“ Liberté, Liberté chérie, combats avec tes défenseurs !”, reza una estrofa de La Marsellesa, que probablemente sea el himno más icónico e intrépido del mundo (just… deal with it). No obstante, en el siglo XXI, los defensores de la libertad pecan de tímidos, de pudorosos, de tibios. Y esto es cierto para todos, incluidos los enfants de la patrie que, bravos otrora, redactando los derechos del Hombre, hoy no son lo suficientemente firmes a la hora de defender a una chiquilla de 16 años quien, como tantos coetáneos, ha caído en la tentación de compartir en exceso su vida por Instagram (pero, ¿qué es, después de todo, un adolescente sin un toque de desmesura?).
Mila (la joven en cuestión) es lesbiana, habla de su sexualidad sin tapujos, responde preguntas al respecto e interactúa con otros usuarios de Instagram sobre estos y tantos otros asuntos. En este contexto, ante el comentario de una seguidora “no me gustan las francesas de origen magrebí” (NdA: el término original es “rebeu”, tolerable solo en la oralidad) la adolescente contestó “a mí tampoco, no es mi estilo”. Una tercera persona, de sexo masculino, comenzó a insultar a sus dos interlocutoras, acusándolas, entre otros improperios, de racistas. Predeciblemente, el tono de la discusión subió y los jóvenes se descubrieron debatiendo sobre religión. Como respuesta, Mila compartió un video en el que aseguró “odiar la religión”, agregando que “en el Corán no hay otra cosa que odio, el islam es una mierda”.
El escándalo comenzó. Después de recibir amenazas varias (de violación, de tortura, de asesinato), Mila no se siente lo suficientemente segura como para ir al colegio. La Justicia abrió entonces dos causas: por incitación al odio (archivada, ya que se consideró que las expresiones de la joven no constituyen una provocación, sino que se trata de una opinión personal sin otras intenciones) y por amenazas de muerte y acoso recibidas. Hace más de 10 días que Mila permanece en su domicilio, condenada al ostracismo.
En medio de la polémica, los hashtags #JeSuisMila y #JeNeSuisPasMila (NdA: “soy Mila” y “no soy Mila” respectivamente) se popularizaron en Twitter e Instagram en una danza de aprobación y rechazo. La clase política reaccionó con cierta poquedad de ánimo (con la excepción de los radicales innobles de siempre, que usan cualquier infortunio para llevar agua a su molino) y todo el asunto llegó más tarde que temprano a los grandes medios. ¿Y la libertad? ¿Qué pasa con la libertad? ¿Por qué hay actores políticos y sociales que temen pasar por racistas al defender a una gamine de 16 años (más joven que Greta, señores, más joven que Greta) y se llaman al silencio? ¿En qué nos hemos convertido? ¿En cobardes? ¿En hipócritas, para quienes la libertad es útil si es “mesurada” y la violencia es condenable dependiendo de la identidad de su promotor? ¿Dónde están las organizaciones feministas? ¿Adónde fue a parar la sororidad? ¿Dónde están los colectivos LGBT? ¿Por quién o qué están marchando hoy? ¿Qué otra causa les parece más urgente, más justa, más solemne que la libertad? Yo acuso a quienes callan, yo acuso a los medrosos, yo acuso a los buenistas.
La sociedad francesa (como tantas otras) ha revelado, en el correr de los últimos años, su propia grieta, su impulso más agresivo. No, incluso en el más profundo de los desacuerdos, no se amenaza de muerte a nadie, mucho menos a una menor de edad. No, uno no se pasea con lanzas con la representación de la cabeza de un presidente democráticamente electo (cuya administración he defendido y defiendo, aunque este no sea el tema que nos convoque hoy). Todo estas burdas acciones deberían estar estancadas en el reino de lo impensable, sobre todo en un país libre (¡libre!) que da todas las herramientas para expresar discrepancias en instancias respetuosas del otro, civilizadas y republicanas.
Voltaire nunca dijo aquello de “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero estoy dispuesto a morir para que tengas la libertad de decirlo”. Fue, de hecho, la inglesa Evelyn Beatrice Hall en un intento de resumir el pensamiento del notable escribano y filósofo galo. Como sea, ¿quién está dispuesto a “morir” (de manera política o simbólica) hoy por la libertad de expresión de Mila? ¿Quién tiene, sepa disculpar el lector mi voluntaria falta de tacto, los huevos para ser Mila?