Los medios son un pilar clave de la libertad, son la manifestación de la salud democrática de un país. Allí donde los medios no sean impolutamente libres, no lo serán tampoco los ciudadanos.
Allí donde a un senador, a un ministro o a un presidente le sea impensable verse en la obligación de renunciar a su cargo (o, en algunos casos extremos, a su libertad) en manos del periodismo de investigación, pululará la ignorancia y crecerá el populismo.
La libertad de prensa es, en resumen y sin exagerar, la libertad de los pueblos.
Hay medios que, no obstante, no parecen conocer la verdadera magnitud de su responsabilidad. Los vemos siempre: los artículos sesgados, las consultas populares faltas de criterio, los titulares llamativos que no ilustran la realidad: todas estas faltas son piedras entre el lector (el ciudadano) y la verdad. Y estas piedras se acumulan. Un día podrían ser tantas que paralizarían por completo el tráfico de información.
El caso de estudio más interesante de los últimos tiempos es nada más y nada menos que el presidente de Estados Unidos, el ahora republicano Donald Trump. ¿Alguna vez se han preguntado por qué el magnate de bienes raíces es tan odiado?
Todos sabemos que Trump no es carismático. Sabemos también que, llegado el momento, no sería raptado por extraterrestres como espécimen de inteligencia e intelectualismo humano.
Tanto su discurso como su vida personal pueden dar señales de intolerancia e incluso de racismo o un exacerbado machismo.
Trump basó su campaña en la construcción de un muro a ser erigido en la frontera de los Estados Unidos y México. Las reacciones estuvieron cargadas de euforia y odio – el mismo odio que le adjudicaban al hoy mandatario.
Sin embargo, pocos repararon en que ese muro ya está construido, y se realizó bajo una administración demócrata (Bill Clinton). A lo sumo, Trump se refería a la parte aún no construida del mismo. No recuerdo tanto alboroto con Clinton – en realidad, sí, pero el quid del asunto no era un muro.
Trump también realizó múltiples actos cuyo tema central eran los inmigrantes, a quienes reducía a poco menos que humanos. No obstante, el número de deportaciones entre la era Obama y la era Trump ha bajado considerablemente. Pero claro, el carisma es más importante que los hechos.
La actitud del republicano hacia las mujeres es deplorable… como lo fue la de John Fitzgerald Kennedy, que supo atormentar a más de una. O como la de Bill Clinton, que hizo de las suyas con una becaria. No, estas acciones aberrantes no atenúan las del actual presidente, pero sí son clara muestra de lo selectivos que podemos llegar a ser a la hora de emitir un juicio, y la prensa ha tenido un rol innegable en todo esto.
Por primera vez en la historia, que un país esté en sus niveles más bajos de desempleo pareciera no ser importante. Si el desarme nuclear de Corea del Norte en efecto se lleva a cabo, Trump será más merecedor del Nobel de la Paz que Obama, y a pesar de tan valuable logro, hay muy pocos titulares con migajas de reconocimiento hacia el mandatario estadounidense.
Yo no podría ser amiga personal de Trump porque nos separan diferencias abismales. Pero en tanto comunicadora, mi labor sería pésima si no subrayase las bondades del presidente de la economía más fuerte del mundo. Y si muchos ciudadanos a pie no pueden distinguir carisma de relativa eficacia, es a causa de muchos medios que tergiversan, maquillan o esconden los hechos por cuestiones de mera simpatía ideológica.
Los medios no sólo informan, sino que también entretienen. Hace unos días, decidí volver a ver “Flying Circus”, el programa televisivo que haría de Monty Python el bastión mundial del humor que son hoy.
En uno de sus célebres sketches, un visitante inesperado toca el seno de una chica y cuando ésta se queja, el visitante le dice “cállate, p*ta estúpida, fue sólo un poco de diversión” (“shut up, you silly b*tch, it’s only been a fun”). Me apena tener la certeza de que hoy los exquisitos Monty Python no podrían existir. Sus rutinas serían objeto de todo tipo de críticas. Su público (del cual formo parte) sería además acusado de cómplice del machismo y la “objetificación” femenina. Y muchos de esos acusadores serían representantes de la prensa, que ha tomado un peligroso giro hacia la autocensura.
Los medios necesitan, de manera urgente, comprender su rol, sus funciones y la responsabilidad que pesa sobre sus hombros. Son imprescindibles porque también lo es la verdad, y si los medios caen, presa de la corrección política, también caerá la verdad y también caerá la libertad. La comunicación nunca fue tan fácil. La posverdad nunca fue, asimismo, una amenaza tan real.