezuela hoy? Esta última es la pregunta clave, y la respuesta es engañosa. Una primera mirada diría que es importante resolver esta situación rápido: todos los días muere gente por hambre o falta de medicinas, todos los días se agrava la crisis nacional y costará más recuperar el país.
Adicionalmente, cada día que gana el Gobierno de Nicolás Maduro es un día bueno para él. De hecho, suelo imaginarlo cada domingo en la noche, en su residencia en Fuerte Tiuna (porque hasta en eso, el presidente venezolano es, él mismo, un rehén, esta vez de la corporación militar-cívica que manda en Venezuela), sirviéndose un whisky y diciendo “bueno, sobreviví otra semana”. No me he imaginado a Diosdado Cabello o Tarek El Aissami, pero ellos deben estar, incluso, más agradecidos de cada día que permanecen en el poder.
El chavismo suele mencionar, entre los fracasos de la Asamblea Nacional, que “no sacó a Maduro en los primeros seis meses”, y el mismo mandatario está deseoso de llegar a diciembre; siempre afirma “en diciembre seguiré aquí”.
Su dinámica mental y política tiene como único objetivo permanecer en el poder. No les da miras de largo alcance, es suicida si se mira a dos años, pero es lo que tienen a su disposición. Como maratonistas que comienzan a sufrir calambres, no piensan en la meta del kilómetro 42,6, sino en el kilómetro que tienen por delante, esperando que sus oponentes se cansen primero. A eso juega.
Conmigo sí cuenten
Una mirada más desapasionada permite ver que el tiempo corre a favor de los que hoy cercan al chavismo. Cada recurso que agotan Maduro y su corporación es un recurso que no renovarán. Han abusado tanto de la figura de Hugo Chávez que le han hecho perder la mitad de su valor (según encuestas) en el último año; ya no tienen el aval de China, ni, probablemente, tampoco el de Cuba; han perdido a Brasil y a Argentina (y a prácticamente todo el continente); y lo que es más importante, han perdido cualquier atisbo de credibilidad interna. La inmensa mayoría de los venezolanos no le creen ni a Maduro ni a sus instituciones, empezando por el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral.
En este sentido, esta semana surgió una serie de rumores que indicaban que la oposición más formal y estructurada contra Nicolás Maduro, expresada en la Mesa de la Unidad Democrática, había “negociado” el referendo revocatorio para febrero de 2017.
Olvidan los puristas de teclado que en política ha habido decenas de “negociaciones” pensadas con objetivos superiores: la democracia chilena negoció con Augusto Pinochet, Mandela negoció con el régimen del Apartheid en Suráfrica, y hasta Churchill “negoció” con Stalin para vencer a Hitler. Cómo y qué se negocie depende de la fuerza y habilidad de cada quien: “Cuando seas fuerte, finge debilidad; cuando seas débil, finge fortaleza”, dice Sun Tzu. El chavismo está haciendo muy bien lo segundo; la oposición, en cambio, parece desconocer el tamaño de su fuerza.
Se está poniendo pesado el equipo de "expertos en opinión" en Miami que pagados por millonarios venezolanos siembran rumores de derrota.
— Rafael Poleo (@PoleoRafael) September 9, 2016
Aunque la Mesa desmintió, primero informal y luego formalmente, esas “negociaciones”, eso ocurrió después de que una de sus dirigentes, María Corina Machado, afirmara que si eso era así, “conmigo no cuenten”. María Corina, por supuesto, actúa bajo el principio de la “ética de la urgencia”: Cada día la crisis es más grave. Esa es una razón loable.
Conmigo no cuenten si se acuerda el referendo revocatorio para el 2017.
— María Corina Machado (@MariaCorinaYA) September 7, 2016
En la altamente polarizada Venezuela, las palabras de Machado tuvieron profundo efecto, sobre todo porque hay un sector de la oposición que piensa que la “solución rápida” es al estilo de la Plaza Tahrir, de El Cairo, o de la Revolución Naranja de Ucrania. Ya lo intentó en 2014, y los resultados fueron mucho menos que óptimos.
La ocurrencia de esa “solución” no se puede descartar, pero no depende del liderazgo político (de hecho, le pasaría por encima) y su inocuidad (el otro principio, el de resolver la crisis incruentamente) no se puede medir a priori. Uno sospecha que involucraría mucha violencia: incluso, no es probable, pero tampoco descartable, que Venezuela se convierta en una Siria, con Gobierno pero sin país. Insisto: solo el chavismo conoce su capacidad de generar violencia una vez desalojado del poder. Que lo sepamos los demás solo es posible negociando con ellos una salida ordenada y, sobre todo, electoral. Eso les desactivaría las bombas, se las deslegitimaría. Tendrían que enfrentar una derrota militar luego de la derrota política.
No es desdeñable el hecho de que mientras los rumores se producían, Francisco Arias Cárdenas, figura emblemática del chavismo y gobernador de Zulia, anunciara su intención de ser reelecto. En el escenario actual, no tendría ni la más mínima probabilidad de lograrlo: pero en un escenario en el que la oposición se desencante, que diga “conmigo no cuenten” (es decir, la de un referendo en 2017 con el discurso actual de la oposición) podría, incluso, repetirse el escenario de 2005, el de un forfeit opositor.
De pronto, A en conducta
¿Por qué no el referendo en 2017? Cómo señala Machado, eso es “sacar al dictador y dejar la dictadura”. Saldría Maduro, pero dejaría designado a un sucesor. Es decir, el poder del chavismo quedaría intacto. Esa es la posición de María Corina, y también es la posición de la MUD, y ha sido un error comunicacional cuyas consecuencias empiezan a verse ahora, cuando quedan menos de tres meses para que termine 2016 y la oposición no ha sido capaz (hasta el momento) de moverle el piso lo suficiente al Gobierno como para que este acepte hacer el referendo este año.
Como al Gobierno, al TSJ y al CNE les importa un comino la legalidad, porque sus rectoras saben, como el resto de la cúpula, que una vez que dejen el poder van a tener que pasar el resto de sus vidas enfrentando juicios.
Pero la oposición, si es sensata, debería aceptar el referendo el año que viene, en caso de que ya no pueda seguir luchando por él en 2016. Está haciendo lo que está a su alcance, está teniendo éxitos políticos y ha logrado que internacionalmente el Gobierno de Maduro sea visto como lo que es: como un régimen.
Algún vocero de la MUD lo dijo con gran precisión: “Estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos para que el referendo sea este año”. Pero no se puede garantizar que se logrará. ¿Qué viene después? ¿El desánimo? ¿Dejarle nuevamente la gobernación de Zulia al mendaz de Arias Cárdenas, por ejemplo?
En diciembre de 2015, la oposición le metió al oficialismo una derrota por 18 puntos de ventaja en la Asamblea Nacional. Han pasado ocho meses de eso, y más allá de juzgar los cambios efectivos que ha podido establecer el Parlamento, algo está claro: políticamente ha erosionado el capital de la cúpula chavista; ha puesto a Maduro y su corporación a sobrevivir; y ha mostrado la enorme diferencia entre un liderazgo democrático de centro y una casta de izquierda con bastantes métodos del fascismo.
Diez meses después de esas elecciones Maduro está como el boxeador que recibe un knock-down en el tercer asalto, y en el noveno aún está errático, pero de pie, tirando golpes al aire, mientras su rival le pega con todo… Y no termina de caer. Aún puede pegar un golpe de suerte y vencer, así que la mejor estrategia para su contrincante es la de intentar ganar por puntos, no desesperarse y arriesgar una victoria que tiene segura. El 1 de septiembre, un golpe calculado, con efecto, causó una nueva caída al maltrecho y viejo boxeador que se resiste a entregar su título.
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¿Por qué no pensar que un referendo revocatorio, inclusive a mediados del año que viene, tendría un efecto mucho más devastador que las elecciones parlamentarias, tanto, que colocaría al chavismo ante su epitafio, independientemente de una cuestionable leguleyería? ¿Qué poder real tendría un vicepresidente impuesto por el primer presidente revocado en la historia de América Latina? ¿No sería la única opción viable de ese vicepresidente la de renunciar y convocar a unas elecciones, más allá de que intente sostenerse? ¿Le atenderán el teléfono los militares, los gobiernos vecinos, incluso las comadres del CNE y el TSJ?
Yo lo veo muy difícil. Y eso para mí es el valor del referendo revocatorio, incluso en 2017. Vencer al chavismo en elecciones es la única solución para desactivarle las bombas escondidas de los terroristas, para darle legitimidad a cualquier proceso posterior, incluso, por qué no, una Asamblea Nacional Constituyente. Y para evitar una guerra civil, un proceso prolongado de violencia que hará inviable cualquier recuperación posterior.
Lo demás es dejarle el edificio a los chavistas para que terminen de arruinarlo, y a nosotros, como rehenes por una década más, cómo minimo.
Por lo tanto, conmigo que sí cuenten. En política, no hay muertos… Ni minutos 90. Y política es, siempre, negociar.
Lo otro es guerra.