La Unión Europea ha manifestado su deseo de pronta restauración de la democracia en Venezuela, en un intento de decir algo sin expresar mucho. El reconocimiento de Juan Guaidó como legítimo presidente interino del país caribeño brilló por su ausencia a pesar de la fuerte expectativa a nivel internacional e inmediata iniciativa de otras potencias.
Al respecto, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, elogió la actitud del pueblo venezolano en horas tan decisivas para el continente. “Después de la elección ilegítima de Nicolás Maduro en mayo de 2018, Europa apoya la restauración de la democracia. Saludo el coraje de centenas de miles de venezolanos que marcharon por su libertad”, afirmó en Twitter la mañana del martes (en francés y español).
Sin embargo, el mandatario galo no fue el único representante de la cúpula política francesa en comentar los sucesos del 23 de enero. Jean-Luc Mélenchon, admirador de las políticas de Hugo Chávez (y potencial imitador, en el hipotético caso de que algún día, por un macabro giro del destino, se convirtiese en el presidente de la nación cuna de los Derechos del Hombre) ha defendido la dictadura de Maduro. También haciendo uso de la mencionada red social, Mélenchon calificó la proclamación de Juan Guaidó como “un intento de golpe de Estado en violación a todos los principios admitidos en el mundo después de una elección”.
Sin causar sorpresa alguna, del otro lado de los Pirineos, las declaraciones de Pablo Iglesias fueron del mismo tono y naturaleza. Como es típico en el dirigente más notorio de “Podemos”, sus expresiones incluyeron teorías de complot y rebuscados mensajes antiimperialistas, reflejo perfecto de aquellas cantaletas obsoletas que tanto daño intelectual, moral y físico hicieron. “A Trump y a sus aliados no les interesa la democracia y los derechos humanos en Venezuela, les interesa su petróleo. España y Europa deben defender la legalidad internacional, el diálogo y la mediación pacífica, no un golpe de Estado”, sentenció.
Los venezolanos cometerían un error si pensaran que Europa no está pendiente de los hechos que sacuden a su país solo porque Bruselas no ha emitido un comunicado reconociendo a Juan Guaidó como presidente interino. El silencio bruselense responde más a la precaución que a la cobardía o a la indiferencia. Empero, son las palabras de muchos de los que sí se manifiestan las que evidencian que la amenaza populista (y muy particularmente, la chavista) no es exclusiva de América Latina. El renacer de la “izquierda dura” (¿es que acaso hay otra?) llegó para quedarse, para sentarse en oficinas presidenciales, para firmar reformas constitucionales, para coartar libertades.
No hay tampoco en Europa un desconocimiento de la realidad venezolana. Mélenchon e Iglesias saben muy bien quién es Maduro y qué hace: están al tanto de los encarcelamientos, de la tortura, del hambre y de la escasez. Sus intereses son otros, no los venezolanos. Cuando defienden el régimen de Maduro (y por lo tanto, al dictador y a su conjunto de atrocidades) saben qué lado han elegido. Y, contrariamente a su discurso histórico, no es el del pueblo.