Se ríen. Definitivamente se ríen. Por mucho tiempo me pregunté si el actual gobierno uruguayo (con “actual” me refiero al de los últimos doce años) no sabe lo que hace o lo sabe, y decide desvergonzadamente reírse de nosotros. Mi buena voluntad me llevó una y otra vez a creer lo primero: la incompetencia es más deseable que la maldad, el descaro y la impertinencia.
Cuando leo, sin embargo, a la actual senadora (y ex primera dama, en Uruguay nada pareciera aportar novedad) Lucía Topolansky, asegurar que el actual ministro del Interior Eduardo Bonomi (que es asimismo exministro de Trabajo y Seguridad Social) es el “mejor ministro desde la vuelta de la democracia”, compruebo que saben que lo hacen y disfrutan de nuestra pasividad, de nuestro semblante cabizbajo.
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Hacen cuanto quieren, dicen cuanto les place (no hacen ni dicen lo que deben) y saben que no pagarán precios mayores: los uruguayos gozamos de pésima memoria, nuestros recuerdos están mayormente relacionados a hazañas futbolísticas y a aquellas décadas en las que Uruguay jugaba a ser Suiza.
Lucía Topolansky, exguerrillera, experta (como fue expuesto en el documental alemán Tupamaros) en falsificación de documentos, es la misma que juró haber visto el título del actual vicepresidente Raúl Sendic (que él confirmara, escándalo mediante, que no existe) y pretende superar su propia mentira con un disparate del tamaño del Palacio Legislativo.
Si la tendencia al olvido desaparece, Bonomi será recordado como el ministro más inepto de la historia. Y el más aferrado al poder. No solo su administración arroja macabros números que asustarían a cualquier gángster del Bronx, sino que también (o incluso peor) ni siquiera considera renunciar a su cargo. Ya no importa si Tabaré Vázquez se lo exige o no, o si se lo acepta o no: el pueblo uruguayo sí lo demanda y lo aceptaría en un abrir y cerrar de ojos.
Pero Topolansky no está sola en su delirio. Para el subsecretario del Interior, Jorge Vázquez (hermano del presidente) según aseguró a Informativo Sarandí, “lo que se está haciendo en el Ministerio del Interior es un trabajo muy profesional”.
El concepto de “profesional” que Vázquez tiene es más que retorcido. En 2014, se registraron 275 homicidios (en un país con poco más de tres millones de habitantes). Para fines de marzo de 2015, Uruguay contaba ya 81 homicidios.
En 2014, uno de cada cinco uruguayos declaró haber sido víctima de un delito (incluyendo a quien les escribe).
Jorge Vázquez agregó asimismo que “los países de la región nos están pidiendo asesoramiento, están pidiendo un manual técnico para ver cuál es el proceso que está haciendo Uruguay”.
El manual técnico consiste, de momento, en carecer de la vergüenza necesaria para decir cualquier barrabasada en cámara.
Ni Vázquez ni Topolansky se alejan de aquel Nicolás Maduro que aseguraba hablar con Hugo Chávez desde el más allá en formato “pajarito”.
En el caso particular de la senadora Topolansky, tiene bien aprendido el discurso de su colega en Venezuela. Todo lo que la perjudique a ella y a sus intereses, es culpa de los medios y de la derecha.
Consultada por Montevideo Portal sobre un cambio generacional en el Ministerio del Interior, la ex primera dama declaró que “no tiene nada que ver con el pedido que viene haciendo la derecha y otros medios, que si pasa una mosca, se vaya Bonomi. Todo pasa porque se vaya él porque saben que Bonomi es uno de los mejores ministros que ha tenido el Frente Amplio, por eso no lo quieren”.
Pero ese mundo mágico no se queda solamente en las esferas más altas del gobierno. El Jefe de Policía de Maldonado, Erode Ruiz, consideró “de muy mala leche” que, a efectos de quejarse por la ola de robos, fuese colocada en el balcón de una casa una pancarta que leía “acá también robaron”.
En resumen, no solamente nos mienten. No solamente nos roban. Tampoco podemos quejarnos como lo creamos pertinente.
En un país serio, exguerrilleros no llegan al poder (al menos no en democracia). En un país serio, un vicepresidente que funde una empresa estatal y miente sobre un título universitario que no posee, renuncia. En un país serio, un ministro repudiado (¡con razón!) por la población, también abandonaría su cargo. Pero hablamos de Uruguay. No de Suiza.