Al día de hoy, es popular el mito que afirma que sólo un dictador puede ser autoritario. No obstante, sobran ejemplos en la historia en los que un mandatario democráticamente electo se ha impuesto, casi literalmente hablando, sobre sus conciudadanos haciendo uso de medios absolutamente totalitarios.
Es mentira que un autoritario sea preferible a un dictador. “Un poco de libertad” no es consuelo alguno: la subyugación y la intromisión en la vida del individuo son prácticas condenables siempre, sin importar la cantidad de votos que respalde al gobierno de turno. Aquí no existe negociación posible: un tirano popular sigue siendo un tirano.
¿Cuáles son las características que comparten tanto dictadores como autoritarios? Estos atributos se resumen, básicamente, en un desprecio (o miedo) total a la libertad. La libertad es sin excepciones una amenaza, y como tal debe ser erradicada de la mente de los individuos. Es demonizada de la forma más vil posible; después de todo, es menester que el ciudadano no sienta que se le está quitando algo beneficioso, y crea, en contraposición, que se lo está protegiendo.
A continuación, repasaremos los rasgos más evidentes del totalitarismo, esos que todas las tiranías, dictatoriales o democráticas, repiten casi sin excepción.
Control de medios
La transmisión de información independiente es un factor fundamental en la vida de un país democrático. En una democracia sólida, distintos medios reflejan diferentes puntos de vista que no sólo enriquecen eso que denominamos “opinión pública”, ya que fomenta el debate social, sino que además sirven de puente entre los ciudadanos y el gobierno.
La regulación de medios es una de las medidas más comunes entre los mandatarios con aspiraciones a césar.
Si el lector accede a varios periódicos, pasa buena parte de su tarde haciendo zapping y aun así accede siempre a la misma interpretación de los hechos, le recomiendo que desconfíe.
Agrandar el Estado
Es necesario aclarar que “Estado fuerte” y “Estado grande” no son sinónimos. Un Estado fuerte es aquel que goza de instituciones incorruptibles, independientemente de las prácticas inmorales en las que potencialmente un funcionario pueda caer.
Un Estado grande es aquel que pretende derribar la pared que divide lo público de lo privado, y en el que las rutinas aparentemente más insignificantes son un asunto de Estado.
Un ejemplo de esto podría ser un repentino incentivo gubernamental para que el ciudadano se maneje de manera exclusiva con crédito. Los argumentos que se brindan son, de manera infalible, “por el bien de la población”. No obstante, el tiempo demuestra, con la misma infalibilidad, que existen intereses oscuros jamás confesados.
En palabras de Jorge Luis Borges, “se empieza por la idea de que el Estado debe dirigir todo; que es mejor que haya una corporación que dirija las cosas, y no que todo ‘quede abandonado al caos, o a circunstancias individuales’; y se llega al nazismo o al comunismo, claro. Toda idea empieza siendo una hermosa posibilidad, y luego, bueno, cuando envejece es usada para la tiranía, para la opresión”.
Persecución de voces opositoras
En este particular punto, sí hay diferencias entre dictaduras y gobiernos democráticos autoritarios. Mientras los primeros son más obvios y asesinan o encarcelan, los segundos deben simular cierto respeto por los valores republicanos.
Las reacciones por parte del gobierno serán entonces más sutiles, pero el mensaje sigue siendo el mismo: conmigo, no te metas. Si usted cuestiona a un mandatario y al otro día ve publicadas sus deudas en internet, es ingenuo sostener que tal atropello fue producto de la casualidad. La intimidación y la persecución no se manifiestan siempre de forma evidente, pero ello no significa que no existan.
Fuertes sentimientos de pertenencia sostenidos por dogmas inflexibles
Toda forma de autoritarismo cuenta con un colectivismo fanático detrás, no funcionaría sin éste. Un autoritario señala con demasiada ligereza quiénes son los malos y por qué son nuestros enemigos. Una vez separados los “buenos” de los “malos”, se crea una red de “buenos medianamente carismáticos” cuya tarea es atraer más “buenos” funcionales y obedientes a una causa casi siempre utópica.
Sin la ya célebre “angry mob” (turba airada) el 70 % de las tiranías de la historia no habrían cumplido su sangriento objetivo: es en su nombre (“el pueblo”) que los tiranos justifican su accionar.
Proteccionismo, nacionalización y monopolio de entes
Los autoritarios, dada su condición de tales, tienen problemas mayúsculos con la libertad en todas sus expresiones.
El monopolio de entes estatales se traduce en miles de complicaciones para el usuario, y en millones literales para el Estado.
El proteccionismo también perjudica a un consumidor sin opciones (sin libertad) que en la mayoría de las ocasiones paga un alto precio por productos de baja o mediana calidad.
Con o sin votos que los respalden, los autoritarios están siempre al acecho. Conocer su agenda y modus operandi es, más que una conveniencia pasajera, una defensa legítima de la libertad.