En Uruguay existe, desde el 3 de abril de 2009, una ley (N° 18.476) de cuotas femenina que asegura promover la participación de la mujer en política, pero que en los hechos, más que una promoción es una obligación: toda fórmula de cualquier partido político debe incluir personas de ambos sexos en cada terna (en resumen, una mujer cada tres hombres).
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Esta pretensión de acabar con un teórico “patriarcado político” – que ha sido impulsada en varios países del mundo – no es más que la intención de la obtención de privilegios basada en algo tan aleatorio como el género. Por fuera deja al mérito, a la dedicación y a cualquier capacidad o talento existente.
La igualdad no puede ser forzada en una sociedad libre. Dentro del marco estricto de la libertad, de hecho, la obligación a la participación es tan abyecta como la prohibición a la participación.
A pesar de ésto, la senadora del Frente Amplio Constanza Moreira sigue machacando el árbol de la igualdad de género. Puede que no se haya enterado de la existencia de la mencionada ley, o puede tal vez que pretenda que el Parlamento todo esté conformado por mujeres.
O es lo que pareciera al escucharla en entrevista con El Observador TV, haciendo afirmaciones tales como “vamos a pelear para que en la próxima fórmula haya una mujer”. Quizás se refiera, con ese fanatismo feminista que ella abandera, a una mujer como candidata presidencial. No queda claro, pues habla como si ella misma estuviese guiando una especie de cruzada política antipatriarcal.
La ley de cuotas es un insulto a la razón y al mérito. La misma puede perfectamente obstaculizar una legislatura competente. A modo de ejemplo, si obligatoriamente cuatro de cada diez parlamentarios deben ser mujeres en pos de la “igualdad”, es altamente probable que al menos una de esas cuatro mujeres esté allí sólo por la obligatoriedad y no por sus competencias.
La ley de cuotas presenta, por otra parte, el mismo riesgo que el salario mínimo obligatorio: deriva en un techo máximo al que aspirar, no en una base sobre la cual construir. La participación activa en política, en total libertad, no tiene ni techo ni piso, pues se expande o contrae según las capacidades y compromiso de los distintos candidatos, sean hombres o mujeres.
Al uruguayo promedio, si se le quita la basura acumulada de las calles o se le presentan medidas medianamente aceptables para la erradicación de la violencia en el fútbol, o se le garantiza poder trabajar y caminar sin temor a la creciente inseguridad, poco le importará si el gobernante de turno es hombre o mujer. Hablamos de una cuestión de prioridades, de emergencias sociales, de necesidades inmediatas, no de un revanchismo de género inconducente.
La falta de mujeres en los distintos gabinetes alrededor del mundo es una excusa para la crítica. Un ejemplo reciente es el del presidente electo Donald Trump: cuando comenzaron rumores de los nombres que el republicano manejaba, se lo atacó por no incluir mujeres. Cuando finalmente incluyó mujeres, se lo atacó por la naturaleza de las mujeres que eligió.
Constanza Moreira tiene un historial largo de siembra de odios. En las pasadas elecciones, fue su grupo político el que hiciera las vergonzosas publicidades “Nany y Cuquito”, donde se mostraba a una señora de alto poder adquisitivo que no tenía interés alguno en otros ciudadanos. Moreira alimenta (y se alimenta) del odio social, de “la grieta”, de la división.
En consecuencia, cuando la senadora afirma que “entre el cambio generacional y el cambio de género vamos a empezar a parir un Uruguay políticamente nuevo”, es natural que ese Uruguay “parido de nuevo” cause temor.
A título personal, si algún día se me elige para cualquier tarea – administrar una empresa, representar una ideología, elaborar leyes que afectan a la ciudadanía toda – prefiero sea por mis méritos y no por el mero hecho de haber nacido con ovarios, acto en el que mi voluntad y raciocinio nada tuvieron que ver.
Presencia no es sinónimo de eficacia. En Uruguay, y en América Latina en su totalidad, nos urge una inmediata dosis de eficacia. Y la eficacia, venga de quien venga, bienvenida será.