No muchos asociarían el apellido Le Pen con la causa feminista, y de nada hay que culparlos por no hacerlo. Marine Le Pen no se embandera en sus genitales. No se la escucha decir “feminicidio” y no busca festejar el día del “matrimonio”, en oposición al día del patrimonio – propuesta real en Francia.
Es una elección osada. Ser feminista hoy día “paga”, es popularmente redituable. El feminismo del que actualmente somos testigos – no aquel de finales de siglo XIX y principios de siglo XX – es un boleto hacia la aceptación en un grupo tiránico que propaga la corrección política y la hegemonía cultural.
Marine Le Pen dista de todo eso. Es menester subrayar que “la candidata eterna” dista también de ser la personificación del bien y de las buenas ideas. Si bien su supuesto racismo y xenofobia la hacen trascender fronteras, son sus ideas proteccionistas las que podrían hundir a Francia. El proteccionismo no funciona ni funcionará, sea en Francia, Estados Unidos o Mongolia.
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No falta quien vea a Le Pen como una versión femenina y francesa de Donald Trump. Tal comparación es bastante injusta para con la candidata gala, más educada, refinada, mesurada y astuta.
Como bien señaló la periodista Nabila Ramdani para la BBC “de hecho (Marine Le Pen) se parece más a Hillary Clinton: ha estado golpeteando por décadas y debe gran parte de su carrera al nepotismo”.
En lo que a programas refiere, el de Le Pen se parece mucho al del candidato de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, con excepciones en políticas de migración. Proponen ambos un estado fuerte y todopoderoso al que nada se le escape. Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon son dos caras distintas del mismo populismo que tanto abunda.
También es un error de dimensiones gigantescas creer que Le Pen es, por oposición, la personificación de todo lo que está mal en el mundo. Un buen ejemplo de que tal afirmación sería sesgada y minimizada fue rehusarse a cubrirse el pelo en una fallida reunión con el gran Muftí en Beirut, Líbano.
“Había comunicado previamente mi intención de no llevar velo al encuentro y a pesar de ello la reunión con el gran Mufti se mantuvo. Pero al llegar se me pidió cubrirme con el velo y me negué” aseguró la candidata al Eliseo.
Añadió asimismo que considera que el velo es “un símbolo de sumisión de la mujer. He de decir que cuando Marine Le Pen se niega a llevar el velo en Líbano es criticable, pero cuando Michelle Obama lo hace en Arabia Saudita es admirable”.
Con este simple gesto – o ausencia de gesto – demostró cuánto defiende las libertades de la mujer que cualquier feminista destruyendo autos policiales sin remera ni corpiño. Le Pen entiende el verdadero concepto de soberanía sobre el cuerpo propio.
Muchísimo más inteligente que Trump, al ser acusada de islamófoba por su rechazo a usar velo, argumentó no librar una guerra religiosa “sino contra el fundamentalismo islamista que supone un peligro para toda la humanidad en general y para mi país en particular”, dejando bien en claro que distingue perfectamente entre islamismo y fundamentalismo.
El autodenominado “primer gobierno feminista del mundo” de Suecia no dudó en dejar sus valores feministas de lado – o su dignidad, si vamos al caso – al cubrirse no sólo el cabello sino también usar largos tapados que escondían sus figuras en su reciente visita a Irán.
¿Quién entonces aboga por las libertades y la no opresión a la mujer, Le Pen o la delegación sueca?
La última fue ampliamente criticada, primero por Hillel Neuer, director ejecutivo de UN Watch (grupo de activismo por los derechos humanos) que catalogó una de las fotos públicas de la delegación como “caminata de la vergüenza” y luego por la periodista iraní Masih Alinejad que puntualizó que “al cumplir estas leyes discriminatorias, Occidente las valida”, entre otros.
Como en tantas ocasiones he manifestado, el concepto de feminismo se ha tergiversado y manoseado a gusto en las últimas décadas. Le Pen comprendió el valor de la libertad de la mujer, convirtiéndose a través de hechos (y no discursos panfletarios) en la feminista improbable.