Todos recordamos el caso: Jack Phillips, repostero y empresario dueño de la pastelería “Masterpiece Cakeshop” en Denver, Colorado, se negó a hacer una torta de bodas a una pareja homosexual (Dave Mullins y Charlie Craig) pronta a casarse en julio de 2012. Su decisión, basada en la fe cristiana que profesa, causó conmoción en el mundo entero, generando tanto aplausos como repudio.
Mullins y Craig, hoy casados, acusaron formalmente a Phillips de discriminación y, en una primera instancia, los tribunales inferiores les dieron la razón. No obstante, el pasado 4 de junio, el Tribunal Supremo de Estados Unidos falló a favor del pâtissier.
Al igual que al momento de conocerse la noticia original, allá en el 2012, las reacciones dividieron a un público con fuerte tendencia al fanatismo que no logra comprender del todo la libertad y lo que ella implica.
El fallo del Tribunal Supremo no es una caricia ideológica al conservadurismo, como algunos prefieren creer. La alineación con Phillips no responde a un sentimiento homofóbico; nadie debería aclarar a estas alturas que dos personas, cualquiera sea su sexo, tienen derecho a contraer matrimonio, si así lo desean.
Tampoco ha otorgado el Tribunal Supremo un cheque en blanco que dé lugar a discriminaciones futuras; la única -y justa – vencedora del fallo fue la libertad.
La libertad, aunque muchos quieran ignorarlo, corre en todas las direcciones y es intrínseca a todos los individuos. Phillips está en su libertad de no hacer algo que va en contra de sus convicciones más profundas. Es más, es su derecho.
Quienes acusan al pâtissier deberían quizás reflexionar sobre cómo obrarían ellos en caso de que se les solicite (o imponga) ir en la dirección contraria a sus creencias. Tal es el caso de Phillips.
Una cultura que respete las libertades individuales y la libertad de credo, apoyará y celebrará el fallo del Tribunal Supremo.
En el acierto o en el error (ese no es el tema, y es menester entenderlo) Phillips cree que el matrimonio homosexual está mal, y él no desea ser partícipe de algo que a su juicio es inapropiado.
Una sociedad sana debería ser capaz, frente a tal conflicto de intereses, de otorgar un espacio seguro para ambos miembros de la comunidad en el que las dos partes sean libres de ser quiénes son y no sean juzgados por ello – como Phillips, literalmente, lo fue.
Ahora bien, ¿y qué hay de la ley antidiscriminación? En este particular caso, choca con la ley de libertad religiosa, la misma que le asegura a un empleado musulmán que podrá respetar Ramadán y garantiza a un judío la observación del shabbat, de ser practicante.
No hay nada malo en ella, a pesar del vigoroso sentimiento anti-religioso que inunda nuestros tiempos – curioso resulta que hayamos cambiado un dogmatismo por otro.
¿Qué debe hacer el ciudadano que se solidarice con Mullins y Craig? La injuria y la cacería de brujas no son la opción más inteligente, ni la más empática tampoco. La respuesta, entonces, es bien simple: no compre en Masterpiece Cakeshop.
Si usted, en sus fueros más íntimos, cree que Phillips es un instrumento de intolerancia y odio, no consuma los productos que éste vende y deje que el mercado haga su magia.
La Humanidad ya es mayor de edad. Ya estamos, en tanto individuos y en tanto miembros de una sociedad medianamente funcional, lo suficientemente maduros como para saber que en el mundo real, difícilmente un suceso o sujeto se reduzca a las tiranas formas del maniqueísmo.
Los eventos que moldean nuestras vidas suelen ser bastante más complejos.