De todos los autores liberales, Ayn Rand sea quizás la que más rechazo genera – y no gratuitamente. Sin los dotes para la pluma que ostentaban John Stuart Mill o Thomas Paine, ni el conocimiento sobre economía de Adam Smith o Friedrich Hayek, la filósofa rusa, madre del objetivismo, fue una empedernida defensora de la libertad, tarea a la que dedicó su vida.
Radical hasta la antipatía, e incontables veces simplista hasta el infantilismo, Rand finaliza su primera novela, “We The Living”, en 1934, pero la escritora rusa debió esperar dos años hasta encontrar una editorial que decidiera publicar su obra.
“We The Living” fue, sin embargo, un libro valiente. En 1936, el “modelo ruso” contaba ya con la simpatía de varios intelectuales de occidente, y esta autobiografía maquillada fue un intento (tímido y, sobre todas las cosas, fallido) de desenmascararlo. Aunque prematuro para el género, “We The Living” describe las largas colas que caracterizan al socialismo, y explicita la misma desesperanza, miseria y resignación que veríamos extenderse luego por todos los continentes.
Dos años más tarde, se publica en el Reino Unido “Anthem” (que se tradujo al español primero como “¡Vivir!” y luego en su literalidad, “Himno”), una distopía cuyo tema central es la eliminación de la individualidad, el manipulación del idioma y la omnipresencia estatal – y todo esto antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando los vicios del autoritarismo y los horrores del colectivismo se expandieran, putrefactos, por todo el globo.
Cuando, once años después, George Orwell publicara “1984”, nadie recordaría la novela de Rand, quizás porque llegó a Estados Unidos apenas tres años antes que la imprescindible obra del periodista inglés o tal vez porque “Himno” no goza de las volutas literarias necesarias como para trascender.
“Himno”, no obstante, y a pesar de claramente no haber sido escrita por Dostoievski, fait l’affaire: el colectivismo aplasta todo a su paso, enmaraña la historia y enajena al ser humano.
Tanto Orwell como Rand profetizaron un mundo en el que el lenguaje se impone y el pensamiento se controla y monitorea. Ambos fueron testigos – y víctimas, como es el caso de Rand – del totalitarismo más vil, y nos advirtieron al respecto.
Hoy, vemos cómo esa realidad que nos parecía tan absurda, tan rebuscada, se materializa y afianza a lo largo de las venas de los fanáticos. El “nosotros” sustituye al “yo”, la ideología a la razón, la posverdad a la verdad, la victimización al sentido común.
Al igual que ranas en una olla sobre una hornalla encendida, elegimos mirar para el costado, seguros de que eso de la pérdida de libertades es algo que le pasa a los otros, a los norcoreanos o a los rusos, total, siempre fueron pueblos complicados. Nos convencieron de que la autocensura es sinónimo de respeto, y casi que nos convertimos en nuestro propio “Gran Hermano”. Somos cada día menos libres, pero juramos a pie juntillas lo contrario.
“Himno”, pasadas las ocho décadas de su publicación, ha derivado en lectura obligatoria, por encima incluso de los bestsellers de Ayn Rand (“Fountainhead” y “Atlas Shrugged”). Su mensaje no solo no caduca, sino que se vuelve más alarmante cada día. Un día vendrán por todo, pero primero vendrán por los libres, estimadxs lectorxs.