La noche del 23 de junio de 2016 el mundo se enteraba de que el 51.89% de los británicos habían respaldado la retirada de su país de la Unión Europea. Incontables ciudadanos, dirigentes políticos y expertos de todas las áreas vaticinaron el fin del mundo. En lo que resultó ser un ataque de ingenuidad (y fatalismo) colectivo, nadie se imaginó que el fin del mundo sería un proceso tan lento, agotador, lleno de trabas y letra chica.
En papeles, el Brexit se materializará el 29 de marzo de 2019, a menos que se extienda el período de negociaciones. Hasta el momento, estas últimas se muestran inconducentes. Ni la Unión Europea ni el Reino Unido han llegado a un acuerdo satisfactorio para ambas partes.
Los acuerdos (o su ausencia) impactarán el comercio, los movimientos migratorios en ambos sentidos, la pesca (actualmente el suministro británico de pescados está exento de aranceles en el continente) y amenazan reavivar la tensión en la frontera Irlanda – Irlanda del Norte, una de las áreas más relevantes de un posible acuerdo.
Los escenarios son cuatro: no lograr ningún acuerdo, un “Brexit duro”, un “Brexit suave” y el nuevo favorito de Theresa May, “el acuerdo de Chequers”.
Si todas las negociaciones fallan y no se alcanza ningún acuerdo, Gran Bretaña no tendrá un trato especial y terminará por usar reglas estándares de comercio internacional, algo que causaría estragos en la isla, con aranceles que se dispararían de la noche a la mañana. Éste es el escenario que la primer ministro y Dominic Raab intentan evitar. No obstante, el equipo de May ha declarado que prefiere “ningún acuerdo a un mal acuerdo”.
Sin acuerdo, sin embargo, la frontera Irlanda – Irlanda del Norte, se endurecería con puntos de control (checkpoints) que se traducirían en más violencia en una zona que ya ha sufrido el salvajismo del separatismo.
Un Brexit duro, por su parte, implicaría un abandono absoluto del mercado común, y aunque este escenario cause pánico en buena parte de la población, el populismo británico sostiene que solo así se podrá proteger la producción nacional – argumento que es válido a pequeña y mediana escala, los “pesos pesados” de la economía arriesgarían desaparecer en mencionado contexto.
El Brexit suave, bien supone el lector, es exactamente lo opuesto. Los cambios son tan mínimos con respecto a la situación y reglamentación actual que no son pocos los que lo tildan esta posibilidad de “farsa” y burla a la democracia.
El cuarto escenario es conocido como “el plan Chequers” (llamado así por la casa de campo del primer ministro británico de turno) y propone mantener un acuerdo flexible de mercado común con la Unión Europea en el que se le permita al Reino Unido establecer acuerdos bilaterales con Estados Unidos, China o India. Bajo la opción Chequers, la circulación entre la isla y el continente se mantendría sin mayores cambios, asegurando la paz entre las dos Irlandas.
De esta forma, May intenta conquistar la aprobación de distintos miembros del parlamento y convencer a Bruselas de que una salida amigable es posible.
Por lo pronto, May ha fallado. El plan Chequers es una oda al “cherrypicking” (seleccionar en exceso en detrimento del otro) en el que Theresa May apunta a defender la soberanía del Reino Unido, sí, pero manteniendo los beneficios del libre comercio con la Unión Europea.
El futuro del Brexit es incierto. La posibilidad de un segundo referéndum comienza a hacer ruidos en los pasillos del parlamento, obligando a May a crear un acuerdo perfecto a la brevedad.
Por ahora, el fin del mundo de los fatalistas puede esperar.