Si Hellen Keller, Marie Curie o Hedy Lamarr hubieran usado los términos “cosificación” y “objetificación”, nuestro mundo se hundiría hoy en un caos incluso mayor. El sinsentido y la ligereza intelectual no tendrían un solo defensor. Habríamos caído ya, todos, y hace rato, en un discurso que no sólo no apela a la razón, sino que además, nos aherroja en un colectivismo enviciado y ponzoñoso, como todos los colectivismos.
¿Imagina acaso usted a Cleopatra o a Juana de Arco rogando a sus contemporáneos que no las subyuguen a los “estándares de belleza convencionales”? ¡Claro que no! Todas ellas tenían prioridades, tareas extraordinarias a materializar y el tiempo no sobraba para dedicarse a nimiedades. Dentro de las mujeres mencionadas, cabe destacar que tanto Cleopatra como Hedy Lamarr (a quien le debemos, entre otras cosas, el wifi) gozaron de ser llamadas “la mujer más hermosa del mundo”, cada una en su era.
Claro está que no todas las personas e instituciones tienen los mismos desafíos y responsabilidades; o, de tenerlos, los tratan como asuntos de poca relevancia.
Tal pareciera ser el caso de la Intendencia de Montevideo, que, estando la capital uruguaya desbordada de basura (con el agravante de las temperaturas de verano y la humedad) decide eliminar el tradicional concurso “Reina del Carnaval” y se votarán “figuras”, que pueden ser mujeres, hombres o transexuales.
Los argumentos son fáciles de adivinar: la Intendencia no quiere participar en lo que interpreta como “un concurso de belleza que fomenta estereotipos de género y ejerce violencia simbólica hacia la mujer”. Apunta también a “fomentar la inclusión”, en total concordancia con las ideologías de género tan ponderadas por el progresismo actual.
Más allá de que el género no debería tener ideología (al igual que la identidad), la Intendencia de Montevideo se está manejando con una política propia de los autoritarios: “lo que no me gusta, lo prohíbo”.
¿Cuáles son las intenciones reales de las autoridades municipales? ¿Se busca crear una nueva moral, en lo que cualquier cosa es potencialmente un improperio, una ofensa? ¿Se nos viene un nuevo puritanismo cuasi-victoriano en el que la galantería esté sujeta a regulaciones estatales? ¿O es el objetivo engendrar un ciudadano tan dependiente que cuente con el Estado no sólo a la hora de poner comida sobre la mesa, sino también cuando de pensar se trata?
No hay nada en la elección de una reina del carnaval (o Miss Universo, tanto da) que sea opresivo. Usar tal adjetivo para describir a la belleza es no tener idea de lo que es la opresión. Un norcoreano, un venezolano, un iraní o un cubano estaría, con todo derecho, escandalizado ante tal asociación.
En una segunda instancia, está lo que afirmó Brigitte Bardot hace poco más de una semana. “A mí me gustaba que me dijeran que era hermosa”, confesó, en absoluta cordura.
Las declaraciones de la alguna vez llamada la femme la plus belle du monde (la mujer más bella del mundo) suceden a la carta conjunta de 100 intelectuales francesas, entre ellas la icónica Catherine Deneuve, que exhorta a cuestionar los motivos del feminismo actual, que es en esencia autoritario y conduce, de no ser obedecido, al ostracismo.
“La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”, señala la susodicha carta, que fuera acompañada de una tribuna en Le Monde, y que reza “esta justicia expeditiva (la feminista) ya tiene sus víctimas: hombres sancionados en el ejercicio de su oficio, obligados a dimitir […] por haber tocado una rodilla, intentado dar un beso, hablado de cosas íntimas en una cena profesional o enviado mensajes con connotaciones sexuales a una mujer que no sentía una atracción recíproca”.
El feminismo ya no existe. Quienes hoy se llaman feministas, abogan en realidad por una tiranía femenina, una cacería de brujas que hace rato se nos fue de las manos; un absurdo que demoniza y aplasta nuestra individualidad y nuestras tradiciones. Un carnaval sin reina es apenas un comienzo, y sería imprudente no notarlo.