El 2020 trae consigo una batalla temprana que debemos dar quienes luchamos por la democracia y por la libertad: la elección de la Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos (OEA). No hay dudas: el próximo 20 de marzo, Luis Almagro debe ser reelecto como Secretario General de esa organización. ¿Razones? Hay muchas.
Lo primero que debemos recordar es el contexto en el que Luis Almagro fue electo como Secretario General de la OEA. El 26 de mayo de 2015, fue electo con 33 votos para un período de cinco años. Hubo mucho escepticismo por su llegada, no solo por venir de ser canciller de José “Pepe” Mujica, en Uruguay, sino por los apoyos que la izquierda le brindó en ese entonces, en una región muy distinta a la de hoy.
Almagro llegó a la OEA y, para sorpresa de muchos, desde el día uno se encargó de dar un giro total a una aletargada institución. Un contraste evidente comparándolo con la deplorable y vergonzosa gestión de 10 años de su predecesor, el chileno José Miguel Insulza. Esa gestión silenciosa y cómplice hizo de la OEA una instancia irrelevante durante una década, no sólo para convertirse en una especie de brazo internacional del chavismo, sino también para cerrarle la puerta a la sociedad civil y a los activistas por la democracia y los derechos humanos, y convertirla así en un club de presidentes y tiranos, con una Cuba que, sin ser miembro, tenía batuta e influencia, sin hablar del permanente boicot a las voces disidentes.
Mientras muchos creían que Almagro mantendría el silencio y la pasividad cómplice de su antecesor en la organización regional de naciones más antigua del mundo aún en actividad, él se encargó de callar bocas y hacer de la OEA un ente consciente de los desafíos de una región tan inestable como impredecible.
Asumió de frente la lucha contra los regímenes de Cuba y Venezuela, ganándose la etiqueta de traidor por parte de la izquierda que esperaba de él inacción y complicidad. Hizo de la OEA una organización más abierta a la sociedad civil, sobre todo a la disidente y silenciada por sus gobiernos. Abrió paso a una modernización sin precedentes, acompañada de una conexión directa con la juventud, con la defensa de los derechos humanos y, sobre todo, con la defensa de los principios y valores democráticos en una región que iba cambiando mientras la OEA también lo hacía.
Esa posición firme a favor de la democracia y reivindicando el propósito de una organización como la OEA, que nació para defenderla, le hizo ser expulsado del partido Frente Amplio, de Uruguay, fuerza política de izquierda en el poder por 15 años y en el gobierno hasta el 1 de marzo de 2020. Esa actitud habitual de la izquierda hipócrita reivindica a Almagro. Lo hace no porque él haya renunciado a sus ideales, aún con las diferencias que se puedan tener, sino porque supo ponerlos a un lado, para hacer valer lo importante.
El legado de Almagro para la democracia y la libertad está a la vista: en cada Asamblea General de la OEA, ordinaria o extraordinaria, sentó las bases para que el silencio de las atrocidades que se cometen en Venezuela, Cuba, Nicaragua y, en parte, en Bolivia, no fuera una opción. Así también lo hizo también en cada Cumbre de las Américas y en cada espacio donde le ha tocado fijar posición.
No ha habido evento en el que Luis Almagro no hable de Cuba, Venezuela y Nicaragua como dictaduras asesinas. No hay lugar donde no denuncie la represión y la tortura. No hay lugar donde no denuncie los fraudes y donde no manifieste su solidaridad a víctimas y exija justicia.
En nuestro caso particular, Venezuela, Luis Almagro ha sido el gran paladín de la libertad. Ha sido el artífice, líder y soporte de medidas indispensables en ruta de presión y libertad para nuestro país: resoluciones, condenas, salida del régimen de la OEA, activación de la Carta Democrática Interamericana, recibimiento del embajador legítimo de Venezuela en esa organización, Gustavo Tarre Briceño, entre muchas más.
Almagro fue clave en que Juan Guaidó asumiera la presidencia interina de Venezuela el 23 de enero de 2019. Ha sido de los principales defensores de la Asamblea Nacional y del Tribunal Supremo de Justicia legítimo en el exilio. Ha sido de los más férreos críticos de la corrupción, algo que le ha costado el apoyo de la falsa oposición venezolana que ha crecido gracias a esa misma corrupción. Ha sido de los más importantes apoyos del Grupo de Lima, de los defensores de los derechos humanos y los presos políticos y fue de los primeros en visitar Cúcuta, en la frontera entre Venezuela y Colombia, para alzar su voz ante el éxodo masivo de venezolanos que huían antes que la muerte los alcanzara. Ni hablar de su respaldo a la invocación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y todas las acciones que ello supone. Ese es Luis Almagro.
Se puede decir mucho de lo que ha significado para la región que Almagro esté al frente de la OEA. Los jóvenes tienen tribuna permanente en la organización, la sociedad civil tiene espacio fijo, la oficina del Secretario General, de puertas abiertas, ha permitido que toda una región se exprese.
Eso ha hecho que Almagro haya sido reconocido con premios como el de la Fundación FAES, de España, a la Libertad; el Premio a la Libertad de Freedom House; el Premio Oswaldo Payá, de la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia (Juventud LAC); el Premio Alas de Libertad, de la Red Liberal de América Latina (RELIAL); el Premio Rómulo Betancourt a la Diplomacia Democrática, de Human Rights Foundation, entre muchos otros.
También se le cuestionó por un inentendible apoyo a la candidatura de Evo Morales. Hoy, pareciera asumirse que eso fue indispensable para que la OEA pudiera ser observadora del proceso electoral presidencial y certificara, de primera mano, el fraude que provocó la renuncia de Morales y la transición en ese país.
Es evidente lo mucho que ha hecho Almagro por la región y por la causa de la democracia. Hoy, los enemigos de la libertad entienden muy bien lo que implica que Almagro siga siendo esa voz fuerte que le ha devuelto a la OEA su relevancia histórica, por eso buscarán defenestrarlo.
Para ello, el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla y la izquierda regional, junto a su gran operador español, José Luis Rodríguez Zapatero, han encauzado gran parte de sus esfuerzos en recuperar la OEA en las venideras elecciones de marzo. Necesitan retomar control de esa organización para colocarla al servicio de las dictaduras y criminales, con Cuba a la cabeza. Una clara ironía y contradicción, luego de que la izquierda reivindicara el heroísmo de su salida de un organismo “lacayo del imperio” al que ahora celebrarían volver para destruirlo.
Ya son dos los candidatos que han anunciado que competirán en la contienda: la primera, María Fernanda Espinosa, presidenta de la Asamblea General ONU entre 2018 y 2019 y canciller de Ecuador, entre otros cargos, en el gobierno de Rafael Correa y parte del de Lenín Moreno. En su desempeño como canciller de Moreno, fue tildada de no asumir con firmeza las denuncias contra los regímenes de Cuba y Venezuela. Hoy, es candidata postulada por Antigua y Barbuda y San Vicente y las Granadinas (jugada de parte del Caribe contra Almagro) y no por su país. Lenín Moreno dio la semana pasada su apoyo público a Almagro para su reelección.
Espinosa acusa a Almagro de polarizar la OEA, mientras cree que es momento de que una mujer llegue al cargo para propiciar el diálogo y el encuentro. Alejada aparentemente de Correa, es ficha de Cuba y del régimen venezolano para tomar la OEA, aunque muestra estar en el centro. Gran aliada de Ortega en Nicaragua, por su esposo. La semana pasada, durante la sesión del Consejo Permanente de la OEA en donde los candidatos presentaron su discurso, dejó claras sus intenciones de convertir a la organización en una aliada de las dictaduras, a través del silencio y la complicidad.
El segundo es Hugo De Zela, vicecanciller de Perú hasta el año pasado y actual embajador de ese país en Estados Unidos. Una jugada estratégica para operar en la propia ciudad sede de la OEA, en Washington D.C. De Zela es el único candidato postulado por su propio país y Gobierno. De Zela ha sido señalado de intentar restar apoyos a Almagro por su posición firme con respecto a Venezuela (TIAR y caracterización criminal), valiéndose de rol de vicecanciller para aprovechar al Grupo de Lima (nacido en su país) y emitir un comunicado en septiembre de 2019, sin el apoyo de Canadá y Colombia, asesorado por Zapatero.
Esa operación de septiembre quedó atrás, pues la izquierda hoy se inclina por Espinosa. De Zela busca ser candidato que despolarice entre Almagro y la ecuatoriana y que simpatice con todos. Un dato importante: Hugo De Zela fue el jefe de Gabinete de José Miguel Insulza cuando fue Secretario General de la OEA. ¿Conclusión? Su llegada a la OEA significaría volverla inútil y silente, al servicio de las dictaduras, como su antiguo jefe. En otras palabras, sería un tercer período de Insulza, con otra casa.
Por su parte, la candidatura de Almagro ha sido postulada y respalda públicamente por el presidente de Colombia, Iván Duque, y por el gobierno de los Estados Unidos, en voz de su Secretario de Estado, Mike Pompeo. A esto debe sumarse el apoyo de un grupo importante de países del Grupo de Lima, convirtiéndose el Caribe, que ha mostrado sus desacuerdos con Almagro, en el gran grupo a persuadir para obtener los apoyos necesarios. También debe aumentar la presión de países como Canadá, que ha manifestado su intención de apoyar a De Zela, en una movida que busca que Canadá sea electo como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) este 2020.
A Almagro le juega en contra su incomprendido apoyo a la candidatura de Morales, pero también su firmeza en temas en los que ha preferido fijar posición que guardar silencio. Eso hace que semanas por venir sean de mucha actividad política en la OEA para lograr la victoria. Argentina, por ejemplo, quiere su cabeza.
El Secretario General de la OEA requiere 18 votos para ser electo –o reelecto–. Tres candidaturas (dos claramente con agenda cercana a los intereses de la izquierda y de la inactividad y el silencio) y una región en conflicto y dividida, colocan un gran reto por delante.
Luis Almagro ha demostrado compromiso y altura con la democracia y la libertad. Se alejó de su ideología para entender que su rol va más allá de esas ideas, y que se trata de la dignidad humana y de darle la trascendencia a una organización como la OEA. Si algo ha hecho él, es devolverle su utilidad, relevancia y eficiencia a una organización que estuvo silente por muchos años y le dio a Cuba el lugar que merece, como una dictadura criminal. Como lo dijo en su discurso de propuesta, la semana pasada en la sesión de Consejo Permanente de la OEA, esa organización debe buscar consensos en torno a las democracias y no en torno a las dictaduras, en torno a la seguridad y no en torno a vínculos criminales de Estados con narcotráfico y corrupción; diálogos para promover democracia y no para ser indulgentes con las dictaduras; diálogos para liberar presos políticos, no para que haya más. Así, le ha dado a la OEA la vigencia e importancia como principal foro político del hemisferio.
Debe tomarse en serio la reelección de Almagro como condición indispensable para que la democracia y la libertad de Venezuela y de la región tengan lugar. Los demócratas del hemisferio estamos agradecidos con él y haremos todo a nuestro alcance. Lo acompañamos como él a nosotros; no hay opción.
Almagro es imprescindible.