Apenas comenzamos el 2018 y ya, ese tanque de guerra que es la corrección política, se encargó de eliminar a las famosas grid girls de la Fórmula Uno, las chicas promotoras del evento, alegando que su presencia alienta la cosificación de la mujer.
Eso que muchos entienden por feminismo hoy ya ha logrado arremeter contra el arte para que en museos sean quitandos cuadros, cambiando el final de óperas magníficas o censurando poesía, siempre con la misma excusa: la liberación de la mujer.
El feminismo moderno, retorcido en su concepto y despojado de su intención inicial, no pretende (¡no quiere!) liberar a la mujer. Su objetivo es someterla al yugo del puritanismo, del recato y la pacatería. Para alcanzarlo, las feministas están dispuestas a usar los medios más medievales como la censura y, en algunos casos, la violencia.
Hablan de “sororidad”, pero usan al feminismo como un látigo con el cual azotar al resto de las mujeres si llegasen a tomar una decisión que, a su criterio, sea equivocada. ¿Cómo es eso “liberar”? ¿Entienden, las feministas, el concepto de libertad?
La cosificación, según el Diccionario de la Real Academia Española, es la acción de reducir a la condición de cosa a una persona. Hay algunas corrientes del feminismo moderno que parecieran jurar a pies juntillas que la belleza, subjetiva como es, te convierte en objeto.
En mis varios intentos de entender la psique feminista actual, he tenido intercambios varios con sus representantes. Uno de los argumentos presentados es que las grid girls están ahí con el solo objetivo de ser admiradas, no cumplen función alguna, simplemente son bonitas y “están ahí”, me dijeron, con tono indignado.
En ese momento, debo admitir, comprendí por qué el feminismo 2.0 intenta regular el arte. Las feministas (o al menos estas feministas) no podrían entender un cuadro puesto que, a diferencia de una herramienta, no es “útil”. Los fines estéticos son echados por tierra, vilipendiados. Un observador (un admirador) es un “cosificador”, un criminal del pensamiento, como aquellos que abundaban en “1984” de George Orwell.
Otro argumento usado fue la remuneración. El problema (aparentemente) es que se te pague por hacer lo que quieras con tu cuerpo, lo que deviene en una forma de “explotación” del cuerpo femenino. Con ese criterio, claro está, las feministas deberán prohibir a las cocineras, a las gimnastas, a las taxistas o a las cirujanas.
Este razonamiento es particularmente mezquino puesto que el feminismo estaría revelando (¿confesando?) que no cree que el cuerpo pertenezca a cada individuo, al menos no en el caso de las mujeres, que debieran pedir permiso a La Corte de la Vagina (aunque no quisiera dar ideas) antes de actuar.
Como siempre, la consecuencia más importante de esta reciente histeria social (sostener que prácticamente toda acción de un hombre hacia una mujer esconde un acto delictivo detrás) no es la desaparición de las grid girls, sino que minimiza la seriedad de los crímenes reales, como es el caso de una violación. Si todo es abuso, nada es abuso. Mirar un trasero no es lo mismo que tocarlo y tocarlo, por desagradable y repudiable que sea el contacto no solicitado, no es una violación. Hablar de “abuso” de forma tan genérica es una generalización peligrosa.
La prohibición es siempre contraproducente, además de ser discriminatoria. La medida, como suele suceder en este tipo de tiranías, no beneficiará a nadie y perjudicará a miles.