En Venezuela ayer la oposición convocó a una marcha para exigir elecciones, suspendidas desde que Nicolás Maduro perdió por paliza las parlamentarias del 6 de diciembre de 2015 y decidió (o la corporación que dirige Venezuela decidió y él puso la cara) que en el país la democracia quedaba de vacaciones indefinidas hasta que ellos recobraran el favor de las mayorías.
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Desde el año 2000 cada vez que la oposición -poca o mucha-, decide manifestar, el chavismo convoca una para el mismo día, la misma hora y por el mismo sitio por el que pensaba marchar la oposición. Desde que Maduro decidió (o alguien decidió por él) darle vacaciones a la democracia, además, cada manifestación opositora se enfrenta a alcabalas, puntos de control, piquetes policiales y del Ejército, y el cierre de todas las estaciones del Metro por las que vaya a pasar.
Se trata, en pocas palabras, de que convoque la menor cantidad de gente posible, porque eso se ve muy mal en las fotos de Twitter, esas que parecen traer de cabeza a todos los políticos hoy en día.
La multitud de Obama vs. la de Trump el día de la toma de posesión https://t.co/1Kthpa9lTO pic.twitter.com/lA3gwELgAQ
— CNN en Español (@CNNEE) January 21, 2017
Por el cierre del Metro, quien esto escribe, luego de participar en la manifestación opositora del 23 de Enero, fecha en la que se conmemora la caída de la penúltima dictadura venezolana (la última es la actual) cayó, inesperadamente, en la del chavismo. A la preocupación de sentirse franela blanca en mar de franelas rojas, gorra opositora entre gorras chavistas, se sumó una fascinación, la del periodista, la de observar cómo era la cosa, un gusto que no me doy frecuentemente.
Debo decir que la marcha de la oposición fue (parcialmente) una decepción. Haber juntado dos cuadras de gente, luego de las grandes marchas del año pasado, por supuesto, desanima: pero no tanto si uno considera lo golpeada que viene la dirigencia opositora, por sus errores, que son muchos y muy severos desde octubre pasado, pero también por una oposición radical que mayormente se expresa en Twitter y que en días previos a este lunes señalaba que la única marcha que tenía sentido era la de “quedarse en la calle”, sin darse cuenta de que para “quedarse”, lo primero que hay que hacer es “salir”, y ellos, aparentemente, prefieren rumiar sus angustias en la red social, un reducto de intolerancia, en la que, por cierto, compartieron con el chavismo la etiqueta #YoNoMarchoConLaMUD.
https://twitter.com/BernalCandanga/status/823658513457037312
Más de lo mismo. Fracaso de la marcha del 23E, obliga a los actores políticos de oposición a pensar. Hace falta algo más que la MUD.
— Elías Hidalgo (@hidomel) January 23, 2017
Hubo una época, hay que reconocerlo, en que el chavismo era una pasión: que a uno esa pasión le pareciera un suicidio era otra cosa. Era una pasión populachera, estridente, al estilo peronista, que hoy no existe. En la marcha del chavismo del lunes (y ya desde hace tiempo viene siendo así), lo que había eran listas de asistencia, “mi jefe me está esperando”, ministerios y disciplina. Es decir, la burocracia apoderada de la política, o más bien al contrario.
Y en estos tiempos, pude descubrir el significado exacto de “posverdad”, eso que ahora sustituye a la mentira: la verdad mediática, la verdad hecha para los medios, transformada muchas veces por eso que llaman “falso positivo”.
Con un “falso positivo”, y además, con una sentencia predelictual (que la oposición va a destrozar el metro o que va a agredir a los funcionarios del Consejo Nacional Electoral) Maduro y el Tribunal Supremo que le sirve de bufete han mutilado aún más la democracia, al restringir, prácticamente suspender, el derecho a manifestar; en tiempos de la posverdad, a una marcha prácticamente se la condena a no tener gente, mientras en la otra la asistencia es obligatoria si quieres mantener tu empleo.
Una tiene a toda la policía para reprimirte, en la otra, toda la policía te protege; una no sale por los medios, la otra termina con una cadena nacional de radio y televisión de cuatro horas.
Decía que había entendido claramente el concepto de “posverdad”: posverdad es lo que vi cuando transitaba por las cercanías del acto del chavismo, y vi en pantalla gigante “la alegría de un grupo de manifestantes en una plaza”, mientras en vivo, en la calle, veía como la plaza estaba semidesierta y sin gente, es decir, estaban usando imágenes de archivo para mentirle, en la televisión del Estado, a todos los venezolanos.
“Posverdad” es también la de la gente que culpa a la MUD para solazarse en su inacción. Alguien me decía, nuevamente por Twitter, que la falta de gente en la manifestación opositora “demostraba que los que no creemos en la MUD somos mayoría”.
¿Qué demuestra que la gente se abstenga, si es que demuestra algo? El que se abstiene, ¿qué quiere decir? No decir nada ¿es aprobación o rechazo? Cuando una marcha a la que se le ponen todos los obstáculos logra juntar dos cuadras de gente, para mí es un éxito. Y una vergüenza si no hubiera asistido. Luego me puedo poner todas las excusas que yo quiera por no haber ido, como hacen muchos en las redes sociales, con un evidente “síndrome de la junta de condominio”: todos sabemos lo que hay que hacer, pero nadie quiere tomarse el trabajo de concretarlo, prefiriendo criticar a los que asumen la tarea.
A Kant se le atribuye la frase “Ser es hacer”, corolario al “Pienso, luego existo”, de Descartes (probablemente el francés tuitearía y el alemán iría a la marcha).
En el fondo, si fuera por los opositores a la oposición, que nos decían que nos quedáramos en nuestras casas el 6 de diciembre de 2015 para “deslegitimar” al chavismo (afortunadamente no les hicimos caso), estaríamos actuando como los que acusan a las mujeres de provocar su violación por usar minifaldas, o como José Luis Rodríguez Zapatero, infame “lleva y trae” del diálogo promovido por Nicolás Maduro (en el que la oposición, en mala hora, cayó, porque estaba desorientada y porque, hay que reconocerlo, en planificación estratégica tiene cero), quien señalaba ayer mismo en la Universidad de Salamanca que “entre la oposición y el Gobierno de Maduro hay diferencias insalvables”.
Señor Zapatero: entre una oposición que tiene la mayoría, y un Gobierno que ha decidido que por ello hay que derogar la vigencia de la Constitución, que reprime y viola los derechos humanos cotidianamente, la diferencia solo puede ser insalvable. El tema no es de diferencias, sino de desacato abierto y reiterado de las leyes, que en España se pagaría con cárcel. Pero como el expresidente español no lo dice así, con todas sus letras, y como Venezuela le parece exótica y poblada de “buenos salvajes”, está mintiendo, perdón… diciendo una “posverdad” (con muchos dólares de por medio).
La misma “posverdad” que dicen muchos cuando afirman que “la solución es la calle”, sin saber muy bien con qué se come eso, mientras se quedan en su casa, en Twitter, rumiando su “arrecherón” y sin responder (y poniéndose más iracundos) cuando uno les pregunta: ¿Y tú qué propones?
Yo sé que esta oposición es bastante mala. Como es bastante malo el Gobierno y como somos bastante malos todos los que hacemos vida en este país. Sé, además, que buena parte de la oposición usa las redes sociales como radar, en vez de dedicarse a dirigir, que para eso los llaman “dirigentes”.
Pero sé también que muchos de los que son unos guerreros de Twitter, o no ponen su nombre, o escriben desde el exterior, o sencilla y llanamente le hacen el juego, desinteresadamente o no, a Nicolás Maduro. Quienes hacen política en este país, en muchos casos, empezando por Leopoldo López y terminando por Gilber Caro, lo han pagado con su libertad. Algo a lo que yo no estoy dispuesto, y por lo tanto, respeto casi reverencialmente.
Porque, para cerrar, ayer fue 23 de Enero en Venezuela, y eso de que a la penúltima dictadura “la tumbó el pueblo” es una falacia agrandada por la demagogia imperante en Venezuela desde 1958, por lo menos. A la dictadura de Pérez Jiménez la tumbaron la Marina y la Aviación, azuzadas por Acción Democrática; luego “el pueblo” salió a celebrar, y no en pocos casos, a aprovechar el pillaje de las casas de los gerifaltes de la dictadura.
Decir otra cosa es una “posverdad”, como se le dice ahora a la habladera de pendejadas, que es lo que más pulula en Twitter, disfrazada de redaños.