A primera vista, el presidente uruguayo Tabaré Vázquez podría inspirar la misma ternura (y hasta respeto) que los personajes del director y actor francés Jacques Tati, o incluso igualar al entrañable Mr. Magoo: dos seres casi devorados por un mundo que no supo esperar por ellos y al que intentan aferrarse desesperadamente.
Tabaré Vázquez es un hombre inteligente: habla con mesura y aplomo, no vayan a creer los uruguayos que tiene los mismos impulsos que José Mujica, al que tolera sólo de las puertas hacia afuera y por mera “disciplina partidaria”.
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La verdad, como suele suceder, dista bastante de la imagen que el presidente tanto se empeña en dar. Vázquez es arrogante, autoritario y ególatra. En sus delirios, el mandatario uruguayo pretende hacer una cruzada quijotesca contra todo lo que potencialmente pueda ser perjudicial para los orientales.
Desde su podio, Vázquez sabe (más que cualquiera de nosotros) qué es mejor y qué es peor para nuestra salud. Pero Vázquez no se detiene en el simple saber (su soberbia no se lo permite) sino que también toma decisiones por los que considera “sus” ciudadanos. Él es más que nuestro presidente: es nuestro doctor, nuestro héroe… nuestra voluntad, nuestro criterio y nuestro cerebro.
Las batallas que el oncólogo ha librado contra el tabaco son mundialmente conocidas – y en alguna que otra parte del globo, halagadas en total ignorancia. A principios del corriente mes anunció que no se permitirá fumar a 200 metros de centros educativos y de salud. Pretende ir incluso más lejos y prohibir el consumo de tabaco en taxis y en vehículos privados; tal es su meta.
No es mi intención ser la abogada del cigarrillo: mi padre falleció por su consumo. Sin embargo, creo profundamente en la libertad del individuo. El cigarrillo no mató a mi padre, mi padre se mató a sí mismo a través del tabaco – y a sabiendas de sus efectos.
Nadie – y muchos menos el presidente, que como bien los uruguayos sabemos, tiene prioridades – puede imponer un estilo de vida, por deseable que sea.
Pero Vázquez no se detiene el cigarrillo y ahora extiende su espíritu prohibicionista al alcohol.
El pasado 19 de junio, después de las celebraciones por el natalicio de Artigas, Vázquez declaró a la prensa que se reunirá con un equipo que le permita reforzar la lucha contra el alcoholismo, y agregó que presentará una “ley holística, total” a tales efectos.
Lo de “ley total” huele mal, se acerca demasiado a políticas que no sólo no funcionaron en el pasado, sino que aumentaron el poder de las mafias e incidieron de manera colosal en la corrupción de la policía. Todo esto por nada: quien quería seguir tomando, encontraba la vuelta.
Es por esto que Vázquez se apresuró en aclarar que “no se tratará de una ley seca”. Para su infortunio, continuó con un “pero”. Después de semejante afirmación, nada bueno puede venir después de un “pero”, no hay atenuantes ni medias tintas. Por mucho que se explaye en el tema, lo que hará será regular incluso más la libertad de los uruguayos. El presidente no apunta a una simple concientización, caso contrario no utilizaría los térinos “holística” o “total”. Vázquez no respeta nuestras libertades y su única intención es la imposición pura y dura.
Por otro lado, éste es el tipo de medidas que busca un gobierno perdido para esconder su falta de ideas y, lo que es incluso más alarmante, para barrer bajo la alfombra su falta de conexión con la realidad. ¿Cree en realidad Vázquez que la prioridad de los uruguayos es el alcohol y el tabaco? ¿Qué pasa con la inseguridad, con los paros educativos, con ANCAP y sus interminables conflictos, con la tendencia uruguaya a que todo sea prácticamente impagable?
Y más allá, mucho más allá del debate por el cigarro o el alcohol, hay un hecho que debería resultar al menos escalofriante: Vázquez jamás podrá defender la libertad de los uruguayos porque Vázquez no entiende a la libertad, o le es indiferente.
Ningún gobierno totalitarista se manifestó como tal de la noche a la mañana. Los procesos fueron lentos, paulatinos. Entre su comportamiento autoritario y su amistad derivada en protección con dictadores ¿qué nos puede asegurar que la democracia uruguaya sea invulnerable?