El pasado lunes, en el programa de radio que tengo el honor de presentar, manifesté mi solidaridad con Bony Pertíñez de Simonovis, esposa de Iván Simonovis, uno de los primeros presos políticos del chavismo (y quién aún sigue preso luego de 15 años). Bony había manifestado, en días previos, su disposición a votar por Henri Falcón en la farsa electoral que se realizará este fin de semana en Venezuela.
Manifesté mi solidaridad con quien ha vivido un calvario personal y familiar de tres lustros, señalando que puede decidir lo que crea más conveniente a sus intereses, porque ella ha afirmado que lo cree más conveniente, lo que acerca más a su marido y a su familia a la libertad, luego de tantos años de cautiverio, es sufragar. Y lo hice aclarando que mi posición es exactamente la contraria, es decir, que ni esto es una elección ni tiene ningún sentido acudir a salir en la foto que Nicolás Maduro (el beneficiario de la farsa) quiere mostrar: la de una fila a las puertas de un centro de votación.
Recibí varios tuits airados por mi declaración. Cuando pensé que había sido malinterpretado, y que se había entendido que no respaldaba a esta esposa y madre venezolana, ratifiqué lo que había dicho: fue entonces cuando me di cuenta de que me reclamaban, justamente, porque me habían interpretado bien.
Para más de cuatro oyentes, Bony Pertínez, Iván, su esposo, y sus hijos, ya en edad de votar, no tenían derecho a poner su interés personal por encima de la línea de abstención que han fijado el Frente Amplio Venezuela Libre y antes que este, la llamada Fracción 16 de Julio, de partidos opositores minoritarios. Una oyente, de hecho, con el tono airado y ofendido que suele predominar en las conversaciones de Twitter, me escribió “no aclare, que oscurece”. Otros me insultaron con peores epítetos.
Aclarando
¿Es útil el voto en Venezuela? Muchos pensamos que no, y aquí me incluyo. Era obvio que un régimen como el de Nicolás Maduro, que ha ido eliminando todos los mercados, terminara por eliminar también el mercado electoral. Como en la caja del CLAP, usted puede obtener un producto muy malo (el propio Maduro), que, además no admite competencia.
Eso terminaron siendo las elecciones en Venezuela, y quien no lo tenga claro, peor para él, y para todos, porque lo único que Maduro necesita para mantener su régimen fraudulento es que este domingo haya gente en las colas de votación, a juicio de este humilde servidor, cada voto cohonesta un fraude que se ha venido fraguando desde 2015.
Porque también tengo muy claro que Falcón no es “candidato de la oposición”: incluso reconociéndole, o al menos no negándole, las buenas intenciones que pueda tener, es muy evidente que “se coló entre los palos”, como dicen en términos hípicos o futbolísticos, cuando la oposición, la real, denunciaba la falta de acuerdos en República Dominicana. Y si hubiera ocurrido una competencia (ah, otra vez, bendita palabra) electoral interna de la oposición, no habría sido siquiera la sexta selección.
En ese sentido, Falcón es reo, como mínimo, de ventajismo, y eso, insisto, aún atribuyéndole buena fe en sus objetivos; ya no hablemos de Javier Bertucci, quien, en unas elecciones serias, seguiría repartiendo sopas en las barriadas populares con su movimiento evangélico (iniciativa muy loable, por cierto, en un país en el que una sopa hace la diferencia entre comer o no comer en un día) y no en el marco de su campaña “electoral”.
Estos son los rivales que Maduro permitió que pelearan contra él, y aunque solo sea por eso, ya los comicios del domingo se convierten en no democráticos.
Liberales para lo bueno y para lo malo
Los venezolanos tenemos varios reflejos muy marcados: uno de ellos es el acto del sufragio. El otro es un reflejo voluntarista, el “esto es lo que yo puedo hacer”. Y ambos se ven concurrentes en el proceso fraudulento del 20 de mayo. El reflejo de “esto es lo que yo puedo hacer”, además, lo he visto muy marcado en la hasta ahora abstencionista clase media, quizás como respuesta a su creciente desencanto con la dirigencia opositora tradicional.
Y el de ir a votar es parte de nuestra no tan profunda cultura democrática, pero sí sufragista: Si yo voto, estoy ejerciendo la democracia. De eso mismo se aprovecha el chavismo cada vez que dice que es democrático porque ha realizado 20 elecciones en 19 años, aunque los que conozcamos del tema sepamos que en el fondo allí lo que hubo fue, primero, un aprovechamiento obsceno de una mayoría conseguida a punta de dinero, y luego, una minoría principal, organizada y dispuesta a punta de chantaje y ya fraude desembozado.
Saber todo eso, sin embargo, aún no es suficiente para fustigar a Bony Pertíñez de Simonovis, ni quien quiera votar, por razones profundas o baladíes. No, desde luego, desde el punto de vista de un liberal, que cree, fundamentalmente, en la Libertad.
Y creer en esa libertad es permitir que alguien tenga puntos de vista contrarios a los propios, especialmente en una discusión como la que vive hoy Venezuela, nuevamente obligada por el chavismo a elegir entre dos miserias: ¿Cuántas veces dije que a mí, mi voto, tenían que robármelo? No lo recuerdo; un candidato tan débil como Maduro, aún con la trampa montada, sencillamente no resistiría la cola de gente votando contra él, incluso en un sistema pinchado e inauditable como el que ha montado la señora Lucena, de la misma forma que un banco quebrado no aguanta la fila de gente retirando su dinero, incluso con toda la publicidad del mundo.
El debate entre votantes y abstencionistas existen porque ambas partes tienen algo de razón. Yo considero que tiene más peso racional abstenerse; Bony Simonovis piensa lo contrario. Si lo hace por motivos egoístas, no es algo que a mí me cause preocupación, o en lo que siquiera piense. Después de que estos desgraciados le arruinaron la vida a su esposo, a ella o a sus hijos, se ha ganado el derecho a ocuparse primero de ellos y luego del país. Que es muy fácil juzgar desde la comodidad de Twitter y sin haber pasado una noche en prisión.
Ese chavismo pertinaz
Hay quienes creen, especialmente los más jóvenes (y algunos desmemoriados o autoengañados) que Venezuela era una sociedad idílica, paradisíaca, a la que de pronto llegó el chavismo como un cuerpo extraño, un Alien, que se posesionó del país.
Y si bien es cierto que el chavismo ha construido, en 20 años, una cultura chusma, resentida, de insultos, falacias e intolerancia, la verdad de las cosas es buena parte de todo eso ya estaba dentro de nosotros en 1998, y que parte de lo que se le criticaba a la clase política de aquella época era una cortesía de modos democráticos, a la que se denominaba hipocresía.
Esa cultura intolerante, innata y además cuidadosamente inoculada, es la que reina en muchos ciudadanos opositores, que hoy se encuentran además con el regalo de las redes sociales, en las que el “quién mea más lejos” es el estilo discursivo. Pero ya estaba ahí, en los 130 años de autoritarismo que precedieron a esa fugaz democracia venezolana, con sus costumbres dialogantes, y que muchos venezolanos sabotearon activa o pasivamente para darle retorno a los regímenes de los caudillos dictatoriales.
Es esa intolerancia la que surge hoy contra Bony de Simonovis, porque, lo que es a mí, me lo han preguntado en la ciudad o en el campo, gente acomodada y gente muy humilde, y siempre he respondido igual: esta vez, yo no voto. Pero creo en las responsabilidades individuales, y no tengo nada contra quien lo haga por Falcón o por Bertucci (ya por Maduro es otra cosa). No creo tener la superioridad moral para dar consejos, como algunos que no solo los dan, sino que obligan a seguirlos.
Igual, el lunes en la mañana, nos vamos a volver a necesitar todos en esta acera de los que resisten la tiranía, que a su vez estará más tambaleante, y por lo tanto, mucho más peligrosa de que, al caer (lo que sin duda sucederá) nos deje aplastados para siempre.