Ayer fue 22 de abril, y aunque la fecha no diga nada (que no tiene por qué), es un día que “pudo ser” de “elecciones” en Venezuela. Hace seis años, Hugo Chávez planificaba cuidadosamente la fecha de las elecciones del 7 de octubre, para que coincidieran con los últimos estertores de su ya arruinada salud; en 2018, el cálculo de Nicolás Maduro antes de que la crisis arrase al país era hacer las elecciones en abril. Por supuesto, ambas fechas se estimaron con cierta holgura: Chávez tendría su última aparición pública el 8 de diciembre de 2012, y en la actualidad Maduro considera que aún puede capear otro mes, hasta el 20 de mayo.
Sin embargo, a este lunes 23 de abril de 2018 es dable pensar que el 20 de mayo de 2018, cuando Maduro pretende recoronarse hasta el 2025 –ya sin ningún atisbo de Estado de derecho–, no son apenas cuatro semanas, sino una Edad del Bronce, un futuro tan lejano que la supervivencia del régimen vuelve a contarse en días, como en 2017; y no porque el clima interno esté tan caldeado como el del año pasado (pero sí, de una manera anárquica y latente), sino porque el colapso de todo se produce delante de nuestros atónitos ojos y la comunidad internacional ya no parece dispuesta a seguir soportando al obeso mandón.
El Mariel de esta generación
Es Venezuela hoy la protagonista de un exilio brutal y forzado de miles de sus ciudadanos, una suerte de “Mariel al seco”, del que todos los días hay noticias en la prensa internacional. Es, además, el primer éxodo masivo de venezolanos en toda su historia como nación independiente. La única respuesta de Maduro, tres meses después de que al menos 18 venezolanos murieran ahogados frente a las costas de Curazao, ha sido el silencio, y lo único que puede decir Maduro sobre la diáspora de millones de compatriotas no puede ser más que un vergonzoso mal chiste: Que él los espera cuando vuelvan –aunque sea justamente de él, del horror que representa su régimen, que huyen–.
Además, en el momento de escribir esta nota, el estado Zulia, o la mayor parte del segundo estado más importante del país, ha pasado hasta 36 horas sin luz. Si usted quiere trabajar, probablemente no consiga transporte público en ninguna parte del país para llegar a su empleo; y si consigue el transporte, probablemente no tenga cómo pagarlo, porque no hay efectivo.
Las pensiones de vejez van por USD $0,50 (eso sí: el Gobierno de Maduro se jacta de tener “cien por ciento de cobertura”, otro chiste muy malo, y muy cruel) y mejor no se enferme, porque la falta de algo tan sencillo como un antihipertensivo lo puede enviar a la tumba.
¿Por qué el país no estalla? O más bien, ¿por qué no lo ha hecho? Porque algunos jirones de la farsa aún se sostienen. El Ejército, o lo que queda de él, aún mantiene una lealtad (cada día más crítica y anárquica en las bases, hay que decirlo) al régimen de Maduro. Porque además, no quedan arrestos para protestar, por el momento: es ya demasiado pedirle más a una nación que ha sufrido tanto como esta, que ha luchado tanto, que vuelva a inmolarse por segundo año consecutivo, sobre todo ante un régimen que ha demostrado que no tiene ningún reparo en matar, tanto que hoy en Nicaragua se dice que se está repitiendo “el guion venezolano“.
La comunidad internacional, sin embargo, continuará presionando a Maduro, mucho más duramente. Y se está coordinando un esfuerzo internacional sin precedentes para congelar dinero proveniente de la corrupción de los altos mandos de Venezuela entre 16 países. La advertencia de Stevebn Mnuchin de que Maduro “no puede gestionar préstamos en nombre de Venezuela” es demoledora. Quienes decidan prestarle saben que lo están haciendo a fondo perdido.
Y aún en este escenario popular de desmovilización-desmoralización, las protestas anárquicas se multiplicarán. El régimen cada día quedará más desnudo (y buena parte de la “oposición leal” también) ante las demandas de medicina, de comida, de un mínimo de respeto al ser humano; y un sector del Ejército que ya se está haciendo esta pregunta se la hará mucho más fuerte en los próximos días: ¿vale la pena mantener el respaldo a un régimen que ha llevado a su pueblo al hambre y la privación?, ¿en nombre de qué?
El colapso del día después
Todos estos factores hacen que este mes se le vuelva muy cuesta arriba a Maduro, quien pretende meter al país en una campaña electoral en la que él solo puede participar desde el palacio de Miraflores, porque hace rato que no es un presidente, sino un aferrado. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió en 2012 y 2013, su “taparrabo” (Felipe González dixit), Henri Falcón, sí puede hacer “campaña” por todo el país, lo que contrasta con las vicisitudes que tenía que enfrentar Henrique Capriles hace seis y cinco años cuando se midió contra Chávez y le peleó tan cerca a Maduro que terminó dejándolo en duda para todo el período.
Aquella grieta de 2013 es hoy un abismo para un Consejo Nacional Electoral que tiene que ir a buscar “observadores” a Túnez y a Etiopía, ante el repudio universal a las elecciones, lo que debería hacer reflexionar a Falcón, el único que medio cohonesta semejante mamarrachada. A Falcón, por cierto, hay que decirle que no vaya a salir a culpar a la gente cuando pierda en la precitada mamarrachada, o aunque “gane”, porque están bien avisados por toda la comunidad internacional de que esto no son unas elecciones, y porque, según Datanálisis, solo el 22 % de la población está “muy dispuesta” a participar en el proceso del 20 de mayo.
Supongamos que el régimen no se desmorona (algo de lo que, insisto, corre riesgo) y llegamos al 21 de mayo y que Maduro es designado presidente en unas elecciones sin ninguna legitimidad.
¿Qué pasará después? Como primera medida, Maduro ha prometido, para comienzos de junio, quitarle tres ceros al bolívar, con lo cual, un cartón de huevos (a precios de hoy) costaría 1.200 bolívares, es decir, si quisiera hacer una reforma monetaria con un mínimo de sentido, tendría que quitarle ya seis ceros: pero eso significa que el salario sería una moneda fraccionaria.
Este es uno entre múltiples ejemplos de que el régimen de Maduro es inviable, a menos que cogobierne con la “oposición leal”, encarnada por Falcón, y este asuma las reformas económicas que Maduro no puede echarse encima, porque es comunista. Pero es un escenario tan improbable, tan forzado, además, que su probabilidad de resultar exitoso es cero. Además, están las muy filtradas observaciones de EE. UU. sobre las sanciones también para la “oposición leal” que complicarían aún más al Frankenstein. Un escenario en el que la oposición sería (Believe it or Not, digno de Ripley)… ¡el PSUV de Diosdado Cabello!
El peor temor del club que respalda a Maduro (de Putin a Díaz-Canel) es el colapso del día siguiente, que resultaría incluso peor que el de este mes que queda. Pero en el camino, el peligro más grande lo corremos los propios venezolanos, amenazados de una hambruna extrema, de un conflicto entre un Ejército desmantelado y unas organizaciones paramilitares extremadamente bien armadas (los colectivos), o de, sencillamente, continuar en este deslizamiento de un país hacia la muerte que al mundo entero espanta.
Que estos años, que estos protagonistas, no se olviden, porque tenemos que reunir, terminada esta pesadilla, la fuerza para llevarlos ante la justicia.
Y así como Hugo Chávez arruinó a Venezuela para morir como presidente en ejercicio, Maduro puede encontrarse con que luego de su farsa electoral el Gobierno se le desplome como la salud desfalleciente del padre de toda esta desgracia.