El empresario uruguayo Juan Sartori irrumpió en la escena política de su país luego de una campaña de expectativa que se asemejaba más a un tráiler de Marvel que a una candidatura presidencial. Sartori, que cumplirá 38 años en marzo, es fundador y presidente del Union Agricultural Group y dueño del club de fútbol inglés Sunderland, y sin vivir en su Uruguay natal, se las ingenió para sacudir analistas, opinión pública y correligionarios.
No obstante, ni la identidad ni las intenciones del flamante precandidato del Partido Nacional son relevantes: lo trascendente es su presencia en sí, impensable en el contexto político uruguayo hace solo diez años.
¿Qué pasó en Uruguay? A grosso modo, lo mismo que en Estados Unidos o Brasil: el sistema político tradicional ha probado no estar a la altura de las necesidades de sus ciudadanos, fallándoles de una u otra forma – pero fallando al fin.
El descreimiento, la desilusión y resignación son tierra fértil para outsiders como Sartori; prueba de ello es que no es el único precandidato compatible con este perfil. Menos misterioso y con un toque decididamente más popular está el también empresario Edgardo Novick, fundador del Partido de la Gente, que ha sabido sumar en sus líneas a figuras con gran respaldo público, como el fiscal retirado Gustavo Zubía y el psicólogo y licenciado en Seguridad Pública Robert Parrado.
En redes, la guerra de los clicks ha comenzado. Con Sartori, casado con la hija del magnate ruso Dmitry Rybolovlev, recientemente arrestado en Mónaco, hasta las revistas del corazón se aseguran lectura: el joven empresario, que afirma ser “liberal en todo”, vende – y eso es, a priori, un buen signo.
Sin embargo, menudo sería el error del lector si creyera que, de la noche a la mañana, los uruguayos se volvieron – o volverán – liberales. El autoengaño no es jamás aconsejable, mucho menos en año electoral – decisivo para el continente, debido al vergonzoso vínculo uruguayo – venezolano y a la representación de la izquierda en América Latina. El próximo presidente de la república será elegido, si nada cambia drásticamente, por descarte.
Esto no significa, empero, que todas las señales en dirección de la libertad sean negativas. Dos de los tres nuevos candidatos en el escenario político uruguayo (Novick, Ernesto Talvi y Sartori) se han declarado abiertamente liberales. No sabemos si lo hacen por convicción o por conveniencia, pero si fuera lo segundo, también es una buena notica que el discurso liberal seduzca.
Claro que, aparte de un muy superficial “soy liberal en todo”, no tenemos muchas herramientas para juzgar a Sartori: su discurso de presentación el en Teatro Metro fue genérico y apuntó a la unidad de los uruguayos.
“Una de las cosas que he visto, recorriendo el Uruguay, es que hay una gran polarización, división, ensañamiento y enemistad entre muchos grupos y personas. Yo pregunto ¿por qué tenemos que hacer la política así? ¿Por qué no podemos pensar todos en el bien de Uruguay, y trabajar juntos, y despejar de obstáculos el camino hacia el futuro, y buscar los puntos en común, respetar los estilos, e incluso valorar las diferencias?”, manifestó.
Al igual que Donald Trump en sus rallies, Juan Sartori jugó su carta de empresario exitoso, aunque reconoció que dirigir un país no es lo mismo que dirigir una empresa.
Según el sistema electoral uruguayo, Juan Sartori deberá ganar primero las elecciones internas de su partido (Partido Nacional) para recién después “competir en las grandes canchas”. Las posibilidades de que eso suceda son ínfimas, pero es irrelevante. Los uruguayos – reitero – no serán liberales aún, pero es casi tangible que hay discursos que causan rechazo entre los orientales. Los uruguayos no serán liberales, no, pero son cada día menos colectivistas.