Se le adjudica al expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica (que está, al momento de escribir estas líneas, haciendo una especie de “Magical Mystery Tour” en su rol de filósofo posmoderno devenido en movie star) la frase “no es pobre quien menos tiene, sino quien menos necesita”. La misma locución, vale acotar, ha sido atribuida a distintos pensadores o personalidades destacadas.
La cita (sin importar a quién pertenezca) carga un mensaje tan sórdido, tan siniestro, que quienes la aplauden y repiten deberían al menos sonrojarse al dedicarle unos instantes de reflexión.
En los últimos años, tal vez por consuelo, tal vez por postura, muy probablemente por indiferencia, se ha caído en una práctica tan cruel como impensable: la romantización de la pobreza.
Un puñado de bobos (contracción de bourgeois-bohème) y unos cuantos dirigentes políticos de renombre nos quieren hacer creer que la felicidad (la única y verdadera) se encuentra de manera casi que exclusiva en la pobreza, y que todo lo demás (y esto incluye automóviles y celulares de alta gama, sí, pero también agua potable o acceso a una alimentación balanceada) es parafernalia, un mero reflejo del vacío existencial que sufrimos los hijos de los siglos XX y XXI que banalmente intentamos esconder detrás de “cosas”.
Hay una confusión intencional de términos: a la resignación de quienes, por ejemplo, han permanecido en Cuba o Venezuela se le llama “dignidad”, sugiriendo que los miles de padres que cruzan a diario las fronteras de las distintas naciones latinoamericanas (apenas con lo puesto y con el único objetivo de hacerse de algún trabajo que les permita alimentar a sus hijos) son “indignos”.
Demasiados “pesos pesados” del abanico político internacional (Mujica, Fernández de Kirchner, Chávez, Maduro, los Castro en su momento) simulan una “guerra” contra el materialismo y el consumismo cuando lo que en realidad hacen, no sin turbios intereses, es pintar la pobreza como algo de lo que no hay que aspirar a salir, fenómeno que en Uruguay va acompañado por cierto desprecio por lo académico.
¿A quién le conviene este conformismo disfrazado de espiritualidad o rebeldía ante “el sistema”? ¿A los miles de pacientes varados en hospitales venezolanos? ¿O acaso a sus compatriotas que se aventuran a pie a lo largo y ancho del continente y ofrecen sexo por dos trozos de pan?
No hay gloria en la pobreza; no hay poesía en racionar el arroz con lo que sea que haya en la heladera, no hay misticismo en los zapatos con agujeros, no hay beatitud en la gotera sobre la cama. Creer tal disparate, o fomentar esa creencia, es perversidad en estado puro. La pobreza debilita, la pobreza humilla, la pobreza desespera.
Mientras tanto, la clase dirigente y sus bobos (los bobos, dicho sea de paso, de bobos no tienen nada) viajan en avión privado (tantos de ellos con pesados bolsos) y realizan fiestas en las que, como dice la canción de Víctor Manuel y Ana Belén, los tiranos se abrazan como hermanos.
El que mucho necesita es pobre, de eso no hay dudas. Una alimentación saludable, electricidad, agua potable, techo, empleo, educación, vestimenta, productos higiénicos y medicamentos son algunas de esas necesidades básicas que todo individuo debería ser capaz de cubrir por sí mismo, sin chantajes electorales, sin premios al mejor camarada. Lo demás, que lo cuenten como quieran.