
Obrando lógicamente por el interés de generaciones venideras, hemos impuesto tan terribles privaciones a la generación presente que la duración media de su existencia ha disminuido en una cuarta parte (…) El nivel de vida del pueblo es inferior al que tenía antes de la revolución, sus condiciones de trabajo más duras, la disciplina más inhumana (…) conducimos a las gimientes masas, a latigazos, a una felicidad teórica y futura que somos los únicos capaces de entrever.
Arthur Koestler, El Cero y el Infinito
I
Luego de diez días de silencio (rotos solamente, por cierto, para hacer una apasionada defensa de su propio derecho a viajar a la Unión Europea, y a tener bienes en el Espacio Schengen), Tarek William Saab, a quien la Asamblea Nacional Constituyente designó ilegalmente como fiscal general de la República, se dignó finalmente a hablar el jueves 25 de enero sobre el operativo policial en el que fueron masacrados, el 15 de enero, Óscar Pérez y otras ocho personas, entre ellas, dos supuestos funcionarios del orden, sobre los que Saab no habló, porque eran colectivos paramilitares.
El (generalmente) locuaz fiscal general nombrado por la ANC, quien ya nos había proporcionado una dosis profunda de indignidad como “defensor” del Pueblo durante las protestas de abril a julio del año pasado (por no recordar el período en el que fue gobernador del estado Anzoátegui), hizo una breve mención al caso del expolicía rebelde en los siguientes términos, si tenemos a bien creerle a la versión que de sus declaraciones hizo El Nacional:
“Un grupo armado se alzó contra el Estado y dejó en luto a sus familiares. Es lamentable (…) El centro del debate radica en los que quieren la vía armada o la vía electoral para dirimir nuestras diferencias (…) se debe evitar la apología de los grupos armados y toda posibilidad de lucha armada contra el Gobierno, debido a que habrá muchas víctimas (…) No queremos que en Venezuela pase lo que pasó en Colombia”.
II
Trataremos, a raíz de tan sucinta declaración (hecha, por cierto, en el marco de una rueda de prensa en la que se anunció que Rafael Ramírez, exzar de PDVSA y del petróleo venezolano, tenía una orden de detención en su contra), de establecer las “bases doctrinarias” del pensamiento de Saab, si ellas existen.
Según Saab, “el centro del debate radica en quienes quieren la vía electoral o la vía armada para dirimir nuestras diferencias”. En un hombre que saltó a la palestra pública como uno de los innumerables “compañeros de ruta” de los alzados en armas contra el Gobierno legítimo y democrático que encabezaba Carlos Andrés Pérez en 1992, tal declaración es, cuando menos, escandalosa.
Sabe Saab que ese no es el centro del debate. El centro del debate es que Pérez y sus compañeros, en vivo, directo y a través de las redes sociales (como hizo, por cierto, Hugo Chávez en 1992 por TV, con respeto pleno a su dignidad humana) solicitaron rendirse; sabe que estaban sitiados dentro de una vivienda, en proporción de 1.000 (mil) a 6 (seis); sabe que hay un video en el que explotan esa casa con un lanzagranadas RPG.
Sabe Saab, finalmente, que si no hubiera sido por la valiente posición de los médicos de la morgue de Bello Monte, en Caracas, los cuerpos de Pérez y de sus compañeros hubieran sido ilegalmente cremados para impedir que en un futuro sean exhumados (según la versión que los galenos dejaron filtrar) para comprobar que seis de siete tenían tiros en la cabeza. El silencio de Saab sobre estas aristas del caso constituye una traición a su profesión de abogado, a su antigua trayectoria de “defensor de derechos humanos” y a sus 30 millones de sus conciudadanos.
III
El centro del debate, por supuesto, no es si Pérez se alzó o no en armas contra el Estado. Eso es patente, lo dejó claro el expolicía durante su breve, pero fulgurante vida pública en al menos tres oportunidades. Y por supuesto, es completamente ilegal.
Es más, ni siquiera se va a tratar en este artículo el hecho de si ese Estado tiene o no derecho a defenderse. Es su raison d’Etat: la evidente masacre contra Pérez y sus compañeros se produce porque Nicolás Maduro, quien funge como cabeza de la corporación que hoy se reparte los despojos de Venezuela, decidió que no solo era necesario reducir a Pérez, sino aleccionar a cualquiera que piense en actuar de forma semejante, como lo señaló Maduro, en un acto con la Guardia Nacional, el 16 de enero:
“A 17 días de dar la orden, la orden fue cumplida (…) todo el que haga armas contra la República, tendrá un destino semejante”.
Maduro se hace personalmente responsable, así, de la masacre. Saab, quien intenta distraer la atención, se hace corresponsable: primero con su silencio, luego con su declaración y, finalmente, con su advertencia: quien tan solo recuerde a Pérez, puede ser “juzgado” (las comillas son intencionales) por “apología del terrorismo”. Juicio militar, por supuesto.
Y Saab puede defender la razón de Estado por encima de la vida de Pérez, pero al hacerlo se pone del lado del totalitarismo, es decir, se descalifica como fiscal general, defensor de la legalidad, de los derechos humanos de los venezolanos y, especialmente, del derecho a recibir un juicio justo, pues tales son sus atribuciones establecidas en la Constitución.
En el mismo acto del 16 de enero, y en su discurso de despedida, el comandante saliente de la Guardia Nacional (GN) señalaba que “la canalla mediática quiso hacer parecer que las gallardas fuerzas del orden eran los malos, y los sediciosos, los buenos”, cuando, según él, debía ser muy obvio que las tropas armadas hasta los dientes, que inmisericordes apalearon, atropellaron con tanquetas y asesinaron a más de un venezolano en promedio por día, estaban defendiendo a ese magnífico Estado que encabeza Maduro: el que ha arrojado fuera de sus fronteras a cinco millones de venezolanos y mata de hambre a los restantes. Los aplastados, los atropellados, los detenidos eran los malos. Pura raison d’Etat, en la que el comandante de la GN y el fiscal general son solo dos matices de la misma expresión totalitaria.
Todo esto que ocurre hoy en Venezuela, además, sucede en el marco de una farsa electoral que, ya se ha anunciado, no será reconocida por ningún país democrático del mundo. Es decir, el “dirimir electoralmente nuestras diferencias”, como dice Saab con la misma falta de inocencia que, por poner un ejemplo, Jorge Rodríguez, está descartado.
En Venezuela habrá un proceso electoral, que no una elección, porque esta es imposible para Maduro, Saab y todos ellos: porque se han hecho responsables de la muerte de Pérez y sus compañeros, y por mucho menos que eso, Alberto Fujimori acaba de pasar una década preso; porque saben que abandonar el poder implica terminar, como está terminando Lula Da Silva en estos días, en una cárcel.
Lo que hizo Lula es una nimiedad al lado de lo que todos ellos han hecho: violado los derechos humanos y prevaricado el tesoro público, para dejar a la gente comiendo de la basura. Es más fácil que la voluminosa humanidad de Maduro desafíe la Ley de la Gravedad a que gane unas elecciones limpias, en las que, además, se permita votar a la diáspora venezolana.
IV
Mi amigo Salomón Cherem, quien tenía todo el bagaje exquisito de su milenaria cultura sefardí, me regaló hace muchos años El Cero y el Infinito, de Arthur Koestler, una pequeña obra monumental que trata, en resumidas cuentas, sobre la inmensa perversidad de un régimen al que no cuesta mucho identificar como el comunismo ruso de entreguerras; a un “número 1” en el que es fácil dibujar a Stalin, y a “Rubachov”, el personaje principal, en el que se percibe vagamente a Trotski.
Es un libro indispensable para quienes quieran entender el comunismo: cómo la línea que divide la lealtad de la traición está solo en la cabeza de “número 1”; cómo se premia a quienes intentan adivinar en todo momento qué pasa por el cerebro de la nomenklatura, y cómo se puede pasar de privilegiado a reo de muerte en apenas un momento.
Lo digo, para cerrar esta larga disquisición, a propósito de Ramírez, la nueva víctima propiciatoria de Saab y Maduro. Toda Venezuela conoce, desde hace 15 años, de los gestos de neorriquismo del expresidente de PDVSA, de sus botellas de whisky de cuatro dígitos en dólares y de las andanzas de su primo Diego Salazar. También lo sabía Saab, quien no puede venir a hacerse el ofendido hoy, porque es parte del combo dirigente desde su año cero. Pudo haberlo denunciado en 2002, 2007 o 2013.
¿Por qué no entonces? ¿Por qué hoy? La respuesta es tan obvia que sonroja: Porque Ramírez ahora maniobra para ser alternativa a Maduro. Por mucho menos que eso (por “oposicionismo”), Rubachov, íntimo del“número 1” y protagonista de El Cero y el Infinito, terminó en el paredón.
La nomenklatura sabe que dejar el poder los hará reos internacionales. A pesar de lo firmes que hoy parecen, transitan arenas movedizas: haber violado todas las reglas, locales y mundiales, los pone en fase de definiciones. Falta ver si Venezuela ve la luz de la libertad, finalmente, o Maduro afianza ya el desembozado totalitarismo de esta desafortunada exrepública.