El lenguaje es de suma importancia. La palabra es una representación léxica que evoca, entre todos los hablantes de un idioma o dialecto, un mismo concepto.
Cuando las palabras son tergiversadas, conceptos enteros se derrumban; la comunicación pierde su sano curso y, en el mejor de los casos, la comunicación se entorpece.
La manipulación del lenguaje es una de las artimañas que todo dictador en todo libro de historia ha utilizado. Prohibir términos o despojarlos de su significado original es una práctica siempre a mano durante las horas más oscuras.
El progresismo ha tenido un éxito plausible en este campo —siendo su primer logro que aceptemos su nombre: ¿quién, en su sano juicio, asociaría el modelo instaurado en Cuba, Venezuela y Corea del Norte con “progreso”?
Con un (necesario) toque de humor, repasaremos algunas de las palabras que, de a poco, el “progresismo” (con muchísima ayuda de la corrección política reinante) hizo que estimemos de manera diferente.
Tengo muchísimos reparos con el término “pueblo”. Evito utilizarlo, o lo utilizo entre comillas. Ha sido demasiado politizado, como tantos otros. ¿Quién define lo que es el pueblo? ¿Quién es el pueblo? ¿La mayoría? En ese caso, quisiera saber quién cuenta. ¿”Pueblo” son “los de abajo”?
Me encantaría entonces conocer las características y exigencias de la línea divisoria. Después de todo, los líderes de la izquierda no suelen vivir como “los de abajo”, por lo que descarto la segunda opción.El “pueblo” terminó siendo un abstracto no identificable con nada usado en caso de conveniencia.
Algo similar ocurre con “neoliberal”. No existe tal cosa como el neoliberalismo. Está el liberalismo, y unas cuantas políticas socio-económicas colectivistas (fascismo, comunismo, socialismo). ¿Qué se supone que es, entonces, el “neoliberalismo”? “Eso que pasó en los 1990”, me dicen. ¿El Mundial en Italia?
No creo que se refieran a ideas de Hayek aplicadas en la década de los 1990. No lo creo por el sencillo motivo de que eso no pasó.
El término “capitalismo” merece una especial mención, dado que fue Karl Marx quien lo acuñó. Varios teóricos liberales han sugerido cambiar el nombre del mencionado sistema económico para dejar atrás una denominación que fue dada por un detractor – el padre de los detractores.
De manera muy acotada, podríamos decir que el capitalismo es un sistema económico y social basado en la propiedad privada y en la libertad de mercado.
Para el progresismo, no obstante, capitalismo es sinónimo de avaricia, destrucción e injusticias.
Derecha: dícese de todo lo que no sea izquierda.
Derecho: eso que inventó la izquierda y antes no existía.
Como mujer, la tergiversación de “feminismo” es quizás la que me resulta más triste. Me duele no poder definirme como feminista porque el feminismo ya no es un movimiento cuyo objetivo es la igualdad entre el hombre y la mujer, sino un club puritano de cazadores de brujas que busca dividirnos entre víctimas y victimarios.
Ese “feminismo” actual nos regaló unas cuantas joyas verbales: heteropatriarcado, micromachismo y sexismo (que no es machismo) son las más trascendentes.
El lector creerá que los liberales somos los que apoyamos al liberalismo. Pues no: debido a una españolización de una denominación ya incorrecta, hoy “liberal” es el que suma impuestos sobre la clase media, el que regula y monitorea, el que exige todo “gratis”. En esta lógica, los liberales somos conservadores —algo así como “Orange Is The New Black” pero en economía.
Seguramente me queden muchos términos en el tintero, pero el objetivo no es armar un glosario, sino crear una advertencia: quien manipula el lenguaje, manipula la realidad.