Trascendió el fin de semana que Lydia Barraza, portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, considera que el PanAm Post es un “troll ruso”. Estos dichos -tan hilarantes como desacertados- sucedieron a la publicación de un artículo de mi colega Orlando Avendaño, en el que ponía en tela de juicio (con merecidas duras críticas) las apreciaciones de Elliott Abrams, que tildó de “prematura” cualquier intervención militar extranjera en suelo venezolano.
Todo medio arrastra sus etiquetas: “progre”, “vendido a la derecha”, “pasquín de”, “funcional a” y demás. Cualquier persona que trabaje en la prensa está al tanto de ello, al punto que, en los medios medianamente serios, tales acusaciones no hacen más que alimentar chistes internos. En la época de Twitter y de Cambridge Analytica el insulto es “troll ruso”. Hasta ahí, nada de lo que Barraza haya dicho causaría sorpresa o disgustos mayores en el PanAm Post.
Ahora bien, Barraza sugirió cambiar el título del artículo (Maduro derrota a Trump: Abrams anuncia la rendición), algo que revela que quien coquetea con las manías y viejas costumbres rusas no es precisamente el PanAm Post.
A pesar de su baja estima por la libertad de prensa (esencial para cualquier democracia sólida), hay un elemento que va en “defensa” de Barraza: ella no tiene por qué saber cómo funciona el PanAm Post, no es su obligación estar al tanto de nuestra pluralidad. No tiene cómo ser testigo de los debates épicos entre dos queridísimos colegas, como el ahora polémico Avendaño y García Otero (por citar apenas el ejemplo más recurrente). Si no ha leído más que títulos, algo que deja claramente de manifiesto, Barraza no cuenta con las herramientas necesarias para darse cuenta de que en el PanAm Post es casi imposible encontrar a dos columnistas que compartan su visión del mundo. Lo único que tenemos en común todos los que hacemos el PanAm Post es un compromiso incondicional con un valor que consideramos superior: la libertad. Y justo allí nos tocó Barraza. Comprenderá, entonces, que tenemos un problema.
Tanto PEN Internacional como Reporteros sin Fronteras condenan duramente las violaciones a la libertad de prensa en Rusia, que ocupa el puesto 148 de la clasificación mundial en este ámbito. Nuestros valores nos alejan de manera tajante del enfoque ruso en lo que a prensa refiere.
Pero no solamente. Si Barraza hubiera pasado de los titulares, sabría que distintos columnistas del PanAm Post han rechazado con vehemencia la injerencia rusa en Venezuela -ya intervenida militarmente, no solo por Putín, sino por Cuba-. Es así que la portavoz entra en un cúmulo de contradicciones insostenibles.
Reitero: Barraza no tiene por qué conocer los detalles de lo que sucede tras bambalinas en el PanAm Post. Pero sí es su obligación respetar la libertad de prensa, al menos, por acato a su función pública. También es un deber moral leer un artículo antes de repartir adjetivos, caso contrario, uno arriesga quedar muy mal parado. Sentada en su despacho en Washington, leer no constituye una actividad particularmente peligrosa, a diferencia de, por citar un ejemplo reciente, nuestra colega Carolina Briceño, que recibió perdigones en el rostro mientras cubría los tumultos en Cúcuta que son hoy, tristemente, de público conocimiento.
No, Barraza, aquí nos tomamos nuestro trabajo muy en serio, no somos “trolls”.
No obstante, todo este incidente ha sido muy revelador. Si hay funcionarios públicos incapaces de entender el concepto de libertad de prensa, ¿qué tan difícil será para algunos comprender la gravedad de lo que sucede en Venezuela? ¿Qué esperanza le queda a un país que sufre una vil dictadura en la que en cada segundo se desata una guerra, en la que la rutina es un acto de supervivencia y resistencia? ¿Entendieron que hay madres que no tienen cómo alimentar a sus hijos y que estas madres no son la minoría? ¿Están al tanto de los muertos, de las torturas, de los atropellos? Tal vez, en lo que a Venezuela refiere, pocos hayan pasado del titular. Solo así se explica que haya quienes crean que los venezolanos quieren una guerra. Los venezolanos desean poner fin a la guerra que los hambrea y descuartiza (no sin colaboración rusa y cubana, entre otros “abanderados de la libertad”) y es para ello que solicitan ayuda.
Ahora que soy un “troll ruso”, sin embargo, quizás deba consagrarme a escribir odas a Nicolás Maduro y elogiar el innecesario despliegue de masculinidad de Vladimir Putin, un autócrata manipulador que explota el hambre venezolano.
Ahora que soy un “troll ruso”, ¿quién sabe?, tal vez comprenda tanta indiferencia y complicidad internacional ante el dolor inenarrable de un pueblo hermano.