Nicolás Maduro, dictador de Venezuela que celebró el pasado jueves 10 de enero su toma ilegítima de poder, calificó en esa misma ocasión al presidente francés Emmanuel Macron de “dictador”. Puede que esto se deba a que en agosto de 2017, el entonces flamante mandatario galo había declarado que el mencionado país latinoamericano era “una dictadura que intenta sobrevivir a costa de una angustia humanitaria sin precedentes, aun cuando los recursos del país siguen siendo considerables”.
Quizás sea eso: una espina al orgullo que Maduro (que como todo tirano fomenta un culto a la imagen) no pudo perdonar.
No obstante, la acusación del dictador, además de alejada de la realidad, revela un profundo desconocimiento sobre uno de los eventos más relevantes de los últimos meses a nivel mundial: el fenómeno de los “gilets jaunes” (chalecos amarillos) en Francia.
Al respecto, Maduro afirmó que “en Europa, el pueblo, los movimientos sociales, los movimientos sindicales, los sindicatos y los chalecos amarillos nos admiran”.
“Puede que fundemos una sección de ‘gilets jaunes’ aquí en Venezuela, porque somos los rebeldes del mundo”, bromeó, contando que le habían regalado un chaleco amarillo.
Maduro ignora que, si bien es cierto que un porcentaje muy alto de los “gilets jaunes” son simpatizantes de la extrema izquierda (La France Insoumise, liderada por Jean-Luc Mélenchon, que se ha declarado abiertamente chavista), también hay una importante cantidad de militantes de la extrema derecha de Nicolas Dupont-Aignan y Marine Le Pen en el mismo colectivo (a propósito, la dirigente manifestó recientemente que la extrema derecha y la extrema izquierda tienen mucho en común).
Maduro ignora también que el movimiento que él aplaude no tiene nada de loable (el hecho de que él lo elogie es prueba suficiente). Los “gilets jaunes” han hecho múltiples llamados a las armas y en sus manifestaciones, siempre violentas y con un inmenso costo al ciudadano francés de a pie, han causado muertes de inocentes incluso cuando sus demandas han sido ya satisfechas. La “rebeldía amarilla” es en realidad el producto de un grupo de obtusos que acusan a Macron de ser un neoliberal que protege y favorece a los más ricos; no es, como supone Maduro, el despertar de un pueblo oprimido y devastado, como él se ha encargado de dejar a los venezolanos.
Merece detenido análisis, sin embargo, la retorcida interpretación que Maduro hace del mundo que lo rodea. Ante sí mismo, él es legítimo ¡y Macron un dictador! Él es una víctima de los macabros planes de la derecha internacional capitalista ¡y Macron un represor! Maduro desconoce -deliberadamente – los conceptos de democracia y libertad. Le son ajenos, no quiere saber nada de ellos.
Con esta serie de disparates, Maduro tenía la intención de seguir haciendo lo que siempre ha hecho, lo único que saber hacer: mentir a los venezolanos. En su postura de “afuera están peor y el mundo se cae a pedazos”, pretendió justificar su ilegitimidad. Como todas sus empresas, falló. Los medios franceses se rieron de él, de su ignorancia y soberbia. Los venezolanos, por su parte, ya no ríen y esperan que, entre tanto circo, el corriente sea al fin el último año del dictador – que es Maduro, no Macron.