La reciente «ola» de condenas por parte de determinados miembros del gobierno uruguayo (siendo la más notoria aquella del ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori) a las brutales represiones de la dictadura chavista que pretende aplastar toda esperanza de democracia y estado de derecho en Venezuela es, si se quiere, un avance, un paso mínimo, pero de relevancia extrema hacia lo que debería ser un enérgico rechazo por parte del gobierno uruguayo en su totalidad.
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Sin embargo, afirmar que Vázquez y sus ministros tuvieron de repente una especie de revelación moral sería un abuso de optimismo. Hay que ser claros: las palabras de Astori y las del propio presidente Vázquez no son producto de una epifanía republicana o de una sorpresiva (y bienvenida) omisión de simpatías ideológicas; son más bien el resultado del peso de lo obvio, de lo insostenible.
El Frente Amplio (y toda su cúpula) es más que consciente de que el uruguayo promedio repudia la represión hacia el pueblo venezolano. Sabe también que la baja popularidad de Vázquez no le permite darse ciertos lujos, no a este nivel. El Frente Amplio sabe, en otras palabras, que de no condenar el insano proceder de Nicolás Maduro, se entierra políticamente.
De ahí nacen las recientes críticas al dictador y a sus autoritarios modos, no del sentido común ni de la solidaridad.
Si, por otro lado, somos selectivos y exquisitos con el lenguaje (tal y como debemos serlo) el oficialismo uruguayo no ha, de ningún modo, condenado los abusos cometidos por Maduro.
Tanto Vázquez como Astori reaccionaron ante una acusación de bolsillo (de esas que el chavismo tiene siempre a mano) que escupió el dictador sobre el canciller Nin Novoa, que a estas alturas debe sentirse como la linda del baile.
En total claridad, el gobierno frenteamplista no movió un dedo por el hambre de los venezolanos ni por sus presos políticos. El gobierno frenteamplista no se indignó ante la violencia que numerosos manifestantes pacíficos sufrieron en reiteradas ocasiones. El gobierno frenteamplista se enojó porque un dictador totalmente desquiciado dijo que la Cancillería uruguaya complota con el imperio para desestabilizar a Venezuela.
A no equivocarse. Es altamente probable que Vázquez siga pensando que en Venezuela hay democracia y demás disparatas.
Para prueba, está la mismísima carta con la que el primer mandatario uruguayo exhorta a su par venezolano a retractarse sobre sus dichos sobre Nin Novoa y en la que «solicita al Sr. presidente Nicolás Maduro que proporcione las pruebas de la infundada denuncia; en caso contrario, se retracte públicamente en virtud de que expresiones como las manejadas, afectan gravemente el relacionamiento tradicional amistoso ente los dos países». La violencia jamás fue condenada por el presidente.
Las declaraciones del ministro Danilo Astori son quizás la más interesantes, no por su aparente fuerza, sino por cuán engañosas, y simultáneamente elocuentes, resultaron ser.
Lo que parecería ser una crítica a un gobierno «profundamente autoritario» es una confesión de parte pública y oficial en boca de una autoridad uruguaya sobre una connivencia desvergonzada, un encubrimiento de dimensiones mayúsculas.
Afirma Astori, por ejemplo, que las expresiones de Maduro «además de ser un insulto es una injusticia, porque Uruguay ha actuado con mucha tolerancia con Venezuela».
El ministro sale a hacerse el rebelde sin causa ante la prensa y termina admitiendo la excesiva «tolerancia» (léase complicidad) que Uruguay ha tenido con la barbarie chavista.
Agrega además que Maduro es un malagradecido porque «si Venezuela aún está en el Mercosur es por Uruguay» como si tal cruzada fuese motivo de orgullo oriental. La violencia jamás fue condenada por el ministro Astori tampoco.
Reitero que se trata sin dudas de un paso importante. El gobierno uruguayo iba de defender a Maduro, tal como lo hizo Vázquez en Alemania a principios de este año, a no decir absolutamente nada. Estas palabras son algo y como «algo» son bienvenidas. Pero no son, bajo ningún concepto, una condena a la violencia, un rechazo a la represión.
Creerlo, es caer en una ingenuidad infinita que el uruguayo ya no se puede permitir.