En tanto liberal, muchas de las batallas del conservadurismo más duro me parecen ridículas. Hay un sector de la sociedad completamente renegado a todo lo nuevo, que pretende aferrarse con uñas y dientes al pasado, a lo que ya no será, ni siquiera a la fuerza. La dinámica humana ha cambiado muchísimo en las últimas dos décadas, algo que podría asustar a cualquiera. Este ritmo vertiginoso genera, comprensiblemente, ansiedad e incertidumbre: el futuro nunca fue tan impredecible.
En general, los cambios se presentan en dos formatos: el paulatino, fruto de la adaptación y la conveniencia (un buen ejemplo de esta categoría es nuestra rápida absorción de las innovaciones tecnológicas) y los forzados, hijos del autoritarismo y las imposiciones, que parecen responder sin excepción a intereses ideológicos que no son prioritarios – en demasiadas ocasiones, ni siquiera deseados por una parte significativa de la sociedad. En este último grupo, se encuentra el lenguaje inclusivo.
Esta “moda” propone sustituir los plurales por la letra “e”. La versión inclusiva de “todos” es “todes”, la de “alumnos” es “alumnes”, la de “hijos” es “hijes”, etcétera. Los progenitores de “les hijes”, en lenguaje inclusivo, no son los padres sino “ les xadres” – aparentemente, antes de esta incursión, las madres no se se daban por aludidas cuando el docente escribía “queridos padres” en el cuaderno de comunicaciones.
Esta propuesta de modificación no ha pasado inadvertida. Cuando la socialista Carmen Calvo, vicepresidente del Gobierno español, solicitó a la Real Academia Española revisar la Constitución a efectos de cerciorarse si ésta es lo suficientemente inclusiva, el escritor Arturo Pérez – Reverte amenazó con renunciar a la prestigiosa institución causando un gran revuelo en ambas costas del Atlántico.
La Administración Nacional de Educación Pública (ANEP, Uruguay), por su parte, está siendo flexible al respecto. Da libertad a los docentes de los distintos centros a que lo corrijan como error o lo acepten como “evolución” del lenguaje – nadie se sorprendería al enterarse de que muchos profesores dan el visto bueno a esta novedad.
Tampoco sorprende (no con estas prioridades) que según las pruebas PISA el 39% de los estudiantes de 15 años no ostentan capacidades básicas en comprensión lectora. Cuando al idioma se lo manosea de esta forma, es bastante evidente para “todes” que según las pruebas Terce (UNESCO) los niveles de desempeño en lectura, matemáticas y ciencia de “les alumnes” de sexto año de primaria (11 – 12 años de edad) esté muy por debajo de la media.
Las falacias son múltiples. Una, es creer que nuestro idioma no cuenta con un plural inclusivo. En español, al igual que en todas las lenguas romance, el plural incluye al masculino y al femenino. La afirmación “los docentes deberían revisar sus prioridades educativas” incluye a profesores y profesoras por igual.
La segunda falacia es creer que un idioma sin género gramatical (como el 90% del inglés, el finés, el coreano, el turco o el japonés) o con posibilidad al género neutro (como el alemán) conducirá a una sociedad sin machismo ni discriminación, cuando perfectamente sabemos que culturas milenarias como las de Turquía y Japón no están en el top ten de países más amigables hacia la mujer.
Otro error que cometemos en tanto ciudadanos (“ciudadanes”, para el que no entendió) es suponer que todo esto se trata de una humorada inocua, o en el peor de los casos, de los caprichos autoritarios de un puñado de feministas. La regulación del lenguaje es siempre el primer paso hacia la tiranía: el “todes” no es inofensivo; está cargado de una ideología despótica que desea imponerse por sobre las formas y la voluntad de la mayoría.
El populismo viene por todo: hoy, es el turno del idioma español. Expresarse correctamente ha sido históricamente sinónimo de educación y estatus. Hoy, es sinónimo de resistencia, rebeldía y, sobre todas las cosas, libertad.